"MI GRAN DEUDA MORAL" Por Gustavo Mazzi

 De entrada quiero decirles que estas líneas carecen de la más absoluta objetividad. Es tanto lo que tendría que escribir sobre él que todo lo que diga será muy poco, será pequeño… entonces, cómo hago, me pregunto. Sigo con otra cosa y no pierdo el tiempo, ni yo ni Uds que seguramente pueden sentirse estafados por alguien que acumuló hasta aquí 59 palabras para no contar nada. Es que es tanto el afecto que le tengo, el respeto que le debo, que caeré fácilmente en lugares comunes y quisiera evitarlo. Yo siento que a este tipo le debo poco menos que la vida y no es mi viejo. “Que larga la introducción para no decir nada”, estoy pensando y seguramente vos también. Él no. Él, que seguro va a leer esto sin que yo se lo pida, ya intuye que hablo de él. Porque así fue siempre. Este caballero tiene un olfato goleador al estilo Arsenio Erico, Batistuta, el “Bichi” o el mismo Mario Alberto Kempes; como le gustaba a él. En lo más profundo de mi ser admito que “mi gran deuda moral” halla sosiego dedicándole estas palabras.

Es raro. Yo me redimo ante su figura por todo lo que representa en mi vida, y no encuentro la forma de agradecerle que mucho de lo que soy, se lo deba a él. Es que el tipo convive todo el tiempo con el elogio fácil y no quiero que este sea uno más, o uno menos. En mi ex profeso papel de actor de reparto siento que mi función en su vida es “bajarlo a la tierra” con el afán de “ubicarlo”, y ahora me doy cuenta que por este ejercicio feroz e inhumano, tal vez en algún momento encomendado no lo sé!, fue que me convertí en un “asesino” de su ego, más que en un protector de su imagen. Justamente yo con todo lo que lo quiero, con todo lo que le debo, soy el que suena distinto en la sinfonía halagos!!!

Debería aclarar que no siento celos de él porque todos sus logros son míos… y sus fracasos también. Algo que este buen varón sabe tanto como yo! Siempre fue un número uno y marcó el camino con cuatro años de diferencia. Admito que era el primero en llegar en las carreras de autitos de colección en la casa de la nona. Era el de mayor cantidad de triunfos en los torneos de botones. Me aplastaba al ping pong. Pero no le puedo perdonar haberme condenado a la tremenda injusticia de ser Robin en las aventuras de barrio Candioti cuando por la tarde, a la hora de la pelota en la verdea, se escapaba del picado para transformarse en un una especie de “Batman Super Star”. Y yo eraaa Robiiiin! Pueden creer! El maricón de Robin era!!! Y lo seguía… que castigo!

Creo que algunas “heridas” no cicatrizaron, y por haberme condenado a la absoluta decadencia de ser Robin, es que seguramente hoy cada vez que lo enfrento siento la obligación de decirle las cosas que están mal, o que no hizo. Porque el tipo no para de hacer, y se equivoca como todo aquel que hace y sueña y se reinventa; mientras yo asomo con la puntería de un franco tirador, que destruye sus interminables fantasías portando el arma letal de “la dura y cruda realidad” que ajusticia sus sueños, convirtiéndome así en un impiadoso “asesino serial” de este muchacho de barrio con cara de iluminado, con esa fe de converso, con esa certidumbre de profeta… hasta de elegido!

Su nombre propio eclipsó el apellido. Es que el tipo irradia tanto carisma que su calidez supera ampliamente sus virtudes profesionales, y eso que son muchas. Pero mal podría yo hablar de sus bondades frente a un micrófono, acaso porque no puedo salir de mi rol de “criminal de sus vanidades” o porque simplemente no corresponde redundar sobre algo que cuenta con más de 28 años de vigencia en la radiofonía santafesina. Y los éxitos no se discuten. Aunque valdría detenerse en fenómenos de “largo aliento” en un ámbito tan feroz como el periodismo, donde todo se recicla fácilmente y los “clásicos” ahora, tienen apenas un par de horas de vuelo (en el aire).

El personaje en cuestión está casado, tiene casa y muchos hijos. No entienda mal. No es este el momento ni el lugar para hablar o juzgar los dislates de su vida privada, gimnasia que se practica con asiduidad en nuestra patria chica y a la que debe estar sometido alguien de su pedigree, admitiendo que estos también son “gajes del oficio”?. Él está casado para siempre con el relato. Su amor eterno es la radio. Existe una simbiosis perfecta entre él y la radio. Una relación genuina, única, fiel, perdurable con el paso del tiempo. Una reciprocidad que conserva una alta dosis de romanticismo.

Su casa es LT10, su dormitorio la oficina de deportes y sus hijos, fruto del amor incondicional por la emisora, son los tantos periodistas que están diseminados en los medios santafesinos y que “vieron la luz” junto a él. Como quien suscribe, un indeciso estudiante de medicina que se inició en estas lides a fines de los ochenta respaldado por muy pocas virtudes, pero fundamentalmente, por la pasión de alguien que creyó en mí más que yo mismo. Está claro que él es periodista de vocación y yo por adopción.

Es admirable. A este muchacho nada lo detiene. Ni un terrible accidente, ni los avatares de la vida cotidiana, ni la ronquera por los traicioneros nervios. Siempre listo para un nuevo emprendimiento, para un nuevo proyecto. Con la camiseta bien puesta para jugar siempre con el corazón caliente, aún a costo de errar por su desmedida pertenencia. Doy fe que ningún otro medio pudo seducirlo más que su querida radio y eso que siempre anda con el sí fácil ante propuestas más o menos tentadoras.

Tampoco es cuestión de que yo me ubique en el bando de sus perpetuos halagadores, rol en el que jamás me gusta estar, acaso porque sería incapaz de condenar a mis amigos al tórrido suplicio de leer o escuchar elogios hacia alguien que quiero. Pero hoy le di descanso a mi maldito orgullo, le hice una gambeta “maradoniana” a mi timidez y me lancé con verticalidad al mejor estilo Caniggia frente a Brasil en Italia 90, para dejar los prejuicios de lado y grabar para siempre, lo que este cristiano se merece de mí.

Es que mis “largos” años, el corazón, su también prematuro “abuelazgo”, la vida misma me depositaron en este lugar, aquí y ahora, casi sin darme cuenta. Estoy como un boludo tratando de manejar las emociones e intentando seguir, porque lo que necesito es saldar aquellas deudas que yo mantengo con él desde lo más profundo de mí ser. A él le adeudo la ternura de aquellos años inocentes de la infancia. Todavía no pagué las palabras de aliento a la vuelta de Rosario o el abrazo eterno a la salida de la unidad coronaria. Le adeudo el compartir el día a día con tanta tolerancia, le debo “el oficio” y hasta su calidez en mis enfados, que perturbó sin querer alguna vez nuestra armonía. Si hasta le debo los arrebatos de humor, la negligencia, los temores y las constantes vacilaciones.

A este tipo le debo su amistad, que superó ampliamente la estrecha relación familiar, la que jamás se resquebrajó aun en la más cruel tempestad. Sepan Uds que aquello de Robin lo superé con el tiempo sintiéndome Tarzán, aunque para entonces él ya era King Kong, no sólo por su disfraz, sino por lo grande que era en todo sentido, incluso por su corazón. Les advertí en el inicio que con este comentario no estaría a la altura de las circunstancias, simplemente porque aún siendo periodistas, hablar sobre un hermano en este lugar: “no tiene buena prensa”.