"A los 18 años me echaron de un programa de TV por mal actor"

"Juré volver y tardé casi 30 años”, ironiza el talentoso intérprete.

Puede saludarme toda una tribuna de pie, pero si veo uno que se sentó y me mira sin aplaudir me destroza el alma", admite Julio Chávez, a quien el prestigio –por su carrera teatral- le llegó hace mucho, pero no así la popularidad, que fue más tardía en su vida; que llegó "en un momento en el cual –dice– perder la cabeza por ello sería casi un acto de vejez precoz". "Siempre estoy en la situación del aprendizaje", declara, demostrando que efectivamente la fama no lo ha mareado.

— ¿El arte te encontró a vos o vos lo encontraste?

— No, al arte poco le importa que yo exista. Yo soy el que fue en busca de y me metí en ese espacio que le fue dado a cualquiera, pero en el que hay que meterse. Si el arte tuvo una acción en relación a mí es de rescate en todo caso.

— ¿De qué te salvó?

— En principio de que mi existencia estuviese sin lenguaje. Me la veía muy difícil con el lenguaje social, poder articular en eso; es una idea que tengo tal vez para justificar mi existencia. Si no era por la ruta esa no me imagino. También sé que no es así, que hubiera podido ser ingeniero agrónomo.

— ¿Y cómo te llevaste con la fama que te trajo la incursión en el arte?

— Soy un poco de una popularidad tardía. Yo diría "a la vejez, popularidad" en vez de "viruela", porque soy un actor que ha estado y desaparecido, estado y desaparecido, muchas veces. Eso hizo que adquiera un poco más de popularidad, de lo que se llama fama, si es que la tengo, en estos últimos 10 años. Tengo muchos momentos en los que fui lentamente estableciendo un vínculo con espectadores de diferentes lugares, pero popularmente te diría que mucho a través de los cuatro programas que he hecho en estos últimos diez años. Me agarró en un momento en el que perder la cabeza sería casi un acto de vejez precoz.

 

“He hecho máster en la televisión, he hecho grandes aprendizajes”
 

— ¿Era un desafío llevar a la tele la calidad que uno ve en tus personajes del teatro?

— Fue un enorme regalo para mi oficio. Lejos de sentirlo disminuido en el espacio de la televisión, que a veces puede suceder o se puede escuchar eso, he sentido que le ha dado a mi actor muchísimas herramientas y espacio para que pudiese desplegar puntos de vista, oficio y el pensamiento de lo que son las elecciones en las escenas, las elecciones en los personajes. He hecho máster en la televisión, he hecho grandes aprendizajes. Eso era inesperado para mí, pero por otro lado tengo con la televisión una historia muy particular. Lo primero que hice fue una película y a los pocos meses, tenía 18 años, me llamaron para hacer el primer programa de televisión y realmente no daba pie con bola, era un actor con muchos problemas. El máximo problema que tenía era que era un inadaptado, porque no estaba dispuesto a aprender el oficio que se me quería enseñar en ese momento en la televisión. Tenía la pretensión de aplicar lo que creía que había aprendido, con 18 años, un imberbe insolente que no había entendido todavía nada, pero que creía no sé qué cosa, y traté de aplicar ciertos conocimientos que me salieron como el reverendo culo, y me echaron del programa por mal actor. Yo juré que iba a volver, porque estaba de acuerdo con lo que ellos me decían, sabía que no estaba pudiendo resolver los problemas. Juré volver y me tardé casi 30 años.

— ¡Qué impensado me resulta que puedan haber echado a Julio Chávez de algún lugar por mal actor!

— Pero por supuesto. He expresado de una manera muy clara mis límites actorales, yo lo sé muy bien. Pero también he aprendido algo que es que no se puede siempre aprender y estar bien al mismo tiempo. A veces hay que aprender. Para mí la palabra aprender es un bien deseado y no un mal necesario. Yo no entendí nunca el aprendizaje como un mal necesario para otra cosa, siempre lo entendí como un bien deseado en sí mismo. Así que para mí el aprender y el vínculo con los maestros siempre fue algo muy importante, hasta hoy. Estoy entrenándome por un proyecto que haré el año que viene si Dios quiere, que realmente requiere que en este momento de mi vida tenga que casi volver al colegio a aprender una disciplina impensada para mí.

— ¿Se puede saber?

— Tiene que ver con una actividad física que es como para que la haga una persona que se inicia en ella a los 15 años. Me sonrío de mí mismo porque por algún motivo u otro siempre estoy en la situación del aprendizaje.

— ¿Volverías a hacer una tira?

— Sí. Si es algo que me guste contar y las circunstancias o la situación me parezca buena para mí, para lo que hay que hacer, sí, por supuesto que sí.

 

— ¿Qué preferís que digan de vos tus compañeros de trabajo, que sos talentoso o que sos un buen tipo? ¿Qué marca preferís dejar?

— Es una pregunta atractiva la que me hacés. A mí me importa mucho poder hacer mi oficio y poder desplegar mi punto de vista. Los puntos de vista en nuestro trabajo, a diferencia del trabajo de un autor o de un pintor, tienen que ser compartidos, y es muy difícil compartir puntos de vista. Te voy a responder con esta anécdota: salía de terapia y había dos chiquitos, de 7 años, uno le dice al otro: "¿Sabes lo que me gusta de la bandera de San Lorenzo?". Y el otro le dice: "No, boludo, sabés lo que pasa con la bandera de San Lorenzo"; y el que no empezó la charla, le terminó diciendo lo que a él le pasaba con la bandera de San Lorenzo. Yo me di vuelta para verle la cara a los chicos y el más chiquitito, que había iniciado y quería él hablar, lo miraba al más grande asintiéndole. Y yo decía: "Es el comienzo del fin", porque él renunció a decir lo que le pasaba a la bandera de San Lorenzo para ser invitado al próximo cumpleaños de su amigo, porque si se peleaban no lo iban a invitar. Entonces comprendí que a veces hay una especie de pulseada entre "me expreso" o "me invitan a los cumpleaños". A mí me encantaría que me inviten a los cumpleaños, pero si tuviese que elegir, elijo la expresión.

— ¿Qué te enoja?

— Que me ninguneen. Que me sobren en mi capacidad de entendimiento.

— ¿Te ha pasado?

— Sí. Lo que pasa es que tengo armamentos contra eso. Lo que más me preocupa no es que me lo hagan, es que sé que tiro con la bomba, con una bomba que a veces es absolutamente desproporcionada en relación al ninguneo. Porque yo no tengo ninguneos más fuertes o menos fuertes, no me ninguneen.

 
—¿Qué pasa con los personajes cuando se termina un proyecto?

— A mí personalmente poco, no soy de padecerlos ni de quedarme añorando. Hay un sólo personaje que me produce un enorme dolor pensando cuando se termine que soy yo mismo. Esa finitud es inentendible para mí. Pero la finitud de los roles que interpreto son casi deseados en un momento.

— ¿Siempre le tuviste miedo a la muerte o apareció en algún momento?

— Desde que me apiolé de que es un hecho inevitable sí. Cuando era muy, muy chiquitito, pensé que si eras bueno no te pasaba, pero después entendí que no tenía que ver con la bondad, entonces decidí ser bien malo como represalia (risas).

—¿ Qué crees que pasa después de la muerte?

— No lo sé y poco me importa, es tan hermoso lo que pasa antes que poco me importa saber qué pasa después.

— Recién hablabas de cómo se sienten a esta altura de la carrera las nuevas experiencias. ¿Qué pasa hoy antes de pisar un escenario?

— Incertidumbre. A mí la seguridad me parece que es una antesala del cementerio. Me gusta enormemente esa situación de incertidumbre, me entreno, llego dos horas y media antes, paso la obra en su totalidad, trabajo mi dicción. Cuando salgo a escena el último segundo me encomiendo a algo y digo: "Dame valor, ayuda por favor", porque finalmente no sé qué va a pasar y esa incertidumbre es la que me parece que hace que el hecho se mantenga vivo, la incertidumbre de no saber.

— ¿Sigue importando el aplauso final u hoy el reconocimiento ya está?

— Puede saludarme toda una tribuna de pie, pero si yo veo uno solo que se sentó en la platea, no se paró y me mira sin aplaudir me destroza el alma.

— ¿En serio?

— Absolutamente. En ese sentido sigo teniendo una enorme vulnerabilidad, subjetividad, dependencia. Me pueden dar el Oscar, pero si salgo al día siguiente y el portero de este edificio al lado de mi casa me dice: "Flojito el trabajo de la película, eh", me destroza. El Oscar se transforma en un pebete seco.

 

— ¿Te acordás de tu peor función?

— Sí, pero porque me dijeron que mi padre había muerto en medio de esa función, y eso fue un hecho muy increíble en mi vida porque había que seguir y fue una situación de difícil manejo.

— ¿Qué obra estabas haciendo cuando murió tu padre?

— Estaba haciendo Fausto, con Augusto Fernández, en el año 89. Yo era un actor joven, tenía 28 años. Participé de esa experiencia, que fue un enorme aprendizaje para mí. Augusto Fernández fue y es una figura muy importante en mi formación.

— ¿El éxito de las ficciones de afuera qué te genera?

— No es algo nuevo para mí. Es cíclico. He visto Sonia Braga en una telenovela en los años 80 y he visto como nuestros productos también tuvieron mucho éxito en el exterior. Sé que muchos de nuestros actores son figuras importantísimas en Rusia, en Italia, en Turquía. Entonces me parecería raro patalear contra eso. Entiendo que también es un mercado que se mueve así. También que debo estar muy atento a todo lo que contesto porque en los contratos uno cede el derecho de que eso sea vendido, entonces yo debería ocuparme de esa cláusula, levantarla o pelearla, levantar una acción en contra de este intercambio.

— Si pensamos en los políticos de la actualidad, más allá de lo ideológico, ¿quién te parece que sería un buen personaje para llevar al cine o al teatro?

— (Luis) Zamora.

— ¿Zamora?

— Sí, porque los otros tienen ya publicidad asegurada. Hay que agarrar a esos hombres que vienen de una ideología, que en esta contemporaneidad, cuando de pronto en Francia pasa lo que pasa, y los franceses están perdiendo lo que han logrado en términos de su izquierda tan poderosa y de golpe se retrocede a que cada empleador va a arreglar el salario con su empleado, eso es un retroceso, o un avance no sé hacia dónde, muy fuerte. Entonces mostrar cómo un político ve el mundo hoy me parece bien.

—Una vez dijiste: "Tengo casi 60 años, he vivido muchos momentos políticos y no es nuevo que un actor milite. No quiero que se crea que este es un momento inédito".

— No es algo inédito para mí. La primera película en la que participé, No toquen a la nena, se estrenó en el 76. De todos los actores, éramos dos los que habíamos quedado en el país, el resto estaban todos en España, no podían volver a pisar la Argentina. He visto teatros incendiados. He estado en el teatro Estrella la noche anterior a que se le haya puesto una bomba. No puedo darle la espalda a lo que he vivido, lo cual no implica que también se está viviendo, que nuevamente hay una toma de posición por parte de varios artistas en relación con lo político; pero más vale, está muy bien. Pero no puedo decir que no lo he visto. Ni tampoco construir una estatua de bronce.

— ¿Te has sentido tironeado para tomar posición?

— No, no me he sentido tironeado. Es una cuestión histórica en mí intentar mantenerme lo más autónomo posible dentro del espacio de pensamiento que he elegido que es el arte. En todo caso, a veces, en la mesa del arte he sentido que no está tan llena de comensales como uno desearía. Más que a una u otra vereda, pertenezco a un club que a veces digo que no está en la pelea. Está afuera. Y es en definitiva el que yo he elegido.

—¿Cómo ves la cultura hoy?

— Ya no sé muy bien a qué nos referimos. Es una palabra que sigue teniendo cierto prestigio pero no sé si tiene interés. Son esas palabras prestigiosas como honestidad, altruismo, nobleza, templanza; son palabras muy lindas, a las que uno dice "sí, claro". Pero son como esos elementos que uno sabe que son sanos, pero jamás se lo meto en la comida.

— De la coyuntura actual del país, ¿qué temas te interesan?

— Más que interesado tengo un deseo de serenidad y paciencia. Fueron y son muy fuertes los movimientos que se producen desde muchos puntos de vista. Son cachetadas o golpes que se reciben y no se pueden contestar rápidamente. Están pasando muchas cosas, algunas que dicen que van a hacer bien; si es así, es tan lo mal que se está que hay que esperar que eso realmente produzca bien …

— El segundo semestre.

— Exactamente. La cosa está mal, no es solucionable con las palabras. Si va a ser positivo, va a venir muy bien, porque hace falta, porque estamos doloridos. Por otro lado hay cosas que se han dicho que han hecho mucho daño; se dice que hay que demostrarlas y está muy bien. Si no son verdad, el golpe es muy fuerte y ya la calumnia es dolorosa.

— ¿De qué hablamos? ¿De denuncias de corrupción?

— De todo lo que se denuncia. Si hay algo ahí que es mentira, qué feo y qué fuerte. Y si hay algo que es verdad, qué desastre. Así que todo me implica algo que, señores, como sea, el enfermo está dolorido, hay llagas para donde lo muevan y entonces deseo la paciencia, la serenidad de la espera, y no en un semestre. Creo que es una espera. Siento que los daños son reales en muchos sentidos. No son interpretaciones.

 

— ¿Qué se viene que se pueda contar?

— El estreno de una película que se llama El pampero. Una gira con Yo soy mi propia mujer, en agosto y en septiembre. Estoy preparándome para un nuevo programa el año que viene, un unitario.

— Para el que estás entrenando.

— Sí, físicamente. Y tengo dos proyectos muy atractivos, uno para cine y otro para televisión, para el teatro; estoy en pleno proceso. Después, lo de siempre, mis clases, y tengo muchas ganas de volver a escribir un material para dirigirlo yo. Y nada, trabajar.

— Se viene muy pronto una exposición, 57", con los bocetos que hiciste en esa obra fantástica que fue Red ¿cómo lo estás viviendo?

— Estoy muy contento, el 9 de junio arranca la muestra, el 8 es la presentación. A veces me siento un poco anestesiado con el privilegio de poder hacer todo lo que hago y me digo a mí mismo que me gustaría mayor excitación de la que manifiesto, a veces no la tengo. Porque es un gran privilegio; primero, haber podido hacer Red, una obra para mí muy importante. Y segundo, pintar en el escenario, yo soy artista plástico, me sentí muy agraciado. Darme cuenta de que tenía 320 bocetos que había hecho todas las noches, uno por función, en 57 segundos, que cuando los desplegué me di cuenta de que se había liberado un poco de mi conciencia y había podido trabajar con una libertad que a veces no tengo.

— ¿Estos 57 que exponés los elegiste vos de esos 320?

— Sí, porque algunos para mi gusto no son para ser mostrados; tampoco es que abro la puerta de mí, no me es dada esa libertad. Selecciono. Seleccioné entre los que me gustan mucho y por los que me siento representado. Los muestro junto con 9 obras escultóricas. La galería Rubbers de nuevo me abre las puertas, así que me siento muy agradecido, muy dichoso.

— Si hablamos dentro de 5 años, y salió todo genial ¿Cómo te voy a encontrar?

— Me vas a encontrar más delgado…

— ¿Trabajando?

— Sí, sin lugar a dudas.

— ¿Siempre?

— Siempre. No encuentro mayor dicha en la vida que el trabajo.