Hemos olvidado el gran valor que tiene la palabra, la que se dice y la que se calla, la que se da o la que se pide. El vocabulario nos define y la forma de hablar nos delata.

Nuestras palabras forman parte de nuestro patrimonio. Con ellas nos han narrado historias, cuentos y leyendas. Hemos nombrado objetos de los que solo se recuerda eso, su nombre. Hemos inventado palabras nuevas, sonoras, que nos matan de nostalgia al escucharlas, y que funcionan igual que las imágenes, que los aromas.

Podríamos seguir teorizando sobre la riqueza de la palabra, pero creo que no tiene sentido, pues estoy seguro que todos los que están leyendo este texto, están convencidos de la existencia y la importancia de este valor esencial que poseemos los seres humanos. Lo que sí quisiera es implicarlos en su defensa y en su recuperación.

Ayer fue testigo de la perfecta utilización de la palabra como único recurso, como herramienta esencial para cautivar al ávido auditorio. La nitidez del mensaje y la lectura de textos bien pronunciados y actuados, llamaron la atención de un grupo de personas que solo fueron a ESCUCHAR. Fue un instante sublime para simplemente oir voces y al mismo tiempo sacar a pasear todos los sentidos. La imaginación, que siempre es gran protagonista en este juego de dejar volar nuestras fantasías y sumergirse en un mundo dibujado solo por la intensidad de las palabras, nos llevó a lugares impensados, irreales.

Es cierto que desde hace ya varios años el Radioteatro empezó a languidecer y sin que nadie se diera cuenta casi que ha desaparecido. Para muchos de los cultores del género, el Radioteatro está muerto y sin posibilidades de resucitar. Sin embargo, anoche en UPCN y bajo la supervisión de Walter Alemandi, se notó que tímidamente, entre sus cenizas, un grupo de personas fueron al rescate de aquella vieja forma de comunicación y entretenimiento; con pasión, dedicación y vocación avivaron una pequeña llama. Una muestra acabada más, de que lo “esencial es invisible a los ojos”