Ella sonríe con la ilusión de todas las novias jóvenes. Del otro lado del salón, su papá vigila el intercambio como cualquier otro padre del mundo, entre feliz y nostálgico por el enlace de su primera hija. Una escena que podría ser tan tierna como cualquier otra en su tipo si no fuera por un enorme detalle: la sonrojada novia es la futura reina de Inglaterra y su atento padre el rey Jorge VI, que ya sospecha que no le quedan muchos años al frente del imperio británico.
Así comienza The Crown , la serie de Netflix que está disponible en la plataforma y que hace un excelente trabajo para que la imagen de la anciana de los sombreros raros y los trajes color pastel se transforme en la de una joven princesa que parece ni siquiera registrar su futuro y su lugar en la historia del mundo moderno
La primera producción original que el servicio de streaming realiza en Inglaterra tiene tanto pedigrí que la pantalla bien podría teñirse de azul. Por un lado está el cuento que se desarrolla en los diez episodios que componen la primera temporada, un detallado y fascinante retrato de la primera década del reinado de Isabel II desde su encarnación como la joven princesa Elizabeth Windsor hasta el de la monarca que debe poner su deber con el reino británico ante todo y todos los demás. Y eso incluye a su marido, sus hijos y su hermana. Todos actores secundarios en el escenario público y privado siempre encabezado por la reina.
Y para poner en pantalla la historia de esa familia que es a la vez la historia de la Gran Bretaña de los últimos sesenta años, la ambición creativa de la producción estuvo a la altura de su cuento.
El creador de la serie es Peter Morgan, dramaturgo y guionista británico que no sólo se especializa en recrear relatos biográficos de conocidas figuras, sino que parece tener una maestría en su reina. Aunque no la conozca personalmente ni aspire a ello a pesar de haberse puesto más de una vez en los incómodos zapatos de taco bajo de la monarca de 90 años.
De hecho, The Crown completa la trilogía que Morgan inició con el film La reina (2006), protagonizado por Helen Mirren como la soberana que debía enfrentar las consecuencias del fallecimiento de la princesa Diana y la percepción del mundo sobre la familia real. Pensada originalmente por sus productores como un apenas velado intento de lucrar con la popular figura de la princesa del pueblo y su trágica muerte, la película resultó un profundo estudio sobre la monarquía británica, la soledad del poder y los cambios políticos y sociales de los que Isabel fue parte y testigo desde su coronación en 1953.
El éxito del film que le valió un Oscar a Mirren impulsó a su vez la obra teatral The Audience , en la que Morgan imaginó una de las tantas ceremonias que la reina encabeza desde que asumió el trono hace 60 años: la aprobación del primer ministro electo por sus súbditos. Esas reuniones sin testigos que el autor reconstruyó para volver a explorar la personalidad de la monarca con más años de reinado en la historia de Gran Bretaña, además del peculiar vínculo que sostiene con los políticos de carrera que acceden a dirigir su país. De Winston Churchill a David Cameron pasando por Margaret Thatcher y Tony Blair, otro de los biografiados favoritos de Morgan, todos fueron transformados en personajes rendidos a los pies de la reina (otra vez interpretada por la inigualable Helen Mirren) en la obra que fue un suceso tanto en el West End londinense como en Broadway y terminó inspirando The Crown .
Década a década
Crear una serie a partir de algunos de los personajes más famosos de la esfera pública mundial de los últimos sesenta años es un arma de doble filo. Si bien sobran hechos y figuras relevantes para llenar temporadas enteras, también es cierto que el peligro de caer en un relato demasiado pedagógico o que roce el documental siempre está latente. Y en este caso en particular el desafío era contar eventos que cualquiera podría descubrir en los libros de historia o en Google y volverlos originales a partir de un recorte y una mirada particular.
Así, a diferencia de lo que suele ocurrir con muchas ficciones, el arco dramático de The Crown está trazado desde el primer minuto del primer episodio de su primera temporada. La serie fue estructurada en seis temporadas, cada una representando una década del reinado de Isabel II, que equilibrarán las escenas de su vida privada con el contexto político de Gran Bretaña y, por extensión, el mundo entero. Ese singular y atrapante mapa ya empieza a desplegarse con una buena dosis de intriga y drama en los primeros capítulos que muestran tanto la cotidianidad del palacio como la despiadada lucha de poder que rodeaba al primer ministro Winston Churchill interpretado por un irreconocible John Lithgow.
Todo comienza en los albores del casamiento de la todavía princesa Isabel interpretada por Claire Foy que, curiosamente, se había probado el cetro y la corona el año pasado en la brillante miniserie Wolf Hall (también disponible en Netflix) en la que encarnó a Ana Bolena.
En el primer episodio dirigido por Stephen Daldry (Billy Elliot), mientras la joven novia se prepara para casarse con Philip, el duque de Edimburgo, su padre el rey empieza a mostrar signos de la enfermedad que finalmente acabaría con su vida unos pocos años después. Interpretado por Jarred Harris (Mad Men ), el rey aparece como una figura repleta de contradicciones, un veterano estadista y padre amoroso que conoce mejor que nadie la carga que deberá asumir su hija mayor cuando él ya no esté.
"¿Sabés cuál es tu trabajo? Ella es tu trabajo", le dirá al príncipe consorte (Matt Smith) cuando perciba su afán de protagonismo y cierto despiste respecto de las tareas asumidas cuando dio el sí en una ceremonia matrimonial transmitida a todo el mundo. El primero de los enlaces reales que gracias a la televisión capturaron la atención y la fantasía del público alrededor del planeta.
Algo de esa fascinación, de la posibilidad de espiar la vida de esas personas que viven en un castillo -o varios- y cuya imagen pública está hecha de un compilado de paseos en carruaje y desfiles militares, se traslada a The Crown . Especialmente porque Morgan construye un universo visual y narrativo de una inusual riqueza que se toma el tiempo para construir a sus personajes principales y secundarios (la subtrama de los cortesanos merecería una serie por sí misma) sin perder el ritmo que exigen los formatos televisivos pensados para el consumo maratónico. Aunque hay que decir que ésta es una de esas series que se beneficiarían si sus espectadores pudieran contener la avidez y vieran los episodios con una atención equivalente a la que fueron creados.
"No era mucha la tarea que podía hacer porque la reina no se expresa públicamente como el resto de nosotros. Sólo tuve que imaginarla como una joven que quería vivir en el campo con su marido, sus hijos, sus perros y sus caballos. Era tímida y retraída, muy cercana a su hermana y de repente le asignan el trabajo de la jefa", explicó Claire Foy cuando la consultaban una y otra vez por su preparación para interpretar a la soberana. Un papel que probablemente consiga que la joven actriz se gane el reconocimiento de los espectadores, aunque en el palacio no emitan ni un sonido al respecto. De hecho, Morgan ya está acostumbrado a lidiar con los usos y costumbres de la corte de Isabel II hasta el punto de atreverse a bromear en una nota con la revista Variety con el hecho de que Netflix estaba trabajando para conseguir el apoyo de su majestad en la promoción de la serie. Una broma a la que siguió con un comentario que se hubiera ganado la admiración de su fascinante objeto de estudio.
"Yo necesito mi independencia y la familia real quiere la suya. No quiero tener nada que ver con el palacio", explicó el autor que, con intención o no, transformó a la reina más longeva de figura de cera en una persona de carne y hueso. Más precisamente en la novia que en el día de su casamiento no sólo se siente una princesa, sino que de hecho lo es. Hasta que sea la reina. Pero esa historia empieza en el próximo capítulo.