LT10 - Columna de opinión

Miércoles 30 de Abril de 2014 - 11:54 hs

Cuando sólo importa ganar, se pierde por goleada, por G. Mazzi

 Está llegando al final un torneo de "máxima velocidad" que conspira contra el sentido común y estético del juego. El fútbol se ha contaminado por una considerable invasión de partidos que se disputan todos los días, a toda hora. Con prisa y sin pausa, el atolondrado calendario pre-mundial exacerba el resultadismo y promueve aún más la intolerancia. Han proliferado los equipos que jerarquizan la cautela, porque el sistema así los obliga. “Importa sumar, y si ganamos mejor” es el “leimotiv” en los vestuarios. Entonces, sólo se consagra la victoria sin importar el camino que se deba recorrer para conseguirla, y en esta locura que envolvimos el fútbol, a la mezquindad se la confunde con capacidad, y el desprecio por la pelota pasó a ser sagacidad.

Hoy se privilegia el esfuerzo y no el juego. Se marca, se pone, se corre. Todo lo que depende del sacrificio, el fútbol argentino lo conserva. Lo que falta, lo que estamos descuidando cada día más es la esencia. Tener la pelota, jugar con ella, para algunos entrenadores dejó de ser el valor más preciado de este deporte. Sobra intensidad y falta contenido, y lo extraño, es que muchos celebran la abundancia de algo accesorio, sin alarmarse por la escasez de lo esencial.

El juego, hace rato que perdió por goleada, aunque paradójicamente sólo importe ganar. Nos hemos acostumbrado a un fútbol precario, repleto de "inteligentes" que trabajan los partidos. “La dinámica de lo impensado” se detuvo en el tiempo y “la entrega” dejó de tener ciertos complejos, para convertirse en uno de los atributos vitales en un equipo que se precie de tal. Jugar a la pelota cayó en desuso y el espectáculo propiamente dicho es un espanto. Lo llamativo es que nadie piensa en organizar mejor. Nadie da señales de reconstrucción. La prensa también cooperó sistemáticamente con un mensaje perverso que endiosa a los exitosos y humilla a los perdedores. Si hubiésemos entendido el fútbol como un espectáculo para toda la familia, hubiésemos colaborado en difundir y aceptar que una victoria sin méritos no es una victoria.

Al fútbol criollo lo sostiene la pasión de su pueblo. Ya no hay más meros espectadores. El fútbol tiene fanáticos, que a pesar de la fuga incontenible de calidad, persisten en su genuina condición de acompañar siempre. Hasta parecen impulsados a las canchas por la misma pobreza. Da la sensación que tener aguante en las malas los enaltece y hasta les da más prestigio. Hablo de los fieles seguidores y no de las barrasbravas. En estos tiempos a los simpatizantes les interesan los colores de su camiseta y poder ganar. El resto da lo mismo.

La vigente modalidad de campeonatos no respeta los tiempos de formación para equipos y jugadores. La desesperación domina todo, el apuro contagia en forma impiadosa a los protagonistas y la plaga del miedo se expande sin control de Ushuaia a La Quiaca.
La veloz competencia, cruel o maravillosa según la cara de la moneda que salga, empuja a los entrenadores a obedecer el instinto de conservación y darle prioridad al arco propio. Así el fútbol es el único fenómeno capaz de producir un resultado inexplicable: a peor calidad, mayor concurrencia. Hoy los hinchas se preocupan más por la testosterona y no por el juego, y así se ve a los futbolistas corriendo más que la pelota con una irritante predisposición al choque. Sigue habiendo más apego por el pelotazo, a las patadas y a la destrucción… que predisposición por la creación propiamente dicha. La inspiración y la fantasía se rinden a los pies de la cruel potencia física, que hizo estragos en la calidad para solo agigantar la cantidad… de burros que ganaron lugar y uno debe soportar maltratando “la redondita”.

Tan formidable es el notorio negocio, que a pesar de cómo se descuidó el producto, la maquinaria sigue funcionando y creciendo cada día un poco más. Hay una tradición por el deporte más popular que se transfiere de generación en generación. Hay historia, hay pasión y un amor incondicional por los colores. Es por ello que la demanda no merma, a pesar de que estoy convencido se podría cuidar más el espectáculo. No se trata de nostalgia ni de romanticismo… se trata de concebir un fútbol mejor. Definitivamente, pude comprobar que uno no valora lo que tiene, hasta que lo pierde, como nos pasó con el prestigio que supimos conseguir y que tanto despilfarramos. Pasamos de ser una potencia del balompié mundial, a un harapiento mendigo de fútbol que anda por los estadios suplicando aunque más no sea: “Una linda jugadita por el amor de Dios”.