"Angel Di María, bendito es el fruto de tu gol salvador"

La más clara aparición en una jornada gris del mejor jugador del mundo para servir el gol del elenco de Sabella, se llevó todos los comentarios, pero el partido dejó demasiados elementos de análisis. Si el que los evita (Romero) o el mismísimo palo son más influyentes que el que los convierte. Y si los que están para marcar (Mascherano, Rojo) juegan mucho más que aquellos que deben elaborar, los indicios son absolutos. La victoria por ese rapto de inspiración final, con Di María transformado en héroe de la jornada, no encandilará la opaca expresión de los nuestros en 120 minutos.

El fútbol como el trayecto al paraíso está plagado de muy buenas intenciones, pero ante San Pedro igual que en la cancha, son necesarias respuestas convincentes, terminantes, con carácter y personalidad. Las puertas del cielo se abrieron sobre el final para la selección Argentina y no precisamente porque el equipo ofreciera estas cualidades en el juego. Se abrieron porque contó con un incansable “Angel” que no se conformaba con dejar su futuro librado al azar de los penales. Cuando el partido languidecía, cuando los signos vitales de sus compañeros parecían extinguirse, Messi salió de su apatía, los suizos creyeron ver la bandera de llegada y el turbo que tiene Lionel en su motor (que por ahora apareció poco), le dio la aceleración final a un equipo que era un manojo de preocupaciones.

Minuto 117. Con la misma intensidad del comienzo del juego, el “Flaco” se lanzó al vacío acompañando al “10” por enésima vez. Messi, a quien admiro hasta el hartazgo, estaba escondido. El fuego sagrado, las ganas, el entusiasmo de Di María contagió al extraviado astro. Lio fue generoso con el batallador carrilero. Apiló un par de rivales y le cedió la pelota y los méritos al que más empujó al equipo a cuartos de final. Di María fue el maestro de la épica. Nada ni nadie lo intimidó. Ni los rivales, ni el reloj, ni los relajantes brasileños que se relamían con la posible desgracia ajena. Cuánto más alta es la montaña, más fe se tiene para escalarla y hacer cumbre. Y llegó ese alfil albiceleste que con velocidad, técnica y guapeza, destrozó la trinchera suiza.

Es cierto que la historia podría haber sido diferente si la resistencia europea aguantaba tan sólo un par de minutos más. Fue el rosarino el único que siempre entendió en donde estaba el talón de Aquiles del rival y no paró hasta derribarlo. El estallido no debe engañar aunque siempre haya un bombero capaz de sofocar el incendio a tiempo. Siguen sonando las alarmas de un equipo que se muestra desequilibrado atrás, lento en el retroceso y con falla en las coberturas. El final fue para el infarto. Cuando al alargue solo le quedaban segundos y nos relamíamos con la clasificación, el palo derecho de Romero y, hasta una carambola, evitó que la definición del duelo se diera desde los doce pasos. Todo a favor. Si ganar era lo más importante, el triunfo se transformó en lo único. Respuestas individuales deficitarias. Sólo se destacan Mascherano, Rojo y el goleador de la tarde. Poco de Messi. Rebeldía nula y severos llamados de atención que pueden corregirse, pero cuidado que ante peleadores de otro porte podemos recibir el golpe de nocaut.

Llegan los cuartos de final, instancia traicionera para los argentinos en los últimos mundiales. Los rivales serán más poderosos y no perdonan. Los "diablos rojos" belgas serán nuestros rivales y los que puedan mandarnos directo al infierno si no mejoramos un poco. Argentina convive muy mal con la obligación de exponer su superioridad ante adversarios que asoman como más débiles. No hay modo de establecer diferencias sin criterio, despliegue y ambición. La jerarquía individual se licúa si no hay movilidad y predisposición para jugar en equipo.

Hoy la mención de honor se la lleva Ángel Di María, el socio del silencio. Nunca reclama protagonismo, difícilmente salga en la portada de las revistas u ocupe el poster central. Sin embargo, mientras sus compañeros, expertos en el arte del marketing y valuados en sumas tan obscenas como multimillonarias, rebotaban de modo insistente y sistemático ante ese grupo de espartanos vestidos con camiseta roja, él no claudicó en la búsqueda. Su momento cumbre llegó con la conquista de un gol tan vital como necesario, aunque su aporte de principio al fin fue excepcional, generoso, conmovedor. “Fideo” fue puro corazón. Ese símbolo que dibujan sus manos que acompañará al espigado futbolista en sus instantes más prósperos. Bajo su endeble apariencia, el muchacho de orejas grandes, nariz puntiaguda y sonrisa tímida, esconde una personalidad humilde, seria y sabedora del privilegio que le ha concedido la vida: llevar con su “corazón de león” a todo un país a los cuartos de final en un Mundial.

Brasil 2014 te salve Di María
Lleno eres de gracia
El país está contigo
Bendito tu eres entre todos tus cansados compañeros
Y bendito es el fruto de tu gol salvador
Angel Di María, sangre y sudor
Rogamos por tu sacrificio y tus goles importantes
Ahora y sobre la hora… GANAMOS...!!! Y seguimos en la copa del mundo.