Argentina ganó con justicia, y sin Messi
En los límites internacionales de nuestra patria se ubican los rivales históricos de nuestro continente: Uruguay y Brasil. Siempre ha sido así, desde que el fútbol es fútbol en estas latitudes. Los libros de historia nos indican que rivalizar con ellos ha sido moneda corriente y la tirantes, más allá de millones de puntos en común, un estado casi permanente. Pero mirando al oeste también afloran divergencias que comenzaron por controversias limítrofes, y que desde no hace mucho se han trasladado al verde césped.
Es que la llegada de Bielsa y la continuidad de esa idea futbolera de la mano de Sampaoli le permitieron al balompié de la roja experimentar una revolución sin precedentes, logrando identidad y catapultando una generación entera de jugadores a la elite del fútbol mundial. Ese crecimiento intempestivo trasladó aquella rivalidad que, en más de una ocasión casi lleva a ambos pueblos a una absurda guerra, al campo de juego. Aunque las únicas armas, por suerte, sean la pelota y la estrategia, y los únicos uniformados sean los de pantalón corto. En otras palabras, lo que aquí ha surgidos es un Nuevo Clásico.
La propuesta de Martino en la final pasada, la desafortunada jugada de Higuaín en el cierre, su penal malogrado, el nivel del equipo aquella noche y la imagen de los chilenos levantando la Copa han llenado de condimentos y expectativas este reencuentro. La participación o no de Messi, la influencia de Pizzi con su propuesta y la aparición de algunos nuevos elementos en ambos planteles agregaban pizcas de actualidad al plato más sabroso de la primera fecha del torneo, que acaba de servirse…
La intensidad marcó a fuego la primera etapa. Tanto para jugar, como para recuperar. Los equipos se hicieron cortos y los espacios escasearon, como la precisión, tan compleja de obtener a tanta velocidad y en dimensiones reducidas.
Ambos intentaron saltar la presión de zona media para tejer de frente a la defensa opuesta. Pero fue difícil conseguirlo, en consecuencia las segundas pelotas fueron determinantes para el inicio de la creación y allí Chile se impuso. No obstante el peligro estuvo más bien de nuestro lado, con el vértigo de cada contra, encabezadas todas por la dinámica de Di María.
Pero el mejor pie a la hora de la salida fue deshilachando el ahogo argento y la escuadra de Pizzi dominó terreno y pelota, más sin profundidad. Profundidad que encontró en una mala salida defensiva que subsanó Romero conteniendo el remate de Alexis. Profundidad que no encontró de otro modo.
La vertiginosidad de ambos derivó en imprecisiones propias del cansancio y el entretiempo resultó apropiado para todos. A esa altura, con pocas opciones de gol, Argentina tuvo un saldo favorable en las cercanías de los arcos.
El complemento arrancó con posturas similares pero con Mascherano definido como el único cinco. De esa libertad que adquirió Augusto surgió el robo que condujo luego Banega y terminó en el gol de Angelito. En duelos con este grado de paridad quien pega primero, pega dos veces. Y aquí cambió todo. Los de colorado fueron con rebeldía, pero sin orden y los nuestros encontraron el escenario ideal para potenciarse: ánimo en alza y espacios para atacar. Así, mediante otra asfixia colectiva nació la contra que Ever transformó en el 2 a 0.
Los trasandinos no lograron reponerse futbolísticamente de las certeras manos rosarinas en ningún momento. De allí al cierre hubo más olor a goleada que a descuento, aunque la placa final acorte en números lo visto en el desarrollo.
Solidez defensiva, colaboración absoluta de todos a la hora de achicarle espacios a un rival de jerarquía, verticalidad punzante, gratas apariciones como la de Gaitán y Lamela, bienvenidas confirmaciones como la de los centrales y Mercado, liderazgo emocional y futbolero con Mascherano y Di María. Muchos atributos para no salir victoriosos de una parada brava. Saludables atributos para demostrar que ante la ausencia del mejor hay recursos.
Es cierto que no es lo mismo ganar el primer partido que la final. Pero tan cierto es también, que vencer al último campeón en el arranque es un disparador anímico de alto impacto. Según el lado de la cordillera que uno ose escuchar, la verdad será diferente y relativa. Como la mayoría de las opiniones sobre este deporte. Pero el vencedor fue uno solo. Y de cara a lo que viene este resultado permitirá construir sobre una confianza rebosante, esa que abre los sentidos en plenitud tras un triunfo importante.
Queda mucho por mejorar y corregir, como también por profundizar y potenciar. Pero nadie podrá objetar que ganó Argentina, que lo hizo con justicia, y que lo hizo sin Messi.