Adolfo Aristarain: el gran prócer del cine argentino

Recibió el premio a la Trayectoria Artística del Fondo Nacional de las Artes y es un gran defensor de las buenas historias.

Adolfo Aristarain

"El año pasado la Cinemateca de México me invitó a presentar una retrospectiva de mis películas, y me dio una medalla de plata maravillosa, que sólo le han dado a Costa Gavras y a Atom Egoyan. Y también recibí un reconocimiento de la DAC -la entidad que agrupa a los directores argentinos-, toda gente del medio o el oficio, pero lo del «Fondo» me sorprendió. No conozco a nadie de allí. Es fantástico que te reconozcan por tus películas", dice Adolfo Aristarain, a propósito del premio a la Trayectoria Artística 2016, en la categoría Artes Audiovisuales, que le otorgó el Fondo Nacional de las Artes.

Director y guionista de once largometrajes, posteriores a su labor como ayudante de dirección en más de 30 films, asistiendo a directores como Mario Camus, Vicente Aranda, Sergio Leone, Daniel Tinayre y Sergio Renán, este porteño de 73 años, lector y cinéfilo empedernido desde la niñez, es uno de los nombres fundamentales de la historia del cine argentino. Ya en 2013 el Bafici había dedicado un foco al conjunto de la filmografía de Aristarain. "El cine es lo que sé hacer, lo que hice toda mi vida." Y lo que, a juzgar por sus dichos, podría devolverlo este año a un set de rodaje. Después de Roma (2004) no volvió a filmar. "No tengo el hábito de tener que estar filmando para no desesperar. Las ganas de filmar me entran cuando tengo una buena historia. Y la buena historia no aparece. Ahora estoy con una..., voy a ver si arranco. Y si me sale bien, intentaré juntar la guita y hacerla este año. Hace un tiempo estuve en un proyecto, La muerte lenta de Luciana B, una novela de Guillermo Martínez que iba a filmar con el productor español Gerardo Herrero -revela-. Me contrataron, hice el guión, todo el mundo contento. Pero se fue postergando porque no conseguían la guita, y se canceló el proyecto. Con esas cosas perdés un año y medio o dos. Llevan mucho tiempo."

-Tu motor de todo siempre es la historia...

-Me divierto como loco filmando. Pero tengo ganas de filmar si hay una historia que me interesa. De lo contrario, ¿qué voy a filmar?

-Sos guionista de todas tus películas. ¿Alguna vez te propusieron filmar guiones ajenos?

-No. Para mí es casi imposible si yo no hago el guión. Además, prácticamente ya no quedan tipos que sean guionistas. El que es guionista quiere dirigir su propio proyecto. Generalmente te mandan un tratamiento o una especie de novela del proyecto que quieren hacer.

-Al leer esos tratamientos, ¿qué es lo primero que te atrae?

-Casi siempre hay algo que te engancha. O que puede ser interesante. O que pensás que puede funcionar. Por ahí te metés, laburás y tardás uno o dos meses en buscar más información, y en darte cuenta de que no encontrás un nudo dramático que valga la pena y que mantenga el interés. Pero de eso no te das cuenta enseguida.

-La tecnología digital introdujo cambios en la producción, circulación y el consumo de contenidos. El cine está disponible en las salas, pero también se puede ver en Netflix u Odeón. ¿Qué te ocurre a vos con esas nuevas formas de ver y de producir cine?

-El mecanismo sigue siendo el mismo. En principio tengo que tener una historia. Una vez que la tengo, la hago con el soporte técnico que me digan. Para mí no hay diferencias. Al contrario, son más fuentes para buscar financiación para un proyecto. Pero digamos que Netflix y ese tipo de cosas no generan ideas, más bien funcionan como una productora, les tenés que llevar vos la historia. O sea que el proceso es siempre igual.

-¿Ves series on demand?

-No. Cuando juntan los episodios de varias temporadas he visto alguna. Pero no tengo paciencia. Tampoco tengo Netflix. De lo poco que vi, me atrajo Homeland. Hay un trabajo de guión impresionante. Te cuentan una historia en 36 horas, llena de puntas formidables.

-Suele decirse que la digitalización abarató los costos del cine.

-Sí, te abarata el costo del negativo. El resto es todo igual. El mayor tiempo en cine se lo lleva el director con los actores. Poner luces, una cámara, es algo rapidísimo. El tiempo en cine es lo que más vale. Y como vengo de una formación como asistente de dirección, yo mismo hago el plan de trabajo de las películas, calculo el tiempo que tiene que ser. Y eso es indiscutible: si hacés el desglose del guión y te da ocho semanas de filmación, no hay dios que las baje.

-Ese interés por las historias, ¿te lo dio el cine que viste desde muy joven, el que hiciste vos o el que le viste hacer a otros directores?

-Es una mezcla de todo. Es el cine que ves como espectador. El que ves filmar. Todo lo que leés, novelas, cuentos, historietas, un mundo del que no salís. Estaba metido en eso, no hacía otra cosa. Veía y leía mucho. Dentro tuyo se forma un gusto particular que desemboca en esto. Pero no creo en el cine que no cuente nada.

-De todos tus films, ¿cuál es el que amás profundamente o que recordás por algo en especial?

-Los quiero a todos. Lo que amás y recordás no es por la película en sí, sino por lo que pasó con ella. Todas tienen algún motivo. Desde La parte del león, Tiempo de revancha, Un lugar en el mundo, Martín (Hache), Lugares comunes, Roma. Todas han tenido una repercusión distinta.

-¿Las reacciones, en general, fueron las que vos esperabas?

-Siempre esperás una buena reacción. Porque eso es una lotería, no sabés qué puede ocurrir. Cuando se da, bienvenido. También sucedió alguna vez que todos teníamos expectativas y la película no funcionó. Por ejemplo, La ley de la frontera. Cuando la vieron los productores españoles y la distribuidora, dijeron "esto es fenomenal, tiene acción, humor, es para toda la familia". Pensaban salir con 30 copias y dijeron "vamos con 100". Y no pasó nada. Recuperó la guita raspando. Y fue igual en todos los países donde se estrenó. Acá el distribuidor puteaba, había cines en los que no había entrado nadie. No era cuestión del boca en boca ni nada. Desde el vamos no atraía. Son los misterios que tiene el cine.

-¿Alguna vez pensaste "en esta película metí la pata"?

-En la que hice para la Columbia, The Stranger. Era una historia floja. Pero hay un punto en el que pensás que por oficio, por lo que sabés, podés... Sí, la podés filmar muy bien, pero la historia sigue siendo tonta. Ese es el problema. Pero el error fue mío. Cuando una historia es floja, va a seguir siendo floja. No tengo problema en reconocerlo, recibí una oferta de los norteamericanos y le metí para adelante, nada más.

-¿Vas frecuentemente al cine?

-En el shopping de Devoto hay unas salas buenísimas. Y a veces con mi mujer vamos y vemos dos películas seguidas, como en los viejos tiempos. Igual, cada vez menos, porque está lleno de esos films de aventuras, zombis o seres extraordinarios.

-Con la proliferación de efectos especiales que caracteriza a gran parte del cine hollywoodense, ¿es más evidente la falta de una buena historia?

-Puede ser. Al haber más cantidad de películas hay mayor cantidad de productos malos. Pero en el cine mundial el porcentaje es siempre más o menos el mismo. Como mucho habrá un 5% de películas que vale la pena ver. El asunto de los efectos especiales me parece que no le mueve un pelo a nadie, porque llegó un punto en que pueden hacer cualquier cosa, terremotos, tsunamis, destruir una ciudad entera. Todo muy bien hecho, sí, pero, ¿qué cuentan?

-¿Qué te interesa del cine argentino actual?

-Las películas que veo y que me gustan, nada más. Y eso para mí es así con el cine de cualquier parte del mundo. Niego totalmente la nacionalidad en el cine. Sólo sirve para establecer las condiciones de producción, pero no las de calidad o de narración. Hay tipos que tienen sensibilidad para contar una historia y otros que no. No tiene que ver con la nacionalidad.

Adolfo Aristarain