Adam West: el primer gran Batman, y para muchos, el definitivo

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Adam West fue el primer gran Batman de la pantalla. Y también el último, el definitivo, para legiones de fans que se niegan a aceptar el retrato sombrío y lúgubre del encapotado de Ciudad Gótica impuesto por el cine en los últimos años. Una imagen en línea con el origen del personaje concebido por Bob Kane en 1939, sobre un papel de historieta, como reflejo de una urbe claustrofóbica y dominada por el crimen. Tres décadas después, el imperturbable West alteró ese destino: le dio a Batman desde la TV un rostro feliz. Divertido, burlón y autoparódico.

West falleció anteanoche, a los 88 años, en Los Angeles. Fue derrotado por la leucemia después de medio siglo de triunfos contra las decenas de "villanos invitados" a los que superaba a pesar de que el disfraz no podía esconder una rolliza figura poco digna de los héroes que hoy nos invaden. Su Batman se extendió por 120 episodios, filmados entre 1966 y 1968, además de un largometraje. Pero el papel lo atrapó de por vida y West, por cierto, no hizo nada para torcer ese destino. Todo lo contrario. Nunca lo abandonó.

Años después del final de la serie, mientras recorría el mundo invitado a un incontable número de fiestas, convenciones y homenajes, West contó que había firmado una suerte de pacto con Batman. "Vi todo el amor que la gente le tenía al personaje y decidí abrazar esa causa", le dijo una vez a Variety. También reconoció que ese acuerdo tuvo motivaciones económicas. West resignó un posible futuro en el cine y la TV a cambio del dinero fácil que recibía por volver a ser Batman una y otra vez. Vivió holgadamente de esas invitaciones, de las fotos autografiadas y de las charlas nostálgicas, que llevaba adelante con el mismo espíritu de comedia que le impuso a su celebrada y brillante interpretación.

Todos los que crecieron identificando a West con el Batman de la pantalla chica sienten que el actor influyó enormemente en la construcción de ese mundo colorido y zumbón. El atildado y ceremonioso Batman de West era el centro de un universo habitado por la Baticueva, el único e inimitable Batimóvil (un vehículo de diseño extraordinario), la tía Harriet, el baticomputador, los batitubos y aquel teléfono rojo guardado bajo una campana desde el cual el comisionado Fierro llamaba a la mansión de Bruno Díaz cuando Ciudad Gótica enfrentaba alguna amenaza. Los memorables villanos estaban a su altura: el Pingüino de Burgess Meredith, el Acertijo de Frank Gorshin, la Gatúbela de Julie Newmar y, sobre todo, el Guasón de César Romero, un personaje que daba la exacta talla de la identidad burlona que la serie había elegido para recrear aquel mundo de historieta. El Batman de West los enfrentaba sin sacar músculo (de hecho, no los tenía), sino con ingenio y los caudalosos e interminables recursos que sacaba de su baticinturón. Para capturarlos escalaba muros con la batisoga de una manera inverosímil y los enfrentaba a trompada limpia junto a Robin en escenas ilustradas con cuadritos llenos de onomatopeyas memorables: ¡Pow! ¡Clank! ¡Biff! ¡Krunch! ¡Wham! ¡Zwapp!

Gracias a Batman, West pasó por la Argentina varias veces. La primera fue en 1968, en el apogeo de la serie, cuando estaba en pareja con nuestra compatriota Linda Cristal. Luego pasó en 1997 y 1999 (junto a Gorshin) para participar de Fantabaires, antecesora del Comic Con, y celebrar a un personaje sobre el que siempre tenía algo para decir.

Por ejemplo, su rechazo rotundo a los últimos Batman del cine, sobre todo al de la trilogía de Christopher Nolan. Ayer, sus familiares (Marcelle, su esposa de toda la vida, y sus seis hijos) recordaron que West se llamaba a sí mismo The Bright Knight (el caballero brillante), en abierto contraste con la imagen del Caballero de la Noche construida por Nolan. Siempre quiso dejar ante los fans de Batman una imagen positiva del héroe. Lo logró con creces.