"El partido más lindo de nuestro fútbol"

No resulta sencillo ponerse en la piel del hincha, menos para alguien nacido a cierta distancia de aquí, pero la cordialidad con la que me ha tratado siempre el santafecino, que me ha hecho sentir especialmente común desde el primer día, me permite la licencia de opinar.

Allá por el 1997 desembarqué en esta región de la mano de Colón. En ese entonces Santo Tomé me acogió cálidamente, sin importar la divisa que me arrastró junto a mis ilusiones a este lugar. El dolor que causó mi prematuro desarraigo de Freyre fue amparado por amistades sinceras y crecí así, sin reparar en el color de sus sentimientos, sino más bien en el afecto que me brindaron.

Desde la costanera santotomesina, mateando con mis padres, escuché mi primer clásico en la voz de Fabián, y poco después, lo jugué por inferiores de Liga en la auxiliar del estadio de Unión. Lo que para mí fue un espectáculo novedoso y colorido, para mis compañeros de sangre sabalera fue nerviosismo, adrenalina, pasión. Exactamente lo mismo que transmitía el bullicio del otro vestuario y que encontró eco en los padres y amigos de ambos equipos en aquel partido de quinceañeros.

En la Verdirame, cuando las huellas eran aún de botines gastados y no de vehículos, participé de grandes duelos deportivos. En esa cancha me fui haciendo grande jugando, casi sin sentir el intempestivo correr del tiempo. Ese camino juvenil fue generoso, y me permitió revivir esa sensación única en el Brigadier y en el 15 de Abril; en reserva primero y en el partido más lindo de nuestro fútbol después. Y guardo enormes imágenes de cada clásico. Pero, como diría un grande de nuestro fútbol: “De nada sirve ganar o perder en los recuerdos”.

Estoy convencido que el tiempo pone en perspectiva las cosas. Entender que los que vestían la casaca a bastones rojiblancos eran pibes como yo me ayudó a interpretar la situación. A partir de allí disfruté tratando de ganar el encuentro más fabuloso bajo el cielo santafesino, viendo oponentes y no rivales. Y Con los años comprendí que esa actitud resultó determinante para poder abrazar contrincantes circunstanciales en el verde césped; para poder intercambiar una camiseta sin sentirme traidor; para caminar por la calle sin conflictos sociales; con la tranquilidad siempre de que todo esto no me impidió jamás dar hasta mi última gota buscando la gloria.

Porque en definitiva de eso se trata: de entregar todo para ganar. Como sea, dentro del amplio espectro del reglamento. O burlándonos un poquito de las reglas, pero sin causar más perjuicio que un resultado de fútbol. La actitud, la entrega, la pasión desbordan, como debe ser. De hecho no podría ser de otro modo. Pero la vida se pone en juego en otro lado. Sería cruel exponerla en sólo noventa minutos.

Por todo lo expuesto los intérpretes deberán estar a la altura. Deportivamente las cosas pueden salir o no, influir en el score final o no hacerlo. Sin embargo no alcanzará la yerba, ni el café ni la cerveza para hidratar los interminables debates sobre el tema. Los entrenadores se multiplicarán por miles y las ideas cruzarán la ciudad de punta a punta; pero que la pelota no se vaya afuera, dependerá de los artistas.

El comportamiento no puede ni debe negociarse. La onda expansiva de este derbi es incalculable, pero si desde adentro el mensaje es claro, afuera solo se hablará de la redonda y sus caprichos. La bandera deben tomarla los jugadores, pero los cuerpos técnicos, los dirigentes, los simpatizantes y los formadores de opinión deberán aportar lo suyo también para que el sábado haya un solo ganador: todos.

Foto SM