Pinola, la muralla hecha platea en la que confía Sampaoli
En 2011, se quejaba porque desde Argentina no miraban la liga alemana. En Central, hasta fue a un colegio a pedir por la no violencia en el clásico.
“Ahora lo que me molesta es que digan que no hay laterales, porque los hay. Lo que pasa es que no les dan confianza, porque no te podés jugar todo en un partido. Lo que creo es que hay que buscar, informarse, saber en qué anda cada jugador, cómo está. Lo que pasa es que van a lo más fácil, en España no hay, en Inglaterra no hay, en Italia tampoco, listo no existen en ningún lado. Eso es algo que me molesta, porque si sos técnico de la selección tenés que saber y no hacer lo más fácil, que es decir que no hay jugadores, como lo ha hecho alguno”.
Javier Pinola dice que extraña el jardín de su casa en Nuremberg. O la rutina de ver a su hijo mayor irse en bici al colegio para llegar diez minutos antes y jugar un picado antes de entrar a clases. En la ciudad que Adolf Hitler diseñó la Tribuna Zeppelín para dar discursos, hay dos paisajes: uno es, turísticamente, el más famoso porque allí se encuentran las resacas del predio soñado por el nazismo para tener como base del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, y el otro es un casco antiguo con estilo de Amsterdam por los canales que se le escapan al río Pegnitz. Entre medio de una y otra, durante años, hubo un cartel gigante: la de la cara del excapitán del equipo de la ciudad, que tras diez temporadas en el club se ganó que a una de las plateas del Stadion Nürnberg le pusieran su nombre.
Hay una canción de la Peña Barrio Bella Vista de Rosario que dice: “Una muralla en el fondo de Central. No pasarán”. Está dedicada a Pinola, que el 18 de octubre de 2015 se congeló mirando a la hinchada que lo alentaba y se acercó, en el medio del partido, a Paulo Ferrari para decirle: “Esto es una locura”. Ahora vive en un departamento y añora los días en que los chicos podían jugar en la calle sin preocupaciones. Pero el pasado no es todo nostalgia: la frase que abre esta nota es de una entrevista a Pinola en 2011. Ahora, en Central, con 34 años, ha logrado lo contrario: llamarle la atención a Jorge Sampaoli, que lo vio desde Sevilla.
Pinola volvió a jugar a Argentina porque Eduardo Coudet, su mujer y sus hijos confiaban en que la rompería. Pensaba retirarse en Nuremberg -donde llegó tras dos temporadas en Racing, compartiendo plantel con Diego Simeone y con Lisandro López-, pero una movida de los dirigentes no lo dejó tranquilo. Entonces, volvió con algunos de los talentos que ya le había visto Hugo Tocalli -padre de Martín, miembro del cuerpo técnico de Sampaoli- cuando era un pibe y lo sumó al plantel campeón del Sudamericano Sub 20 en Uruguay, con Fernando Cavenaghi y con Carlos Tevez como delanteros. Y con más talentos que había aprendido en Europa: “Creo que aprendí cuándo ir y cuándo no. Cuándo y cómo resolver cuando llego al fondo. En Racing era más defensivo y en Alemania aprendí a manejar los momentos para defender y pasar. A jugar rápido, a un toque o a dos”.
Pero lo de Pinola fue, todavía, más extraordinario. Porque no sólo llegó a Central para poblar un plantel que, en tres temporadas, peleó todos los torneos posibles, sino que asumió un rol, al punto que, en la previa de un partido contra Newell’s, fue, junto a Sebastián Domínguez, al Normal Nº2 de Rosario a jugar al fútbol tenis con los alumnos y a pedir por un clásico sin violencia y con tolerancia por el otro. Una identidad tan aceptada por el hincha de Central que, en una cena solidaria, un fanático llegó a pagar 30 mil dólares por una corbata suya.
Al defensor lo citó el Patón Bauza para la Selección para el partido en La Paz, contra Bolivia. Antes, lo había llamado Gerardo Martino. Pero la preferencia de ambos por Marcos Rojo lo dejó en el banco de suplentes. Eso sumado a la rotura de tibia que sufrió en un partido de Copa Libertadores lo marginaron de una chance que, por rendimiento y por estilo, venía pidiendo. Porque Pinola impresionó al cuerpo técnico por su valentía, por ejemplo, para jugar como lo hacía Daniel Passarella en la zaga central, sumándose como una descarga para los volantes centrales, rompiendo el sistema de marcas del rival siendo un seis que deja su lugar lógico para ir al ataque.
Xesco Espar es un exjugador de básquet y exentrenador de Barcelona en el mismo deporte. Hace un tiempo escribió “Jugar con el corazón”, un libro sobre la excelencia en el deporte. Un amigo le regaló a Pinola ese libro y él lo pispea en las concentraciones o rumbo a la cancha, con unos auriculares blancos colgados sobre su cabeza pelada, donde suenan Los Piojos, La Vela Puerca y Cielo Razzo. Una de las frases del libro, quizás, explique las razones por las que un muchacho de 34 años, que pedía pista de Selección Argentina hace seis años, no se da por vencido y sigue intentándolo: “Y es que aunque el talento es necesario, aquello que nos hará alcanzar grandes retos, tras sobreponernos a los fracasos, es el corazón”.