Contundencia y entereza para callar suspicacias
Las habladurías condicionan. Siempre lo han hecho en este ambiente. No digo que no hayan ocurrido circunstancias puntuales que lo alimenten, pero seguramente no en la medida de los palabreríos que suelen crecer tan desmesurada como velozmente. Socialmente solemos prejuzgar dolosamente. Y de eso… no se regresa, aun consiguiendo la eximición de los cargos o demostrando la carencia de pruebas. La neblina no se disipa jamás del todo.
Por ello me animo a decir que las suspicacias no solo anidan, sino que habitan regularmente en torno a la redonda. Casi como un condimento más. En consecuencia, lo que ocurra al finalizar un partido se analizará bajo el halo de la desconfianza previa. Lamentablemente.
Este fue el contexto en el cual Unión recibió al necesitado Argentinos Juniors…
De arranque reinó la prudencia. El local, amparado en un su buen ánimo y el crédito traducido en paciencia que supo abrirse con la productiva cosecha de puntos de las últimas semanas; y la visita, envuelta en millones de dudas observando por donde encontrar sus chances.
Los planteos derivaron en parámetros claros: quien dominase el medio y doblegase por los laterales se impondría. Y aquí, lentamente, el Tate se fue adueñando del juego. La movilidad de Rolle, los espacios que halló Martínez y los desdobles, sobre todo por izquierda producto del entendimiento armonioso de Malcorra y Pittón, predispusieron mejor al rojiblanco, aunque sin lograr profundidad.
Por los costados terminó arrimándose al área mensana, y aprovechando los tiros de esquina que supo obtener, llegó al gol. La pegada del 10 es determinante y sublimemente indispensable. Primero fue Acevedo, capitalizando un rebote y luego el bueno de Mauricio con un impecable anticipo ofensivo. Los gritos fueron acercados por balones detenidos, pero la movilidad y la intención ofensiva de los de la Avenida fueron los responsables de suscitar esas situaciones.
Argentinos, sensible y dolido como anda, reaccionó al primer impacto con una dosis de dinamismo que vertió cierta incertidumbre sobre el resultado, y cierta paridad sobre el juego. Luego del segundo tanto todo fue incertidumbre, pues finalizaba allí mismo el primer capítulo.
Para el complemento, Sanzoti movió el banco y encontró respuestas, con el ingreso de Cabral por el sector izquierdo y de Zelaya para atarear a los centrales de Madelón y obligarlos a jugar cerca de su arquero. De este modo, no solo equilibró el trámite sino que logró demostrar que la distancia en el marcador era exagerada. Lo fundamentó logrando sociedades de juego cerca del arco anfitrión y generando varias chances que se toparon con limitaciones propias en la definición y con Nereo, de grandísima noche. Se partió en dos el Bicho de la Paternal y le salió bien, de a ratos. Pero ir sin conseguir lo frustró y Unión volvió a encontrar la pelota. Descansó en los pies de siempre y lastimó como suele hacerlo: sin dar demasiadas señales con anterioridad. Riaño sentenció el enfrentamiento y Malcorra, con su misil característico, decoró la gala.
El resultado absuelve a los jugadores de las injurias de las filosas lenguas del más allá. El análisis debe estar por encima del conventillo. El mejor lenguaje del futbolista es la pelota y los noventa minutos que la circundan. Sigamos considerándolos por lo que vemos… y no por las conjeturas previas de los dañinos anónimos. Unión siempre supo de la valía de este triunfo, y lo logró por el único bien que importa: el propio. El conjunto Tatengue tuvo, justo cuando lo precisó y en dosis similares, contundencia y entereza para callar las suspicacias.