El 21 de septiembre pasado se conmemoró el Día Mundial de Lucha Contra el Alzheimer, y en LT10 consultamos a quienes más saben sobre esta enfermedad, quizás la más temida entre aquellas que atacan nuestra mente.
Los números son alarmantes: se diagnostica un caso de demencia en el mundo cada tres segundos, siendo el mal más frecuente el Alzheimer. En nuestro país, cuatro de cada 10 argentinos mayores de 80 años y uno de cada 10 de más de 65 padecen esa enfermedad, cuando en ciertos territorios europeos esa cifra baja al 25%.
Carolina Zeballos, coordinadora del Programa de Tratamiento Cognitivo del Departamento de Neuropsicología del Instituto de Neurología Cognitiva (Ineco), explicó por Primera Tarde que se trata de un síndrome que no tiene cura, y “que se caracteriza por el deterioro cognitivo, que es progresivo. Las funciones cognitivas cerebrales superiores que se afectan son la memoria, el lenguaje, la percepción, la atención, el pensamiento y la conducta”. Todo ello “va alterando las capacidades de la persona para desenvolverse de manera independiente en sus tareas habituales”.
Factores de riesgo
Según la especialista, la vejez es una variable que incrementa la posibilidad de sufrir Alzheimer, y se ha visto reforzada en las últimas décadas por el aumento de la expectativa de vida. Y por supuesto que también está el componente genético, aunque su injerencia no es tan alta como se cree.
Contra las mencionadas variables no podemos actuar. Pero no todo está perdido: existe una serie de factores de riesgo que sí son modificables. En esto coincide otro experto: el Dr. Hugo Valderrama, máster en Neurociencias y columnista de Todo Pasa. “El ambiente influye de forma directa”, enseña. “Un tercio de estas demencias podría ser prevenible si se disminuyen esos factores de riesgo”, indica Zeballos. Nada es matemático: esos factores no son determinantes, pero sí otorgan más chances de sufrir ese tipo de patologías.
¿Cuáles son esos factores de riesgo? En primer lugar, el sedentarismo. Con una caminata de 30 minutos, bajarnos antes del colectivo algunas cuadras o ir a pie al trabajo, bastaría. Es sencillo: “Cuanto menos te movés, menos neuronas conectás”, explica Valderrama, que además recomienda hacer ejercicio diariamente llevando el cuerpo a cierto nivel de cansancio, y no acumular esfuerzos extremos el fin de semana. Esto colabora asimismo a bajar el nivel de estrés y la ansiedad, y promueve la capacidad de abstracción.
Luego, está la hipertensión. Reducir el uso de sal (o eliminarlo por completo, que no es imposible) y controlar la presión arterial una vez al año cuanto menos, es fundamental. Aunque no se presenten síntomas: “a veces es genética”, recuerda Zeballos, y Valderrama agrega que el 40% de la población argentina total es hipertensa. Otra cifra que asusta.
Paralelamente, uno de los factores de riesgo más extendidos y más subestimados es el sobrepeso u obesidad en la adultez. No es necesario ser un obeso mórbido, aclara Zeballos. “Cuando uno está excedido una cierta cantidad de kilos, eso pasa a ser un factor de riesgo” que conduce a otros tantos: diabetes, colesterol, y nuevamente hipertensión. “Cuando esos valores dan mal es porque mi cerebro dejó de adaptarse”, indica Valderrama, y completa: “dependiendo de lo que como, protejo o ataco al cerebro”. Cambiar entonces nuestros hábitos alimentarios se hace imprescindible. “La dieta típica de Occidente es un desastre: muchas grasas, azúcares y sodio”.
Y aquí, la mala noticia: ocurre lo mismo que con el ejercicio. Cuidarse durante toda la semana y arremeter contra un asado imponente el fin de semana, no colabora porque implica darle un shock de grasas al cerebro que no puede procesar. Sería preferible racionar los alimentos inconvenientes día a día. “El colesterol tapa las arterias, y no sólo las del corazón”. Y el azúcar hace lo propio también.
Por otra parte, es mucho más importante de lo que se cree “mantener el cerebro desafiado”. La baja educación formal o el abandono de ciertos hábitos que favorecen las funciones mentales se convierte en un riesgo. “Ese esfuerzo que uno ha hecho por estudiar, prepararse, dejar de lado otras cosas, es un factor protector. Tal vez (se pueda) emprender estudios pospuestos: aprender un idioma, empezar a tocar un instrumento. Hacer algo que me guste y me genere un desafío. Todo eso aumenta la reserva cognitiva”, enumera Zeballos. Y Valderrama coincide, y añade la necesidad de desarrollar la “atención selectiva” y no siempre segmentada en diversos temas.
Finalmente, y aunque parezca extraño, la sociabilidad es fundamental. Aislarse altera el cerebro y lo daña. Hay que buscar momentos de compartir con los demás y esto, además, reduce el peligro de depresión y, junto a lo demás, ayuda a combatir otro gran mal de nuestra época: el estrés.