Ingrid Betancourt: "Los extremos ideológicos conducen a la locura"
La ex rehén de las FARC debuta con una novela sobre la Argentina.
Las hélices giraron. Otra vez, inmersa en esa tortuosa rutina desde hacía seis años, cuatro meses y nueve días, ella emprendía un viaje con rumbo desconocido. Por la pequeña ventana vio a 200 guerrilleros pendientes de su partida. Mientras el helicóptero se elevaba, el grupo de hombres se iba haciendo más pequeño hasta tener la dimensión de la palma de su mano. "Ése es el tamaño real de las cosas", pensó.
Cuando, tiempo después, la nave pisó tierra firme, emitió un grito desgarrador de felicidad. La Operación Jaque era un éxito. El ejército había burlado a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y rescatado a Ingrid Betancourt, la rehén cuyo cautiverio había sido seguido con dramatismo por el mundo entero y cuyo nombre regresa ahora a las páginas de cultura por su debut como novelista con La ligne bleue, cuya acción transcurre en la Argentina de los años 70.
Era julio de 2008. Dos guerrilleros -recuerda ahora- estaban esposados, tendidos en el suelo. "La vida cambia a cada momento. Yo era entonces quien recuperaba la libertad, y ellos eran quienes la perdían."
Betancourt, ex aspirante a la presidencia de su país, candidata más de una vez al Premio Nobel de la Paz, ganadora del príncipe de Asturias a la Concordia y de la Legión de Honor francesa, en grado de Caballero, atiende el teléfono en la habitación de un hotel en Washington, a pocos metros del Capitolio. Reparte sus días entre la Universidad de Oxford, donde cursa su doctorado en Teología, París y los Estados Unidos, pero se cuelan otros lugares clave que tienen para ella un significado especial: Ezeiza, Castelar, Villa Devoto y Haedo. La reciente traducción al inglés de su novela La ligne bleue, escrita en francés, y con fecha aún imprecisa de edición en español, es su desembarco en la ficción luego de su exitosa biografía No hay silencio que no termine. La Argentina es el epicentro de esta novela, ambientada en la última dictadura militar, una historia de amor entre dos miembros de la agrupación Montoneros, Julia y Theo. Ella, la heroína, tiene un don: la capacidad de ver el futuro.
En sus planes estaba bucear. Sumergirse en aguas cálidas. Betancourt disfrutaba del sol en traje de baño, en el hiato de un viaje a Australia ("en la cola del mundo"), y en el eco de los médanos, escuchó una voz que la llamaba. Una argentina la reconoció y le dijo que le quería contar su historia. "La vida de Julia es la vida de esa mujer, hoy, mi amiga." Y se sumergió, con La ligne bleue, pero en un océano tumultuoso.
-¿Por qué la Argentina? ¿Por qué elige su historia y su escenario para esta narración?
-Está en mi destino. Mi relación con la Argentina está hecha de coincidencias. Primero, mi hija está casada con un cineasta argentino. La primera película que hicieron la filmaron allí y ha tenido mucho éxito [se refiere a Melanie Delloye, actriz de Aventurera, dirigida por Leonardo D'Antoni, su marido]. Luego de Colombia y Francia, es mi país más cercano. Todo confluyó para que la novela terminara sucediendo allí. Cuando cursaba mi maestría, lo que primero que hice fue empezar a leer sobre la teología de la liberación. Habría podido coger cualquier corriente, la guatemalteca, la brasileña, pero me interesé por los sacerdotes del Tercer Mundo.
-En su novela aparece el padre Carlos Mugica.
-Es un ser extraordinario y un personaje fascinante. Pienso en él cuando pienso en la Argentina. Tengo dos íconos: él y Evita Perón, y podía ser también Carlos Gardel, el favorito de mi papá, y Néstor Kirchner.
-¿Por qué Néstor Kirchner?
-Tengo mucha simpatía por él y también por Cristina. Fueron muy sensibles con lo que me ocurría y estuvieron muy activos para ayudar en mi liberación. Eso implica una calidad humana que no tienen todos los presidentes. Muchos años pasaron para que otros países se movilizaran. Cuando mi familia estaba desesperada porque no tenía ninguna noticia, no sabía si estaba viva o no, Cristina fue muy tierna con mi madre y se comportó como si fuese un miembro de la familia.
-¿Qué fibra la acerca a Montoneros o qué opinión tiene sobre ellos?
-¿Sabes? Es la visión opuesta de lo que me ocurrió a mí. Julia es montonera y a ella la coge el Estado; yo representaba al Estado y a mí me coge una guerra clandestina. O mejor, son vidas paralelas. Lo que nos muestra es que todos los extremos ideológicos llevan a ese tipo de locura, el no tolerar y perseguir al que piensa diferente. Esto es una ficción, pero desde el fondo de mi alma, es un tributo a esos argentinos que no conozco y sí conozco, a la vez, porque somos hermanos de lo mismo: víctimas de lo absurdo que puede ser un país en una guerra de ideas.
-¿Le hace daño hablar de su cautiverio?
-Ya logro hacerlo con fluidez. Siempre duele, pero no hasta el punto de llorar o de no poder seguir hablando, que es lo que me pasaba cuando fui liberada. Hoy siento el jalón de la emoción, pero ya estoy muy fuerte.
-"Ni olvido ni perdón", se pronuncia en la Argentina con respecto a los excesos, a modo de bandera y causa. ¿Usted perdonó?
-Me he nutrido mucho de esa posición. No hay olvido aún, aunque yo quisiera, pero sí siento que hay una búsqueda de perdón. En la Argentina el "no perdón" se ha traducido en un proceso jurídico y las personas han logrado buscar justicia para elaborar su perdón. Yo perdono lo que me hicieron a mí, individualmente, pero en aras de que haya reconciliación y paz entre las familias, porque en Colombia hubo una guerra entre familias.
-¿Qué es más difícil, el mundo literario o el político?
-El político. En el literario puede haber dificultades, porque es un mundo profesional, manejado por un círculo de personas del cual dependen los resultados de los libros. Hay que tomar decisiones fuertes y yo me fui metiendo cada vez más, desde el diseño de la portada...
-Que evoca la bandera argentina.
-Exacto. Qué bueno que lo señales.
-Algunos dicen que su novela tiene condimentos del realismo mágico. ¿Qué opina de esta afirmación?
-Me parece un elogio inmerecido porque, obviamente, como colombiana siempre he mirado Gabriel García Márquez. Me siento como una niña invitada a una cena de grandes nombres.
-Quizás hay más elementos del boom que del realismo mágico.
-Es una novela compleja. He querido que sea como un thriller, que tenga el aspecto de esas novelas de espionaje donde hay un misterio que develar. Pero es un realismo mágico muy distinto al de Gabo, donde los personajes son irreales. Esto podría ser real. Todos hemos tenido premoniciones.
-La protagonista es traductora y aparece el problema del lenguaje. ¿Y en usted? ¿Por qué escribió en francés y no en español?
-Sé que es difícil de explicar. Crecí en Francia y con mis padres hablábamos en español, pero nuestro mundo, el de mi hermana y el mío, era en francés, en el colegio y con las amigas. Cuando hablo conmigo misma, lo hago en francés, y también sueño en francés. Cuando mis hijos nacieron, y aunque su papá era francés, les hablaba en español y lo sigo haciendo. Es como si mi interior fuera en francés y la mamá que soy, en español.
-Durante su cautiverio de más de seis años, ¿cuántas veces le habría gustado ser Julia?
-Todo el tiempo. Creo que Julia tiene ese don porque es lo que a mí me habría gustado tener. "Señor mío, yo no te pido que me saques de acá porque es muy complicado, pero que me hagas llegar la información de cuándo me vas a sacar de acá." Necesitaba tener un horizonte. ¿Hasta cuándo? Ésa es la diferencia entre el secuestro y la prisión. El primero es peor que un infierno. Es un limbo.
Primera novela
La ligne bleue (Gallimard)
Betancourt escribió la obra en francés. En inglés fue editada por Penguin Press