"Tenemos que matar a Twitter antes de que Twitter nos mate"

Twitter entra en la categoría de algo que alguna vez creímos que era bueno para nosotros pero que resultó ser tóxico, como los cigarrillos o el asbesto.

El sitio es famoso como un puerto seguro para el bullying y la conducta sociopática. Posibilita a los terroristas y a los grupos discriminatorios. Posibilita a Kanye West. A pesar de sus promesas de limpiar el sitio, el liderazgo de Twitter ha hecho poco más que nada.

Twitter ha facilitado también, por supuesto, a Donald Trump. La mitad de los votantes en los Estados Unidos —o, bueno, unos 3 millones menos que la mitad— piensan que esto es espléndido. La otra mitad, y sólo más o menos el resto de todo el planeta, cree que no hay un lado positivo en el tuiteo improvisado del presidente Trump. El lado negativo potencial más grande: comienza una guerra nuclear en 140 caracteres o menos. 

Trump solo es una razón suficiente para apagar el interruptor maestro en el cuartel central de Twitter y cerrar toda la cosa. Imaginemos cómo sería Trump sin Twitter. Él no usa correo electrónico ni computadoras. Nunca comprendería Snapchat. Quedaría privado de su arma favorita para amenazar a sus víctimas, como el Abominable Hombre de las Nieves luego de que el Duende Hermey le arrancara los dientes.

Dicho sea de paso, Trump ocupa el puesto 73 entre los más seguidos en Twitter. Katy Perry encabeza la lista, con aproximadamente cinco veces más seguidores que Trump. Barack Obama está cuarto. Trump tiene menos seguidores que Britney Spears, Lil Wayne, la estrella brasileña de fútbol Neymar y la rockera escasamente relevante Avril Lavigne. La lista de los 100 principales dice mucho sobre cuán inane se ha vuelto Twitter.

Ya no hay nada de Twitter sin lo que podamos vivir, o que no podamos reemplazar con Facebook o Snapchat (que ahora tiene más usuarios activos que Twitter). Lo mejor que se podría decir sobre Twitter es que se ha convertido en el nuevo micro-comunicado de prensa, un canal para que los famosos y los poderosos promuevan, con el menor esfuerzo posible, su próximo proyecto, su próximo producto o su próxima idea casual. Esos tuits son tan irresistibles para los medios como un bol de papas fritas puesto sobre la mesita de centro. Hemos comido demasiadas y nos odiamos por haberlo hecho.

Otro beneficio de cerrar Twitter: podría acelerar la disminución del uso de la palabra hashtag en las conversaciones. Aquellos que lo hagan se revelarían como una reliquia, como alguien que dice estupendo o llama señoras a las mujeres.

Tampoco hay mucho para recomendar de Twitter como empresa. Su valor de mercado ha caído a menos de la mitad de lo que era el día que comenzó a cotizar en bolsa, en noviembre de 2013. Sus ejecutivos superiores entran y salen como una serie de pitchers de relevo que intentan frenar una paliza en un partido de béisbol. Su número de usuarios activos creció un poquito hacia finales de 2016 pero básicamente no ha cambiado desde comienzos de 2015. Durante el verano, una serie de compradores potenciales —incluidos Google, Salesforce y Disney— hicieron verificaciones diligentes de Twitter y parecen haber concluido que presentaba alguna combinación de mucho peligro y muchos defectos para comprar.   

Desde su fundación Twitter nunca tuvo un propósito. En una entrevista de cuando muy poca gente fuera de Silicon Valley había oído hablar de Twitter, su co-fundador Evan Williams me dijo que todavía estaba tratando de descubrir qué era al observar de qué modo se lo utilizaba. Hoy el actual director ejecutivo, Jack Dorsey, hace lo mismo. A finales de año publicó: "¿Qué es lo más importante que quiere que Twitter mejore o cree en 2017?". Eso no es un liderazgo visionario exactamente, no comparado con lo que hemos visto de Mark Zuckerberg en Facebook o Larry Page en Google. Twitter siempre ha estado más a la deriva que otra cosa, básicamente un accidente que se volvió moda.

Se podría decir que Twitter ha hecho mucho bien en el plano internacional, al ayudar a que los manifestantes se comunicaran y se reunieran en países autoritarios. Pero la mayor parte de esas "revoluciones de Twitter" no han tenido un impacto duradero. Las grandes protestas en Egipto que abrieron el camino a la destitución de Hosni Mubarak fueron organizadas mayoritariamente en Facebook por un empleado de Google, Wael Ghonim, tal como él detalla en su libro Revolution 2.0. Los oprimidos del mundo tienen hoy un gran cantidad de herramientas en línea que los ayudan a sortear las restricciones gubernamentales y hablar entre sí. No necesitan a Twitter.

La empresa, con sede en San Francisco, emplea a menos de 4.000 personas. Sería una lástima dejarlas sin trabajo. Pero el director ejecutivo de IBM, Ginni Remetty, destacó hace poco que en los Estados Unidos hay 500.000 empleos técnicos sin cubrir. A la mayoría de los tuiteronianos despedidos les iría bien.

Si el gobierno chino se irrita lo suficiente con Trump por Taiwán, podría vengarse y soltar el efectivo para comprar Twitter y cerrarlo de inmediato. Pero es discutible si eso convendría a China. Si los líderes de China quieren desestabilizar los Estados Unidos, quizá un plan mejor sería comprar Twitter para asegurarse de que se mantiene operativo así Trump y Kanye pueden seguir tuiteando.

Tiene que haber otras opciones. ¿Quién podría ser los suficientemente rico y estar lo suficientemente motivado para comprar Twitter? ¿George Soros? ¿Un príncipe saudita? ¿El Papa? A comienzos de 2016 News Corporation, propiedad de Rupert Murdoch, negó los rumores de que estaba interesada en comprar Twitter. Acaso podemos conseguir que Murdoch lo reconsidere. Y entonces puede hacer por Twitter lo mismo que hizo por MySpace cuando lo compró. (Una pista para los millennials sobre el resultado probable: ¿Acaso siquiera se acuerdan de MySpace?)

Aunque librarse de Twitter podría resultar más difícil que librarse de los mapaches en un campamento. La compañía todavía vale casi USD 12.000 millones. Todavía tiene 300 millones de usuarios por mes. Y todavía tiene a Trump, de modo tal que si alguien intentase cerrara, probablemente él intervendría y clasificaría a Twitter como algo esencial para nuestra seguridad nacional y nombraría a Ivanka para que lo dirigiera.