Falu y Moguilevsky: “El secreto es que no somos un dúo”

Ayer es siempre. El guitarrista y el aerofonista reflexionan sobre su nuevo disco y de la dinámica especial que los une en el estudio y en el escenario.

Moguilevsky y Falú

Juan Falú y Marcelo Moguilevsky se conocieron por casualidad en un cumpleaños hace treinta años. Allí se pusieron a tocar espontáneamente canciones del repertorio argentino y, desde entonces, continuaron reuniéndose esporádicamente. La frescura de ese encuentro quedó materializada en dos discos: Improvisaciones (1996) ySemitas (2007). Con la misma magia y sintonía intactas presentan un nuevo proyecto discográfico.

Ayer es siempre , grabado en vivo durante dos presentaciones en Espacio Tucumán, el año pasado, en el Ciclo Músicos Populares. El registro austero, sin virtuosismos, se presenta por primera vez el 24 de agosto en la Sala Argentina del CCK.

“El secreto es que no somos un dúo”, suelta Falú cuando se le pregunta por la continuidad artística que lograron durante tantos años. “Dúo se refiere a algo que tiene una cierta estabilidad y funciona como tal. No es el caso nuestro”, remata el músico y agrega: “Ser un dúo no garantiza tener una comunicación”.

Moguilevsky asegura, también, que “lo que garantiza que el encuentro con Falú se repita es que, de alguna manera, somos consecuentes con lo que cada uno cree, pregona, siembra y cosecha. Toqué con otros músicos, pero no siempre nos reencontramos”, concluye el multiinstrumentista, que en esta nueva producción toca el clarinete y clarinete bajo, flautas dulces y armónica.

–¿Hubo algún cambio en la dinámica entre ustedes después de tantos años?
Marcelo Moguilevsky: –No. Nunca nos hemos puesto a ensayar para ver cómo hacer un arreglo. Esa mecánica o esa metodología no está. Pero sí observar cómo el otro va diciendo, retrocediendo o imitando. Eso estuvo desde el primer día y está hoy también. Cada vez que me encuentro de nuevo con Juan, él está en la huella que es de él. No está en otro lado. Supongo que él debe tener una percepción parecida. Más allá de que uno estudie cosas, siga componiendo, o se haya cruzado con otros músicos que te hacen crecer, me parece que esto de seguir en la huella no es poca cosa. Al final, da un fruto, un lenguaje, que es lo que nos unió desde ese primer momento.

–Una vez que decidieron grabar el disco en vivo, ¿cómo organizaron los temas? ¿Les llevó mucho tiempo ponerse de acuerdo?
M.M.: –Hicimos una gran lista.

Juan Falú: –Nos pusimos de acuerdo en unos minutos con los temas. La única consigna era que fueran temas distintos a los ya grabados.

–¿Qué canciones incluyeron?
J. F: –Uy, no sé si me acuerdo de todas. Hicimos varias zambas de Leguizamón.

M.M.: –“Zamba de Argamonte”, “Si llega a ser Tucumán”… J. F.: –Una chacarera de Pepe Núñez que se llama “La cruzadita” y la “Chacarera del 55”. “Pan del Agua”, de Ramón Ayala. Una huella preciosa de los pampeanos Roberto Yacomuzzi y Lalo Molina que se llama “Huella de ida y vuelta”. “Vidala de lo imposible”, una vieja vidala tucumana.  

–¿Cómo fue el proceso de selección?
J. F.: –Elegimos los temas que tenían polenta para tocar en el concierto. Pero para el disco terminamos quedándonos con los que nos gustaban por cómo sonaban. A veces cuando estamos en el camarín tocamos una canción, si nos parece que salió linda, la incluimos en el concierto. Pasa lo mismo con la versión: podemos tocar un tema de nuestro repertorio, pero si no nos gusta la versión que hicimos, la descartamos.

–Esa modalidad me hace pensar que siempre prefieren el vivo antes que el estudio de grabación...
M. M.: –Lo que pasa es que nosotros somos el vivo. Cuando fuimos a un estudio, pasó lo mismo. No editamos las partes que no nos gustan, sino que, por ejemplo, grabamos tres veces la zamba “La Tristecita” y elegimos la versión más linda. Estamos atentos al tema de la emoción, que nos vibre la cuerda íntima. Y si no vibró, no pasa nada. Lo soltamos porque no vale la pena. Pero todo el disco es amoroso para mí. Un disco muy sobrio. No abunda ese estado contemplativo en el que toda la gente hace silencio con vos frente a lo que estás tocando.

J. F.: –¡Se alinearon algunos astros! Porque no es sencillo grabar en vivo y que el resultado te deje conforme. Es muy expresivo el disco en general. Estuvo muy bien el técnico que grabó en vivo. También el que masterizó y mezcló. No era fácil por el amplio rango dinámico, muchos matices entre los pianísimos.

–Imagino que improvisan mucho. ¿Qué rol asume cada uno?
J. F.: –Se trata de una improvisación libre en permanente diálogo. No es que uno improvisa y el otro le hace la base, que es uno de los conceptos posibles en la improvisación. Los dos estamos atentos porque hay una idea que dispara el discurso. Hay dúos que están muy comunicados en sus roles.

–Como el dúo Salgán-De Lío.
J. F.: –Me parece que es diferente. De alguna manera en Salgan-De Lío hay roles definidos de quién va disparando la idea y quién va haciendo el soporte de esa idea. Entre nosotros no funciona así. Tranquilamente yo podría ser un soporte armónico porque Mogui toca un instrumento melódico; yo podría reducirme a ese rol. Pero ninguno de los dos lo acepta de esa manera. Eso significa que hay que tener una comunicación, un respeto (porque hay que escuchar al otro), y también un placer y un reflejo.

–¿Con qué tema de todos los que grabaron se sienten más representados?
M. M.: –Yo estoy tocado por “Zamba de Argamonte”, un tema del Cuchi Leguizamón. Me pasó algo cuando lo hicimos una vez en un ensayo, y a partir de ahí quedó para el concierto. Todavía me pregunto por qué me pasa lo que me pasa con esa canción. Estoy al borde del llanto y con una profundidad en los silencios y en las esperas que supera lo que yo puedo escribir en un papel. Nosotros, con mucha delicadeza, a veces lo mencionamos como algo espiritual. Los artistas han hablado toda la vida de la musa, la magia, el encuentro, los astros. La verdad, no sé qué es, pero en Argamonte me pasó algo. Juan lo suele decir de una manera graciosa: con los años uno va tocando menos.

–El gran momento de síntesis, cuando se calman las ansiedades y van desapareciendo los excesos innecesarios.
M. M.: –Sí. Los enunciados son más filosos también. ¡Guarda con esas tres notitas que quedan en el aire!

J. F.: –Para poner un ejemplo que contrasta con lo que contó Mogui, hay una chacarera que se llama “La Cruzadita”, que quedó un poquito endiablada y está muy lograda. Jugamos con la rítmica y el canto que no es tradicional en las chacareras, pero también con la rítmica tradicional. Me gusta mucho cómo quedaron algunos de los temas cantados también. Me parece que Mogui lo hizo muy bien. Y creo que él eligió el tema que eligió para no hablar de su canto. Se disfruta mucho sentirse agradable cantando, especialmente cuando uno no es cantor.

–¿Cómo se desmantelan los prejuicios alrededor de la música tradicional? Me refiero a poder salir a tocar el repertorio folclórico, por ejemplo, sin tener que usar alguno de los elementos del arsenal telúrico: poncho, boleadoras, o cosas por el estilo.
J. F.: –Sí, claro. La mejor manera de desmantelar prejuicios es abrazar la tradición y poder ser transformador. Este es un país que culturalmente ha tenido fuertes expresiones conservadoras que, identificadas con la tradición, utilizaban como emblema el bombo, la zamba y la ropa de gaucho. Y, al mismo tiempo, teníamos una izquierda que era un poquito ajena a la tradición. Entonces, eso ha marcado y ha generado muchos prejuicios. Por eso es que un progre argentino simpatiza más con el rock porque le queda mejor para su etiqueta de progre. O un político que quiere tener masividad para su oferta de espectáculos va a estar con el rock. Como sucedió con los festejos del Bicentenario.

–Tal vez entre los más jóvenes el paradigma está cambiando...
M. M.: –Sí. Cuando se habla de tradición, se piensa en lo conservador. Sin embargo, la gente joven que viene a abrevar de esas fuentes, es la más atrevida.  J. F.: –En un sentido, lo que tiene tradición es lo que se juega más para la transformación. Es una dialéctica muy interesante.

–¿Tocaron en escenarios folclóricos tradicionales?
M.M: –Tu experiencia en Cosquín, Juan.

J. F.: –A veces cuando uno viene del folclore y tiene un afán de recrear, la prueba de fuego es tocar en determinados ambientes más familiarizados con la tradición y que se pueda reconocer lo que uno hace. De lo contrario, te tenés que confinar a tu público; un público de perfil más intelectual. No siempre puede ser grata la experiencia, como me pasó una vez en Cosquín. Pero cuando lo es, es muy buena.

–¿A qué se refiere el título del disco Ayer es siempre?
J. F.: –Es un tema que le hice a un hermano que partió. La idea de ese título es la de la niñez como lo más cercano a lo eterno. Ante la partida de alguien entrañable, el recuerdo de la niñez compartida es lo que más queda.

Moguilevsky y Falú