Lanata: "Un día me enteré por Twitter de mi propia muerte"

 El martes pasado estuve muerto por primera vez en mi vida. La muerte fue un equívoco divertido hasta que comenzó a preocuparme. Todo comenzó con un llamado de Sarah, que había salido por unos minutos del Hospital Británico: “Lo acaban de matar en Twitter, y me está llamando todo el mundo”.

No entendí: creí que me estaba diciendo que tal o cual me estaba “matando” en los mensajes. No tengo Twitter y hace poco volví tímidamente a Facebook. También me borré del Google Alert: lo hice el día en que me descubrí a mí mísmo demasiado pendiente de la opinión de los demás, buscándola como si fuera un pase de cocaína.

Aprovecho para comentar que LANATA-JORGE y JorLanata son dos twitteros falsos que usan mi nombre y foto o caricatura.

Pero bueno, ahí estaba Sarah,del otro lado del teléfono, diciéndome que su celular no paraba de sonar.

—Que lo mataron, lo dieron por muerto, me decía.

Larga una carcajada. Yo estaba internado en una discreta habitación del Hospital Británico desde el fin de semana, con una importante disfunción renal. Hasta ese mismo día había estado en terapia intensiva, y esa mañana comenzaron a dializarme. Podía, claro, reírme de la noticia porque estaba vivo; si algo así hubiera pasado en uno de los frecuentes viajes de este año, el tweet hubiera sido una tortura hasta que lograran localizarme en Katmandú o en Los Angeles.

Yo no estoy en Twitter, pero mi mujer si lo está (@KiwitaStewart) y ella me contó luego impresionada, el vertiginoso ritmo que tomó la “información”: a la hora era uno de los “hashtags” del día, junto con el aniversario de la muerte de Néstor.

Los milagros de la tecnología me permitieron saber, un rato después, donde se había originado el primer twitt; quién había sido mi asesino virtual. Y es una lástima, pero tengo que confesar, con tristeza, que mi asesino virtual era un pobre tipo.

A las 18.38, el usuario Patricioerb, periodista, militante ultraK, disparó el primer twitt con mi muerte (ver captura de la pantalla del teléfono con el twitt). Desde entonces, la noticia se multiplicó y quizá por ese efecto, o por miedo, Patricioerb se borró como usuario y cambió su nick por “Erbbbbbb”. Pero mi asesino estaba más asustado que yo; en el apuro, olvidó cambiar sus fotos y datos del perfil para que no lo hallaran, si lo que quería era esconderse.

El twitt inicial fue retwitteado por NestorVive, y después por muchos más.

Patricio Erb tiene treinta años y una carrera bastante gris: kirchnerista confeso, trabajó en Educ.Ar, CN 23, Télam, FM El Faro, de Radio Nacional, y en la encuestadora Equis. Trabajó también en Perfil.com y –sorpresa– en la producción de DDT, mi programa periodístico del Canal 26 durante poco más de un mes: sinceramente, no lo reconocería al cruzármelo en la calle. Toda esta historia me hizo volver a pensar sobre aquello de la piedra tirada desde la multitud: la riqueza de la Red es, también, su condena.

¿Opinarían tal y como opinan los twitteros de no ser anónima su comunicación? ¿Y si ése es su único y verdadero objetivo? ¿Ser un medio de transmisión de canchereadas de 140 caracteres? ¿Una legión de espectadores que sólo se anima a subirse al escenario con una máscara?

Recibí después de mi muerte –sería injusto olvidarlos– cientos de llamados, mensajes, saludos de todo tipo de quienes me deseaban una enfermedad corta y una vida larga. Hasta tengo algo que agradecerle a mi asesino virtual: aquella noche, después de la tormenta, pude leer lo que Bárbara, mi hija mayor, había escrito en Facebook sobre el incidente: “Según Twitter, soy huérfana.” No saben cómo la quiero a esa chica.