El cajón que cambió la historia
Para muchos, Herminio Iglesias fue quien selló la victoria de Raúl Alfonsín en las presidenciales de 1983. Recordamos su violenta actitud de quemar con ataúd con las siglas radicales. Mirá los videos.
El 30 de octubre de 1983 se llevaron a cabo elecciones históricas en la Argentina. Se volvía a la democracia tras siete años de una cruenta dictadura que había destruido las instituciones, dinamitado los resortes económicos y minado los lazos sociales. El país estaba malherido, pero ávido de ser curado.
Las fórmulas presidenciales eran Raúl Alfonsín- Víctor Martínez por la UCR; e Ítalo Luder- Deolindo Bittel por el PJ. Alfonsín integraba la facción más progresista de su partido y había condenado públicamente la amnistía a los militares del Proceso de Reorganización Nacional. Luder, por su parte, está sindicado como quien autorizó la represión contra grupos de izquierda durante su interinato al frente del Ejecutivo en 1975, por una licencia médica de Isabel Martínez de Perón.
A cuatro días de los comicios, Alfonsín cerraba su campaña pronunciando un discurso que quedaría en la Historia: con un tono firme pero conciliador, el líder radical realzaba los valores de la democracia y la unión nacional. Sus palabras, dichas ante cientos de miles de personas en el Obelisco, conmovieron al país.
Dos días después, en el mismo lugar y ante una multitud aún mayor (algunos hablan de 2 millones de asistentes), Luder y Bittel hicieron lo propio. Sólo el candidato presidencial habló, y se mostró confiado en su victoria. "Aquí está el peronismo, consciente de la respuesta que le cabe dar como fuerza mayoritaria política y de los derechos que le caben. Junto a nosotros están como siempre las grandes mayorías populares que han permanecido fieles a las causas nacionales", dijo.
Sin embargo, el más aplaudido del palco era el candidato a la gobernación de Buenos Aires, el sindicalista de UOM Herminio Iglesias, que había mantenido una áspera relación con los rivales durante la campaña, llegando incluso a tildar de “argentino mal nacido” y “gusano” a Alfonsín. Desde la UCR, en tanto, lo calificaron como “aprendiz de Hitler”.
Al finalizar el acto de cierre de campaña, le acercaron un cajón fúnebre con las siglas del radicalismo y el nombre de su candidato presidencial Raúl Alfonsín, junto a una corona. Iglesias, envalentonado, lo prendió fuego, y las imágenes recorrieron el país. Muchos sostendrían que esa actitud terminó de sellar una derrota electoral que aún no estaba definida hasta entonces: los argentinos no toleraron un gesto que evocara la violencia y la muerte que querían dejar atrás.
“Conmigo o sinmigo”
El episodio del ataúd no fue la única demostración de violencia de Herminio Iglesias. Tampoco el primer detalle que lo hizo célebre. El gremialista pasó a la popularidad por su “ganaremos conmigo o sinmigo”, un desliz que coronó prometiendo, en el mismo mítin, que el justicialismo trabajaría “las 24 horas del día y de noche también”.
Su fuerte, al parecer, no eran las palabras sino la acción. Mediante la acción fue como llegó a ser intendente y concejal, diputado y candidato a gobernador de Buenos Aires.
Los obituarios (murió en 2007, a los 78 años) lo describen como “un exponente de la ortodoxia justicialista”, lo cual probablemente sea un eufemismo para “un peronista de derecha”, o incluso “un pesado del PJ”. Según Página 12, “gozaba de un nombre en su territorio, Avellaneda, ganado, entre otras cosas, a fuerza de pistola”. Probablemente esa costumbre fue la que lo encegueció en el episodio del cajón: “no percibió que lo que le había dado poder en el primer cinturón del Gran Buenos Aires resultaba indigerible al otro lado de la General Paz”.
Nacido el 20 de octubre de 1929, Herminio era hijo de un matrimonio de orensanos (Galicia) que llegó a América corrido por las hambrunas de Galicia. A los tres años los Iglesias se trasladaron de Villa Castellino, en Avellaneda. Era muy pequeño cuando, jugando con un motor, perdió el dedo índice de la mano izquierda. No fue su única cicatriz y mutilación: un accidente en la autopista Ricchieri, en 1965, le dejó un párpado retraído y una mirada extraña; en 1973, al salir de un velatorio, dispararon cuatro tiros. Uno de ellos, reza la leyenda urbana, le rozó un testículo. Al periodista que le preguntó por el asunto le ofreció que el enigma lo dirimiera su hermana, “si estaba buena”.
A los 13 años entró en Siam -Di Tella, y a los 21 ya era el delegado del personal de la Unión Obrera Metalúrgica. Fustigaba la corrupción ostentosa de los caudillos sindicales pero matizaba: “¡Ojo!, que yo no digo poner dirigentes jóvenes que hagan huelgas todos los días”. El, para ser coherente, nunca se fue del barrio, aunque usaba Rolex de oro macizo y manejaba un BMW.
El afecto a los perros desafiaba su imagen de duro, al punto de que los huesos de su chihuahua, Celeste, reposaban en una caja, sobre un mueble de su casa; practicaba billar en un club de Once, y jugaba fútbol, además de paddle dos o tres veces por semana (“con Barrionuevo somos una pareja imbatible”). Según comenta Página 12, “en un ejemplo de flexibilidad compatible con la política, integró las Inferiores de Huracán, fue socio de Independiente, y socio vitalicio de Racing, aunque su corazón era de Boca”.
Entre 1965 y 1967 estuvo involucrado en cuatro procesos judiciales: uno por asalto a un transporte y robo de 24 mil litros de aceite procedente de Brasil, dos por levantar quiniela clandestina y otro por amenazas.
En 1987 fue expulsado del PJ junto a Tomás de Anchorena, un aristócrata populista, y a Lázaro Rocca, un ex laborista, por presentar una lista opuesta a la oficial de Antonio Cafiero. El dijo que se iba por su propia decisión, “imposibilitado de compartir nada con socialdemócratas, comandos civiles y marxistas”. Después regresó: ganó la intendencia de Avellaneda durante el último gobierno de Perón, entre 1973 y 1976, ocupó una banca de diputado nacional entre 1985 y 1989 y lo eligieron concejal desde 1991 a 1999. Podía ser mortífero y no sólo por el poder de fuego de sus custodios. A Manuel Quindimil (intendente del partido de Lanús), por ejemplo, lo lapidó el filo de sus comentarios: “Leí que Quindimil dijo que hay que jugarse por Cafiero. Si Quindimil nunca se jugó por nadie”.