Cinco año sin Spinetta, una ausencia omnipresente
El 8 de febrero de 2012 nos dejaba este gran músico cuyo legado artístico se volvió emblema de la música argentina que fue mucho más allá del rock.
Hace cinco años moría Luis Alberto Spinetta, un músico que, a partir de una carrera brillante y plagada de inspirados discos, dejó un invaluable legado que sienta un precedente difícil de ignorar para sus colegas.
A lo largo de más de 40 años desde su aparición pública en 1969, tanto al frente de memorables e iniciáticas bandas como Almendra, Pescado Rabioso, Invisible o Spinetta Jade, como en su etapa solista, con 35 discos editados, Spinetta logró posicionarse como el máximo referente del rock argentino, junto a Charly García y Pappo.
Pero la obra de este artista trascendió el rock y se caracterizó por una búsqueda musical incansable, con un alto valor estético como guía y el alto nivel poético en sus letras, influidas por pensadores como Nietzsche, Michel Foucault, Carlos Castaneda y Carl Jung, además de artistas de otras disciplinas como Vincent Van Gogh, Arthur Rimbaud y Antonin Artaud, entre tantos.
A pesar de que su carrera también se caracterizó por el escaso impacto comercial de sus discos y sus conciertos, acaso producto de su negativa a realizar concesiones creativas ante el mercado, su figura se convirtió en un referente para todos los músicos del país, más allá del género que cultiven. Incluso, su obra cuenta con grandes fans entre artistas internacionales, entre los que se destacan el brasileño Ed Motta; Jimmy Rip, ex guitarrista y productor de Mick Jagger; Carl Barat, uno de los líderes de The Libertines; y Gino Vanelli.
Sin embargo, como suele ocurrir en muchos casos a lo largo de la historia, las ventas de discos de Spinetta se dispararon en los últimos años, como así también la difusión de su obra, luego del triste 8 de febrero de 2012, cuando su cuerpo perdió la silenciosa batalla contra un cáncer de pulmón que, sin éxito, trató de mantener lejos de los flashes de los medios.
Un trayecto creciente
Nacido el 23 de enero de 1950 en el seno de una familia de clase media, en la porteña zona del Bajo Belgrano, el Flaco Spinetta, como siempre se lo mencionó de manera cariñosa, heredó de su padre Luis Santiago, un cantante de tangos amateur, el gusto por la música, el que siempre fue incentivado por su entorno casero.
Luego de una participación en un concurso televisivo de voces infantiles, fascinado por los Beatles y con algunas clases básicas de guitarra en su haber, Spinetta comenzó a construir su mundo musical, en el que no estaban exentos el dibujo y la poesía, actividades que compartía con Emilio del Guercio, su amigo y compañero del rígido y católico Instituto San Román.
Junto a Del Guercio, el guitarrista Edelmiro Molinari y el baterista Rodolfo García, formó Almendra, banda pionera del rock argentino, que instauró todo un lenguaje en la cultura local a partir de su cruce de artistas como los Beatles, Ástor Piazzolla, el jazz contemporáneo, Julio Cortázar y César Vallejo, entre otros.
Con clásicos como “Muchacha ojos de papel”, “Ana no duerme”, “Plegaria para un niño dormido”, “Fermín”, “Figuración” y “Laura va”, el primer disco de Almendra, editado en 1969, creó todo un imaginario artístico que marcó para siempre la obra de Spinetta.
Tras sentar las bases del rock en castellano, junto a Los Gatos, Manal y Vox Dei, Almendra se separó en 1970 e inmediatamente el Flaco comenzó a mostrar nuevas inquietudes artísticas que lo acercaban al rock más duro, el blues y la psicodelia.
En ese contexto forma Pescado Rabioso, con el baterista Black Amaya, el bajista Osvaldo “Bocón Frascino” (luego reemplazado por David Lebón), a los que se les sumaría más tarde el tecladista Carlos Cutaia; en donde despliega un rock visceral, aunque sin abandonar sus aspiraciones líricas.
De esta etapa, destacan temas como “Blues de Cris”, “Me gusta ese tajo”, “Despiértate nena”, “Serpiente (viaja por la sal)”, “Credulidad” y “Aguas claras del Olimpo”.
Luego de la separación de Pescado Rabioso, Spinetta graba “Artaud”, una obra cumbre en un formato predominantemente acústico, creada como “respuesta al dolor que provoca” leer la obra de este poeta “maldito”, según palabras del propio músico, en donde destacaban piezas clásicas como “Todas las hojas son del viento”, “Cantata de puentes amarillos”, “Bajan” y “La sed verdadera”.
El siguiente proyecto fue el trío Invisible, junto al bajista Machi Rufino y el baterista Pomo Lorenzo, otro punto alto en su carrera que se extendió hasta 1976, con tres discos editados que fueron desde la experimentación con complejas composiciones en donde predominaban los cambios de ritmos, hasta la música ciudadana que reconocía en Piazzolla a su gran influencia.
Canciones como “Azafata del tren fantasma”, “Irregular”, “Durazno sangrando”, “Lo que nos ocupa es esa abuela, la conciencia que regula al mundo”, “El anillo del capitán Beto” y “Los libros de la buena memoria”, dan cuenta de ello.
Fascinado por el jazz-rock de John McLaughlin, graba en plan solista “A 18 minutos del sol”, su obra más cuestionada, que le significó la ruptura con su público más tradicional, que no logró asimilar el cambio estilístico, más allá de la belleza de composiciones como “Toda la vida tiene música hoy”, “Canción para los días de la vida” y “La eternidad imaginaria".
Entre 1980 y 1984, lideró Spinetta Jade, un proyecto que fue rotando músicos pero hizo especial hincapié en los teclados, y que mostró una paleta estilística que fue del jazz-rock, al Adult Orient Rock, la new-wave y los primeros experimentos electrónicos, tal como lo demuestran canciones como "Alma de diamante", "La herida de París", "Maribel se durmió", "Camafeo" y "Ludmila".
En solitario
Ya establecido como solista, Spinetta aborda en la segunda mitad de los '80 una música con la que intenta hacer equilibrio entre su reconocido estilo y los nuevos sonidos pop y electrónicos que imperaban en la época.
Enojado con la industria musical, Spinetta se llamó a silencio entre 1992 y 1994, cuando comenzó a diseñar Los Socios del Silencio, un power trío integrado por el bajista Marcelo Torres y el baterista Daniel Wirtz, con el que sin resignar sutilezas, desplegó un incendiario rock garagero, tal como puede comprobarse en "Cheques", "Nasty people", "Jardín de gente", "Bosnia" y "La luz te fue", entre otras.
Desde 2001 en adelante, Spinetta lanzó un puñado de discos en los que abandonó la experimentación y reposó en el estilo propio forjado en los años anteriores, pero no cesó en sus intentos por alcanzar un nivel de preciosismo inusitado para el mundillo del rock.
La cumbre
La gran síntesis de toda su obra llegó la noche del 4 de diciembre de 2009, en el Estadio de Vélez Sársfield, cuando con motivo de celebrar los 40 años de carrera, encabezó un concierto de más de cinco horas en donde reunió a gran parte de los músicos que lo habían acompañado a lo largo de su su recorrido musical, un hecho inusitado en la historia del rock.
A pesar de que realizó varias presentaciones, hasta que su salud comenzó a dar señales de alarma, a mediados de 2011, "Las bandas eternas", nombre dado al histórico recital en Vélez, aparece como el gran broche de oro para una trayectoria que, sin estridencias, dejó una huella imborrable, una vara muy alta para las nuevas generaciones musicales y un ejemplo de integridad artística poco frecuente.