Willy Toledo: “No hay humor sin un drama”
Un estafador español promete la sanación mental en un club de barrio estrafalario. Las situaciones absurdas y el tono grotesco dominan en esta ficción protagonizada por Toledo, junto a un gran elenco local.
El comienzo de Psiconautas (hoy es su estreno a las 23.30 por TBS) podría ser también el de la secuela nunca realizada de El crimen ferpecto (Alex de la Iglesia, 2004).Y no es sólo por la presencia de su protagonista –Willy Toledo– sino por el personaje que interpreta y el tono de la comedia que recuerda a esa película. Ese mercachifle que acababa vendiendo corbatas en el centro madrileño, tranquilamente podría reiniciarse montando un casino entre estibadores portuarios. Y Roberto deberá ingeniárselas para tener un nuevo “curro” que encontrará a miles de kilómetros en un barrio obrero de Buenos Aires. Truhan profesional, vendedor de espejitos de colores, manager de basquetbolistas e inventor de una terapia de sanación mental: la Psiconautia. “En principio la serie se iba a llamar ‘Anónimos’ pero luego dimos con lo de psiconautas, que es una técnica con la que da Roberto, él asegura que proviene de una rama austríaca no muy explorada por Freud. ¿Quién sabe? Tal vez se la utilizó alguna vez”, se ríe Toledo en entrevista con Página/12.
Con ese título inventado, Roberto comenzará a hacer reuniones en un club estrafalario atendido y secundado por Coco (Luis Ziembrowski). ¿Sus pacientes? Un policía al que le roban su patrullero (el Puma Goity), una maestra que hace excusiones a los cementerios con sus alumnos (Julieta Zylberberg), un poeta molesto (Martín Piroyansky), una germanófila adicta a los chongos (Verónica Llinás) y una “nueva rica” siempre encalzada y dispuesta a escupir su tirria social (Florencia Peña). El tono grotesco y las situaciones absurdas mandan con personajes dados y creados para el sainete. Más que en su cinismo, lo mejor de Psiconautas se da en su farsa al cuadrado, cuando estos sujetos caricaturizables se quitarán sus máscaras en sesiones. “Es como que Roberto se imagina un psicólogo, psicoterapeuta y psiquiatra argentino, la ilusión que se tiene en España de lo que sería alguien así y crea desde ese clisé”, dice Toledo. El “role playing” lo impone este bellaco siempre incómodo, enmarañado y seductor. Compuesta por diez episodios de media hora, esta producción original de Turner en colaboración con Navajo Films, ya tiene confirmada una segunda temporada. “A partir de las terapias que plantea este chanta se va conociendo a cada uno de ellos. Roberto no tiene ni idea de lo que es el análisis, pero inventa juegos muy absurdos sobre la marcha, y en cierta manera la terapia ayudará a estos seres solitarios, se formará una comunidad en ese barrio bien obrero entre Roberto y sus pacientes... más bien clientes”, asegura el actor español.
–¿Qué le interesó de la propuesta?
–La verdad es que tenía muchas ganas de trabajar aquí. No es mi primera vez en la Argentina. Hice teatro con mi compañía Animalario en el 2006, luego tuve un papel pequeñito en una película de (Juan) Taratuto, ¿Quién dice que es fácil?, y ahora esto para televisión. Así que es mi tercera vez. Me dijeron que iba a ser un programa muy irreverente y poco más, enseguida dije que sí. Ni bien me llegaron los guiones me fascinó la serie por el contenido y porque es una comedia muy ácida. Políticamente muy incorrecta y con unos actores de lujo.
–¿Manda el tono o el tipo de humor que trae cada actor?
–Hay un tono. Pero también un contraste, y para bien, entre el tipo de humor que traen Julieta y Martín con el resto. Ellos son de otra generación. Igualmente hay algo que es compartido en el tono, por momentos surrealista, y que es la soledad de estos personajes. No hay humor si no hay un drama por debajo. Son personas que sufren. El ensamblaje funcionó.
–¿Cómo se trasladó esa irreverencia del guión escrito a la realización?
–Fuimos doblemente irreverentes (risas). Logramos muy buena química con el elenco y el director Cali (Ameglio), y eso es muy importante. Te da confianza cuando tienes ganas de pasártela bien. Había experiencia en la improvisación y creo que hemos mejorado un material muy bueno. Los personajes los hemos hecho muy nuestros, se fue montando a partir del propio rodaje.
–¿Alguna irreverencia en particular para mencionar?
–Mi personaje suele tener epifanías para cometer timos. Hay un negro que aparece por el bar del club y a él se le ocurre vender entradas en el club como si hubiera aparecido alguien de la NBA. Y el negro es muy malo en el baloncesto, mide un metro sesenta y cinco ¡cuánto mucho! Todo lo que hay con el trato hacia el negro, como si fuera un esclavo, es para hablar del racismo.
–¿Cómo es que Roberto acaba en Buenos Aires?
–Lo persiguen unos gitanos por deudas y lo quieren matar. Como tiene el contacto de un primo se viene para aquí. Es un chanta de toda la vida y su medio de vida es ése. Encuentra complicidad con Coco, el dueño del club, que será su socio en su estafa central que es la terapia. Además en cada capítulo se van sumando estafas pueriles, que es a lo que ellos pueden acceder: venden cremas de belleza que generan sarpullidos; montan un viaje a Camboriú y no tienen ni bus ni chofer. Son rateritos de lo peor.
–El actor, en cierto sentido, es un poco un estafador. ¿Hay un doble juego en su personaje?
–Sí. Claro. Están los actores del método que para ser locos se internan en un manicomio por seis meses. Y después están otros, como yo, que mentimos como ratas (risas). Yo hago “como que”, como que sufro o como que me divierto. A mí me encanta. Es como esas películas que te muestran como es el cine por dentro. Aquí hay una doble estafa y muy bien lograda, por cierto.
–Es imposible no relacionar a Roberto con Rafael de El Crimen Ferpecto. ¿Qué similitudes y diferencias hay entre uno y otro?
–Ni me planteé tirar de un personaje para crear a este otro. Uno de los productores me lo recordaba todo el tiempo, “Roberto es como Rafael”, pero en realidad no es tan así. Rafael era un triunfador que acababa perdiéndolo todo. En este caso tenemos a un perdedor desde el principio hasta el final. La mayoría de las estafas no resultan y la única que más o menos funciona es la del psiconauta. Roberto no es como Rafael, no va por la vida diciendo “lo que me gusta lo cojo” (risas).