"Porque un partido no sólo se juega en la cancha" por G.Mazzi

 Maximiliano es un muchacho tranquilo, pero desde hace varios días vive alterado, ofuscado, inquieto, enojado. Maxi es único hijo y comparte el seno familiar con Mafalda, su mamá y jefa de un hogar de sólo dos integrantes… y “Carcuha”, su perro mestizo cruza de bóxer con pekines, insoportable hasta la exageración. Maxi nunca supo de su papá y Mafalda, más conocida como Chuchi en el barrio Sargento Cabral, fue quien se encargó de criar y cuidar del pibe durante toda su vida. “No sé que le pasa al nene, está raro, no come, pidió licencia anticipada en el trabajo y tengo miedo que lo rajen. Si hace poco entró. Con lo que le costó conseguir un empleo y la falta que nos hace en casa. No sé, estoy re preocupada”, dice con voz entrecortada la siempre protectora madraza, en charla con Vero, la maestra de al lado, vecina de ellos desde hace años, pero además, madrina del pibe. Maximiliano había planificado desde agosto las vacaciones en Gualeguaychú con sus amigos de toda la vida, pero extrañamente se alejaron del proyecto sin que nadie dijera nada. Está claro que algo no anda bien, más allá de la mirada maternal con algún tinte extremista, como a veces suelen tener nuestras madres.

Hace unas horas, en el bar de Don Pupo, una cantina a la vieja usanza, donde se mezcla el almacén de ramos generales con un pintoresco bar teñido en rojo y negro, destinado a las reuniones entre amigos cuando cae el sol, se oyó a alguien decir: “Si esto sigue así, no nos vamos a ningún lado. Tengo una calentura que no doy más”. El mensajero de un discurso tan corto como letal era el Santi, que tenía más noche que la luna y más joda en el verano que el Faro de la Costanera. Lo extraño fue que nadie se paró de manos para iniciar un simulacro de pelea que siempre tenía como objetivo comenzar a discutir el destino del veraneo. No todos estaban conformes con ir a Entre Ríos y uno de ellos era Santiago. Pero nadie acotó nada. Las vacaciones tan esperadas habían dejado de importarle a los muchachos, que juntaban de a monedas para irse en carpa a recrear un pasado juvenil no tan lejano en el tiempo. Se nota que hay un motivo tan doloroso como inoportuno que aqueja por igual a toda la barra.

No se trata de una enfermedad de ninguno de ellos, ni de un familiar en problemas. Todos tienen un laburo del que se jactan para ayudar a parar la olla en casa, para poder bancar la birra, el fútbol 5 dos o tres veces por semana y además, juntar “para ir a algún lado todos juntos en enero”, como dicen ellos. En sus caras se advierte que el problema "no es de vida o muerte… es peor". Porque para todos aquellos cuyas vidas transcurre entre un partido y otro, ver como se perdió en Mar del Plata, Misiones y La Paternal fue muy doloroso. Haber sido humillado por los sanjuaninos en sus propias narices, resultó grotesco. Que asciendan los primos, un mal trago. Ahora… copar Pergamino, llenar la cancha de “neutrales”, capear semejante temporal de lluvia y viento, alentar casi sin respirar, transpirar más que los jugadores para semejante bardo… fue fulero. Decepcionante, doloroso, hasta desgarrador para corazones nobles, fieles e incondicionales a esta pasión. Es cierto que los análisis y comentarios son más cuerdos y sensatos a medida que pasan los días después de la dolorosa caída. El revuelo lógico que irrumpe después de un pésimo partido queda apaciguado con el paso de las horas. Pero ellos no entran en razón, porque ya no es un mal partido ni dos, son varios y preocupa. Obvio que los preocupa, los exalta y les quita el sueño. “Jugamos otra final como con Olimpo o como contra Rafaela. Será posible…” manifiesta Maxi y se meten la conversación definitivamente con sus amigos hinchas de Colón.

“Estos tipos son tan perversos que van a ser capaces de cagarnos las vacaciones. Hasta eso…”, se queja deliberadamente el Maxi con voz áspera y ojos vidriosos provocados por la fina mezcla de la cerveza y el dolor por la reciente derrota, mientras el resto asiente con sus cabezas. Ellos descubrieron que el GPS alertaba sobre la posibilidad de estrellarse y Osella siguió acelerando hasta que finalmente se estrelló, y ahora es “el bueno” de Merlo quien tratará de conducir el averiado barco hasta la orilla en la última fecha.

“Mostaza los tira en la cancha y cada uno hace lo que puede, muchachos. No me vengan que hay trabajo, táctica. Somos un manojo de nervios que llevamos la pelota para adelante y vemos si hay alguien en el área para embocarla. Esa es hoy la nuestra, no me jodan con tanto chamullo de cómo prepara el partido el estudioso del técnico. Hace rato que no jugamos a nada. No me hagan hablar…”. Y se calla. Es la opinión del veterano de la mesa y “dueño de la pelota”. Don Pupo. El propietario de la cantina, no opinó, sentenció, y el resto escuchó con un silencio reverencial al más experimentado, quien se refería a una especie de estrategia anárquica que hoy posee Colón en la cancha, lugar donde cada uno va por su cuenta.

Siempre ha sido tarea intricada el equilibrio entra razón y emoción. Y siempre lo será. Y aún más cuando se ama con la más absoluta pasión. "Yo no lo puedo ver a Colón así por culpa de un maldito impostor. Vos sabes lo que lloré el día del descenso en Rosario, me escondía para que no me vieran mis hijos y mi mujer", cuenta Martín Antonio envuelto como siempre en la pilcha sangre y luto, porque no concibe jugar un picadito con los amigos si no es vestido de Colón.

“Te entiendo perfectamente Martín”, dice el Fulo desde otra mesa. Ya la charla invita a participar a propios y extraños, pero siempre identificados con la misma causa. “Nos fuimos a la B en los escritorios, viejo. No nos dejaron jugar con lo rafaelinos. Una cosa de locos. Que alguien me diga acá, cuál fue el último equipo que no se presentó a jugar un partido? Para colmo terminamos definiendo contra ellos”. Ya casi enajenado y envalentonado en la crítica, Fulo no se detuvo. “Nos chorearon seis puntos porque a un tipo se le antojó no pagar. ¿Somos los únicos deudores del fútbol argentino?! Nos hicieron la cama loco… hay que decirlo con todas las letra”. Mientras el grupo escuchaba al orador de turno como si fuera el discurso del presidente de Estados Unidos luego del atentado a las “Torres Gemelas”, el hombre siguió con su improvisada perorata, de palabras simples pero muy sentidas. A corazón abierto se siguió manifestando. “Acá para mí nos pasaron facturas por el vendedor de humo que teníamos al frente del club y no mandaron a la B. Muchachos es una realidad que no necesita explicación. Habla por sí sola. Nunca pensé que uno de los goles que más iba a gritar en mi vida iba a ser contra Ferro. Mirá…” Fulo interrumpe la alocución por una traicionera carraspera producto de su emoción. Nadie habla. Retoma para decir. “El que crea que Colón es lo más importante de lo menos importante como dijo el tano ese (Arrigo Sacchi), puede saber de fútbol pero no sabe nada de Colón. Nosotros somos como una religión, el negro es mi vida, la de mi familia y seguro la de todo ustedes. No me jodan con que esto es solo la pelotita. Mi viejo me dejó dos cosas en la vida. El camión para laburar y el amor incondicional a Perón, que Dios lo tenga en la gloria y perdone a estos giles que de peronista no tienen nada… y me dejó este sentimiento por Colón. Qué fútbol ni qué fútbol… Colón es patria viejo”. Se detiene bruscamente. En el bar hay como veinte tipos al borde del llanto bajo un silencio sepulcral. Solo se escucha de fondo el sonido de la tele que muestra la entrega de los premios al mejor deportista santafesino del año por Canal 9. Entre miradas perdidas y cabezas gachas, Fulo arremete para cerrar su conmovedora exposición made in Colón y manda el rebaje. “Me planto che. Si sigo lloro como un pelotudo, mejor paro acá… Y si a alguno le cagué la noche pido disculpas. Mejor miremos quien es el mejor, pero si le dan el premio al entrenador de ellos (lo dice por Madelón) yo me las tomo”.

Maxi, Sabalero hasta la médula como su vieja y como todos los presentes, con la cara empapada en lágrimas y un sudor frío que le recorría la espalda se paró, extendió sus brazos al cielo y exclamó: “Aguante Fulo carajo y vamos Colón todavía”. Se ahogó con saliva por su contenido llanto pero no le importó. “Estamos arriba de ellos, somos locales y tenemos ganas de verlo al negro otra vez en primera! Seamos optimistas muchachos, el domingo ascendemos y se termina este calvario y nos vamos a los carnavales de Gualeguaychú, lo parió”.

El viejo Pupo apretó fuerte los párpados para mitigar la pena que estaba arrastrando desde el 0-1 ante Douglas y se fue sin decir palabra. Huyó despavorido ocultando el rostro; porque el veterano era de la vieja guardia y sostenía que “macho, tanguero y Sabalero, jamás se llora”… Pero todos lo vieron al curtido hombre “haciendo puchero” igual que el hijo de Santi, quien en los brazos de su papá ya comenzaba a sentir con apenas siete meses los avatares de la vida cotidiana. “Ya voy, ya voy”, dijo nervioso Don Pupo, vaya uno a saber a quién… y se escapó de la escena desbordando junto a la pared, como lo hacía Curuchet con los marcadores de punta en sus mejores épocas.

Maxi, Fulo, Santiago y el resto se fundieron en un abrazo conmovedor al grito de “a volver, a volver, vamos a volver”. Lo que quedó claro fue que en ese instante volvió la alegría al bar, bajo un clima de tensa calma, de injusta angustia que sofoca hoy a más de un hincha rojinegro. Es increíble y hasta inadmisible esta procesión de partidos que resultan eternos, indomables e interminables. Pero es este el camino que hoy le toca transitar a Colón. Gran parte de la ciudad comienza a estar pendiente de un encuentro que se vive en cada bar, en cada esquina, en cada plaza, en cada charla. Todo se analiza y se discute, con sobrados argumentos y trasnochados rumores.

No es necesaria ninguna revelación para descubrir cómo se consumen las horas previas a la “final” con Boca Unidos. Hay quienes se creen fuertes y Colón los hace temblar. Sienten en carne propia como se debilita hasta el alma por esta camiseta. El “Brigadier” está preparado para recibir a una multitud. Con sus fantasmas históricos y sus duendes nunca acallados. Postal única y sublime del fútbol santafesino de todos los tiempos. Aquí vive la leyenda del Ploto, la gambeta de Cococho, la jerarquía de la Chiva, la magia del Loco, los goles del “20”.

“Hace justamente 17 años estábamos festejando en el Obelisco la clasificación a la Libertadores después que le hicimos pelo y barba a Independiente. Saraga dejó de rodillas al Rey de Copas y hoy, no duermo buscando en google quiénes son estos tipos de Boca Unidos. Cuánto hacen que juegan al fútbol?”, esboza su bronca y su ironía Maximiliano. “Che yo soy rojo y negro por sangría y vino tinto. Tengo sangre roja en las venas pero nada de luto, que estamos más vivos que nunca. El “negro” es porque somos pueblo. Quedó claro? Exclama con vehemencia y se levanta. “Falta un día menos. Me voy. A dormir nunca, a rendirme jamás”, dice socarronamente y sale del boliche con la frente alta y el pecho inflado. Como si saliera a la cancha el domingo a enfrentar a Boca Unidos con la cinta de capitán en su brazo izquierdo. Y se pierde en las sombras de la noche oscura.

La mamá de Maxi y tantos otros probablemente nunca lo entenderán. Allá ellos y su insensibilidad si del club de tus amores no sos parte. Es que Colón, como dijo Fulo, es mucho más que un club de fútbol y el domingo tiene otro examen final que desafía la historia. Una prueba decisiva como la de tantos pibes que por estos días intentan “dar” la última materia, donde está en juego su futuro inmediato. El Sabalero puede ganar todo y también puede quedarse sin nada. Así de impiadoso e imprevisible es el fútbol, como muchas veces la vida misma. Nadie asciende por merecimientos. Después de un año brutal, Colón debería ser la excepción. Aunque siempre habrá otra oportunidad para el club de los eternos soñadores, como los amigos de esta barra, quienes van a tener tiempo y seguramente mayor desasosiego luego de esta definición, para pensar en las merecidas vacaciones. Y volverán… Siempre volverán para alentar a su equipo en primera o en la B, porque un proyecto puede fracasar, pero una hinchada jamás perderá categoría por la desidia de unos pocos o una eventual derrota en 90 minutos. Si el sentimiento es puro, genuino, fiel, verdadero… la pasión por la sangre y luto, no se mancha! No hay sueños imposibles, si hay hombres capaces! Y está claro que un partido de fútbol, no sólo se juega en la cancha. (*)  





(*) Este es un aporte más dedicado a amenizar la previa del partido del domingo y este final de 2014 tan traumático y excitante para los colonistas. Los nombres que aparecen en el cuento son de algunos de mis amigos apasionados por los colores rojo y negro.