"No siempre gana el mejor"

Anoche me fue complejo conciliar el sueño. Muy complejo. La tristeza me invadió plenamente. Será que este derrotero de años yendo de club en club, de ciudad en ciudad me ha hecho acomodar los sentimientos cerca del cariño y bastante lejos del fanatismo. Será por eso que la selección despierta en mí pasiones de otra época.

O quizá me haya cautivado la capacidad de superación. Porque habían respondido a una final perdida con otra final, y porque lo volvieron a hacer. No lo sé. Talvez sea el compromiso de estos jugadores, que han hecho de esta selección una prioridad más allá de tener calendarios colapsados a la orden de sus verdaderos empleadores.

A lo mejor fueron actitudes… como la humildad, la generosidad y la solidaridad puestas de manifiesto desde el lenguaje más genuino que tiene el futbolista, ese que se expresa con la pelota en los pies, pero que también se transmite en una palmada justa, en un festejo de gol multitudinario, en relevos impensados para la mayoría de los jugadores ofensivos del mundo. Puede que esa hermandad, esa interpretación colectiva del juego haya despertado mí empatía.

Me cuesta reconocer cuando se originó esta afinidad. Sin embargo, no creo equivocarme al decir que la madurez de estos muchachos fue el detonante que definitivamente me atrajo. La madurez traducida en versatilidad. Versatilidad aplicada al entendimiento de las circunstancias, a la lectura de los adversarios para planificar la estrategia adecuada buscando un solo fin: doblegar al rival.

Ganar es siempre el objetivo pero cómo conseguirlo importa, por el simple hecho que aclara a los intérpretes cuales son las herramientas. Sean las que sean. Y esta Argentina fue amplia y variada en su repertorio. No se trata de modificar por temor al que está enfrente. Pasa por conocerlo para saber cómo lastimarlo. Así buscó el triunfo la albiceleste, siempre.

Y más allá de las diferencias, a priori, de jerarquía nuestro elenco mostró aptitudes para ganar gobernando terreno y pelota; para hacerlo retrocediendo y contragolpeando; para disimular con creces las recurrentes lesiones; y para asumir su candidatura sin titubeos.

Así llegó a la batalla final. Con sus tropas disminuidas, incluso con heridos dentro del campo, pero con su capitán como bandera y su jefe como estandarte sosteniendo desde las bases y guiando al pelotón del fondo que resistió estoico, fue digno. Fue dignísimo. Y mereció ganar. ¡Claro que mereció ganar! ¡Recontra mereció levantar esa bendita (o maldita ya) copa y festejar con sus familias que los acompañan con la sinceridad del amor y también con sus fieles simpatizantes, esos que esperaban una consagración y no otra cosa!

Pero no siempre gana el mejor. Menos aún en partidos a plata o mierda, donde la regularidad previa no cotiza en puntos y todo se ciñe a noventa minutos, o ciento veinte, tras los cuales esperan los miserables penales.

Chile hizo méritos. Sería de necio negarlos. Y fue el campeón. Pero Argentina fue el más claro, aunque nuestro amado deporte le haya soltado la mano, hace ya rato, al acopio de merecimientos. A cambio de eso propone detalles. La diosa victoria se entrega a quien ose aprovecharlos. Nuestros enviados no pudieron. Los trasandinos sí.

Seguramente se levantarán para seguir defendiendo estos colores. Seguramente no dormirán por meses, reviviendo situación por situación buscando respuestas que nunca encontrarán. Y seguramente yo los esperaré con la ilusión de saber que distante o no, habrá otra chance.

Ojalá Lionel recapacite en el calor de su hogar y nos siga llevando por el buen camino, ese que construye a diario derrochando gambetas, goles y valores… Valores… De esos que tanta falta hacen.