Un hombre no es sólo lo que vive, sino también lo que sueña
El “Maracaná” está otra vez colmado. Con sus fantasmas históricos y sus duendes nunca callados. Postal única y sublime del fútbol de todos los tiempos. Aquí vive la leyenda de Uruguay del 50, esa de la que tanto me habló mi viejo. La que no podrá reivindicar Brasil en su segundo Mundial. Ya no habrá oportunidad de redimirse de esa vieja historia que avergüenza a los locales. Hoy estamos nosotros y los alemanes. También están ellos brotados de rabia, indignos, degradados, ultrajados, alentando a un equipo que, no solo los dejó sin final, sino que los dejó de rodillas, humillados hasta la exageración. La “torcida” acumuló tanta desazón… que ahora se lanzan con furia contra la Argentina convencidos que la desgracia ajena los hará sentir un poco mejor. Pero “como dice el Negro Jefe, los de afuera son de palo”.
Es hora que comience la función para la que todos ya estamos preparados. De Ushuaia a la Quiaca no hay neutrales. Solo dos colores y todos unidos después de tanto tiempo. Hay un país orgulloso de quienes nos representan. No cometamos la estupidez de caerle a los que desconfiaron o los que se adueñaron del éxito. Vaya cada uno con sus miserias a otra parte. El paso del tiempo ayudó a corregir la mirada y hoy el conjunto de Sabella, se encuentra a las puertas de lo que tantos sueñan y muy pocos logran. No perdamos tiempo… Al menos yo no lo pierdo en nimiedades. Su protagonismo en el Mundial le permite pelear con convicción ante los duros alemanes para alcanzar la postergada gloria.
Trato como vos de poderme explicar qué se siente Brasil no estar en la final. Y los entiendo… “Tristeza nao tem fim”. Uno se cree que es fuerte y la selección nos hace temblar. De pronto, emerjo a los pies de una multitud vociferante. Me aturden con su canto eufórico. Me ahoga, me sofoca la muchedumbre. Trepo a lo más alto de las gradas y me agito, pero me sumo al vértigo que resuma esperanza y desbordante optimismo. Somos todos amigos aunque no conozco a ninguno. Nos abrazamos, nos contenemos, nos alentamos. Se me eriza la piel. Los puños cerrados se crispan y un alarido portentoso acompaña la salida del equipo de Sabella al campo de juego. Estoy en medio de una euforia descontrolada, de minutos eternos e interminables como cuando el viernes esperaba el alta médico para estar aquí. “Cuidado con las emociones” dijo el joven Doctor. Un brasileño haciendo la residencia en Santa Fe. Pobre infeliz.
Cuando uno es contemporáneo de algo trascendente agradece formar parte de esta era. Y estos son los días que no se olvidarán jamás. Pasarán los años y contaremos donde vimos y que hicimos durante los penales frente a Holanda. Y este domingo también será inmortal. No importa el resultado. Al diablo con el inconducente exitismo. Si la Holanda del 74 fue prosa, el Brasil de 1970 es poesía pura, Argentina 86 fantasía… esta selección será pasión, coraje, corazón. Eso. Puro corazón, sin depender del corolario de la justa deportiva.
Mientras elevo mis brazos al cielo y le doy gracias a Dios por la vida, por este momento, por esta oportunidad de estar en una final de la Copa del Mundo con todos ellos, con todos ustedes, comienzan a sonar las primeras estrofas del Himno Nacional. Siento en carne propia como se me debilita hasta el alma con el rugir de mis compatriotas. Es en ese preciso instante cuando veo a mi viejo en el Maracaná. Sí. Mi papá está con su gorro “Piluso” de siempre, pero celeste y blanco, con la cara pintada como tantos otros, en este lugar de fantasía para dos “futboleros”. Para dos grandes amigos. De repente, advierto como sus enormes ojos sorprendidos e incrédulos se humedecen de emoción porque volvimos a estar juntos otra vez en una cancha. Perdón, en la final!!! Un escalofrío me congela. Floto en una alegría pavorosa que me saca de esa ebullición. Me abraza feliz! Es él!!! Una lágrima traicionera lo sorprende y se hace el distraído como siempre para que no lo note. Es él!!! Con una voz tibia que no pretendía disimular la magnitud de lo que me estaba pasando sólo le dije “estamos otra vez juntos en el lugar que tanto soñamos\\'\\'. Me fundí en un abrazo de gol perpetuo, acaso como el de Maxi Rodríguez con Chiquito Romero después de sentenciar la historia frente a Holanda. Yo, que tanto imploré por un triunfo para ver un rato más a mi país feliz, para que no tengamos que contar o escribir más sobre la pertenencia sin haberla abrazado, tocado, disfrutado; al mismo tiempo vuelvo a sentir el latir frenético del corazón de mi viejo en mi pecho. Es un domingo pletórico de emoción. Argentina, una final, mi viejo, la cancha. Increíble, soñado…
De pronto, siento que las luces del estadio se prenden??? ¿Pero cómo… si es plena tarde en Río de Janeiro?! Me pregunto incrédulo, será que este gran teatro luce mejor con luz artificial? Alguien me llama: “Papá, papaaaaá”. Me doy vuelta. Miro sin ver. No entiendo nada… ¡¡¡Es mi hijo Francisco. Es mi casa. Es mi habitación! Pero cómo…! Y mi viejo, y el Maracaná?!
Domingo 13 de julio, 15,59 horas, Santa Fe, Argentina. “Papá, levantate que comienza la final”. Lloré como el pibe al que un auto le reventó la pelota jugando al fútbol en las calles del barrio...
Los sueños nunca desaparecen, siempre que las personas no los abandonen. “Mi sueño es la fina mezcla, entre la risa y el llanto, donde mantener la calma, para poder gritar cada tanto. Aunque a veces no lo logre, voy a seguir intentando encontrar el equilibrio, o por lo menos no voy a dejar de buscar”. Porque un hombre no es únicamente lo que vive, sino también, lo que siente y sueña. ¡Vamos Argentina!