Recuerdos del último Cortázar

Sobre Cortázar en Solentiname, compilado por Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez

Las islas de Solentiname se esconden en un rincón del lago Nicaragua, pequeño mundo flotante dentro de un país abrazado por dos océanos. Julio Cortázar las visitó por primera vez en 1976, en plena dictadura de Anastasio Somoza, cuando entró en Nicaragua clandestinamente desde Costa Rica. Lo guiaba el sacerdote y poeta Ernesto Cardenal. Lo que allí vio fue un edén a punto de perderse, un paraíso acechado en una América Latina bajo fuego. Su experiencia sería la base de un cuento fantástico tejido de detalles fácticos, donde habla por primera vez de la represión, la tortura, los desaparecidos. Publicado en 1977 en Alguien anda por ahí, sería censurado por la dictadura.

De esos años y los que le siguieron, de la emotiva relación que el escritor desarrolló con Nicaragua, casi un emblema de la región, habla Cortázar en Solentiname. Se trata de una compilación con textos de quince autores y fotos testimoniales, que muestran a un Cortázar cotidiano, con chicos en brazos y camisa desabrochada, caminando entre la gente.

Además del cuento "Apocalipsis en Solentiname", el libro recoge tres ensayos de Cortázar. El más valioso es la respuesta a un comentario adverso sobre Alguien anda por ahí del crítico Danubio Torres Fierro en la revista Vuelta, de México. Verdadera ars poetica, en unas pocas páginas Cortázar desanuda el conflicto entre estética y política discutiendo con el uruguayo radicado en México y con colegas cubanos a la vez, situados en los extremos del "deber ser" para la literatura. Habla de los relatos cuestionados, fantásticos y a la vez de denuncia, explicando que la suya fue una decisión deliberada, que los escribió "para mostrar a algunos compañeros cubanos que una cosa no quita la otra, que si la realidad no es tangencial a la literatura, la literatura está ahí para mostrarla en sus formas más vertiginosas e insospechadas".

En esta línea teórica insiste en "Ósmosis entre revolución y literatura", discurso con el que agradece la Orden de la Independencia Cultural Rubén Darío, que recibió del gobierno sandinista en febrero de 1983. Encantado con el renacer de la poesía en la Nicaragua posrevolucionaria, describe la que llama "cultura revolucionaria" como "una bandada de pájaros volando a cielo abierto". Estas reflexiones, más emotivas y abstractas, tocan tierra en el cuarto texto cortazariano, "Retorno a Solentiname", una crónica de su regreso a las islas en que se produjo "una prodigiosa aceleración de la historia", matizada por viajes a caballo, jaguares amigables y un sábalo gigante que se enreda en la hélice de la lancha.

La compilación incluye evocaciones de quienes compartieron anécdotas, lecturas y discusiones con Cortázar. Cardenal rememora diálogos de la primera visita, en un estilo de parábola bíblica. El poeta Jorge Boccanera recuerda cómo tejió cierta complicidad con Cortázar a partir de su pasado común en Banfield, y lo describe como un "flaco cálido, generoso, lúcido, sin alharaca, un sabio de barrio, un escritor entregado por entero a la inventiva, al erotismo, al juego, a los recovecos de la realidad apenas entrevistos".

Están también las palabras de los nicaragüenses Sergio Ramírez, Mario Castrillo y Luis Rocha; del costarricense Oscar Castillo; del salvadoreño Manlio Argueta; de la también salvadoreña Claribel Alegría (que se convirtió en una de las responsables de la internacionalización de la obra de Cortázar, al incluir un cuento de Bestiario en una recopilación de autores jóvenes latinoamericanos publicada en inglés a comienzos de los años cincuenta); de la norteamericana Janet Broff, quien compartió con Cortázar acciones de solidaridad con Nicaragua.

En menos de doscientas páginas, Cortázar en Solentiname ofrece una pequeña ventana al pasado, un retrato de la cotidianidad del genio y una reflexión sobre el lugar de la literatura en América Latina.