La Salle en su hora más gloriosa, por Gustavo Mazzi
La Salle es la escuela, los amigos, el club, la identidad, la comunidad. El idealismo es total, la pureza se mantiene, la esencia romántica de aquel despertar no ha sido tentada ni superada. La Salle es mi equipo campeón en 9na división a fines de los setenta, mi cercanía al lugar más puro de la infancia. Es la sensación de disfrutar otra vez de una satisfacción que jamás se borrará. Esas que solo da el fútbol.
Hoy quisiera ser imparcial para profundizar en un logro que realza la imagen de nuestro deteriorado fútbol amateur, pero no puedo, o en todo caso no quiero, porque La Salle es parte de mis días felices. Fue mi niñez. Una palabra tan corta como el tiempo que tardamos en superar esa etapa tan cálida y frágil de la vida. Aflora el recuerdo de tardes de aventuras para nuestras mentes ávidas de emociones, y dispuestas al gozo eterno de tantos sueños “cara sucia”. El ascenso del sábado supera el logro en sí mismo. Maravilloso, único, inobjetable. Estos "atrevidos insaciables" acaban de ganar un partido de fábula, de esos que se filtran en la historia a golpes de emoción. En algún punto de mi ser, en lo más profundo de mi corazón, siento que al Argentino B llegamos todos. Estos pibes del compromiso profundo y la fe intacta. Y nosotros también. Ascendió desde el entrañable Rubén Sabena hasta el recordado Jorge Degano; y también Lapalma y sus muchachos. Pretel, Molinari, Juan Bruna y Javi Fonseca; Facu Dellara, Juan Bianco, Nico Iparraguirre y Agustín Zapata; Bertozzi; Sarchi, Nico Bianco, Galateo, Rodríguez y Milesi. Pero son muchos más.
Con el paso del tiempo sigo aferrado a la camada de Hombres Sensibles que siguen pensando que el fútbol es un juego perfecto, y debemos respetar a los cracks de ayer tanto como a los héroes de hoy. Entonces me elevo en un homenaje sincero para aquellos que regaron de sudor la gramilla ordinaria de la vieja cancha al costado de la temerosa cava, en Cabaña Leiva, donde hoy emerge un coqueto campo de insipiente césped verde. Cómo no detener el tiempo un instante y entender que en este momento necesito recordar también a aquel equipazo de mocosos imberbes que se forjó en una cancha de papi fútbol, en el mismo patio de la escuela, como tantos otros. Mi memoria se infla y me emociono recordando las paredes de ilusiones en la inocencia de los sueños de Martín Cuestas, Diego Sales, Darío Sabena, Fran Pizzi, Eugenio Wade. "Nano" Giusti, "Pato" Mas, Ricardito Abelendo. O de los más tarde profesionales Leo Sciacqua y Pablo Bezombe.
Yo apenas cumplo con homenajear en estas líneas a mis ex compañeros y amigos, y a los miles de pioneros que impartieron una ética, una estética, tal vez una cultura, cuyo inapelable resultado son los goles memorables en el reciente y exitoso Torneo del Interior. Estos chicos generaron respeto, admiración, orgullo y emoción. Agotaron las palabras. Pero al mismo tiempo dieron cada vez más motivos para escribir sobre esta hazaña. Estos gigantes que en el campo, recogiendo el viejo mandato de aquellos ilustres próceres, jugaron como nunca para ganar como siempre. Lamento profundamente los indeseables momentos vividos sobre el final del partido. Aunque exagerados por la visita, merecen la condena de propios y extraños. Porque la tarde tenía otro brillo como para que un estúpido opaque la gala, y este comentario.
Ningún olor me recuerda más la infancia que el campo de deportes del colegio. Ahí donde dirimimos nuestra personalidad y aprendimos a jugar, a marear, a respetar al rival y a asumir la adversidad. Pocas pesadillas me atosigan más que volver a creer que tengo 10 años y que juego aquella final con el escudo pegado en el corazón y con esos colores que tanto aprendí a querer. Siento que floto en una excitación definitivamente sin edad. Será que La Salle es un puente que perpetuamente me conduce a mi viejo que ya no está y que también se educó y crió ahí. Ya perdí la noción cabal del tiempo en el que estoy y en el que escribo. Estoy en una nube de fútbol y sueños, volcado en el mundo lasallano. Siento un deleite constante porque todo me llena de orgullo. En mi mente surcan y reaparecen todas esas historias concebidas en Cabaña Leiva. Pero también tengo un parate obligado en este presente cándido. Nicolás Bianco acaba de sellar el resultado, torciendo la historia para siempre. Viajo en esa pelota que será el gol que quedará inmortalizado. El tibio remate sorteó a un arquero horrorizado en la certidumbre que esa bola no entraría. Pero cayó contra la red vencida para el resto de la eternidad. Nico no sabe bien lo que pasó. Ya tendrá tiempo de darse cuenta que en la suela de sus botines estábamos todos haciendo un poco de fuerza con él.
En mi imaginación hay más protagonistas que estos valientes vencedores. En esa consagración están todos. Juanchi Pizzi, Cristian Sola, De Iriondo, Favini, Tuosto, Prazenica, R.Romero y Martini.
Está Lisandro Carnevale apegado al proyecto como pocos, bancando los “trapos” en las buenas y mucho más en las malas. Si hasta me imagino acompañando al equipo por el andarivel izquierdo al bueno de "Lucho" Zavagno. También está la zurda mágica del “Turquito” Rahiel. Y pasan Ambrosini, Dani Cerutti, "Tito" Mignola, Javier Cullen, todos tienen un lugar en esta historia.
Como no recordar las atajadas de “Perico” Pérez, al Ale Curcio, al “Sapo” Meizner, a Lertora, Viel, Marcelo Micocci, "Tavo" Marín y me detengo, me emociono con el "Monito" Roteta, "pedazo" de tipo que cruelmente se fue antes a las duchas. Vuelo y lo veo al “Gringo” Oliva, a Neira, Edu Bezombe, “Pelusa” Algosino, “Cachete” Degano, Gustavo Martínez, Bruno. Como no voy a mencionar al incansable de Pablo Peón. Sumo y sigo con el eterno goleador “Beto” Botta. Cuánto mercía el "Beto" un gol como el de Bianco. También están el Patón Aguirre, Kudelka, Carlitos Iparraguirre, Penciero, el "Flaco" Romero… y muchos más… o ya no puedo más.
Créanme que tengo, como tantos otros, como todos ellos, sobrados méritos para vivir semejante emoción. Para disfrutarla hasta la borrachera. Para que el festejo sea inacabable. Los merecimientos están ahí, se exhiben y se dejan ver. Nada se puede construir firme y sólido si no hay memoria. Nada puede transmitirse si no se lo hace con la pasión de Juan Carlos Lapalma, genio dentro y fuera de la cancha. Un técnico que produjo contagio masivo de pertenencia, compromiso, humildad y buen fútbol. Tengo las fotos de aquellos años felices guardadas en mi casa paterna. Tal vez algún día reúna el coraje suficiente para ir a buscarlas. No lo sé, temo que si abro la bolsa se escapen los duendes de "Juanchi" "Edu", "Ipa", como todas estas lágrimas...
Hoy Sres, aquellos «sueños de pibe» son la realidad de estos muchachos que lograron los que nunca otros pudimos, salvo en aquellos sueños, que ahora revivo con el mismo fervor de siempre y que no voy a sepultar jamás. Aunque los caminos de la vida separaron nuestros puertos, hoy he vuelto a mi querido colegio caminando lentamente con mis recuerdos que desbordan mi memoria.
Tengo entre mis manos las imágenes de una victoria reciente que ya se pesa en la balanza de la gloria, porque estos pibes lograron transformar la historia como nunca antes, con un ascenso que quedará grabado en los renglones de los añejados cuadernos, con una letra imborrable que guardaremos para toda la vida. Porque yo también ascendí al Argentino B.
Algunos cardiólogos nos habían avisado con las precauciones del caso, que el exceso de felicidad puede ser peligroso para la salud. Numerosos "Lasallanos", que parecíamos condenados a morir de aburrimiento, celebramos ese riesgo, y las calles de Barrio Candioti fueron otra vez mucha fiesta. Al fin y al cabo el derecho a festejar los méritos propios es siempre preferible al único placer que le queda a Inmaculada… esperar siempre la desgracia ajena.