El fútbol es la sociedad
Este deporte se convirtió en un gran negocio del cual surgen los delincuentes de la tribuna que se hacen llamar barras, y que corrompen la esencia de este juego, como quedó comprobado en los últimos días en Platense y All Boys. Minimizar la violencia es un gran desafío, aunque erradicarla es utópico.
Muchos dicen que el fútbol es parte de la sociedad, que por su magnitud y popularidad exterioriza el sentir del pueblo que tamiza sus sentires mediante un grito, un insulto, un aplauso o un llanto. Pero lamentablemente, es mucho más que eso. Es un negocio, una oportunidad para que muchos canalicen otras cosas, no solo pasiones sino además intereses que poco tienen que ver con el sentimiento genuino, con la pasión inocente del simpatizante que reconoce en sus colores la más profunda de sus identidades.
Es fútbol se ha convertido, según mi perspectiva, en la sociedad misma. Una sociedad apoyada en el afecto del hincha legítimo, pero también agazapada detrás de los negocios espurios, carnales, que cimientan su ingeniería mientras el futbolero natural se distrae viendo como su equipo gana un partido.
El origen es difuso, borroso. Nadie puede precisar el momento exacto en el cual el balompié se devoró a las otras disciplinas deportivas en términos de divulgación. Probablemente, su innata capacidad lúdica haya despertado sensaciones similares a la de los juegos de azar y en consecuencia se haya transformado en un vicio cautivante cuyo objetivo es incontrolable: el resultado.
Lo cierto, lo palpable es que se ha convertido en un negocio multimillonario. Y como en todo negocio de esta dimensión, las ambiciones han jugado un rol protagónico y en pos del gran rédito se han incorporado prácticas nefastas. El ganar a cualquier a precio se ha hecho ley. Una ley difícil de desafiar porque ha corrompido todo, excepto el resultado final. Y ese es un gran problema. De haberse encontrado la forma de ganar cual ciencia exacta no se hubiese arribado a tal nivel de corrupción, de deslealtad y de manoseo.
Comen demasiadas bocas del fútbol. Porque cuesta mucho sostener el sistema actual. Y como en todo gran negocio hay trabajos menos agraciados, de esos que nadie quiere hacer, pero que terminan encontrando en la marginalidad y sus necesidades mano de obra a granel.
Esa es la semilla que germinó en los delincuentes de tribuna que se hacen llamar barras porque da más estatus e impunidad que decir malvivientes. Son personajes que no solo no saben de fútbol en términos amorosos, sino que además no acostumbran mirar los partidos porque están más pendientes de los negocios paralelos que ofrecen las tribunas y los estacionamientos de los estadios. Además de ser, claro está, los brazos violentos de los pensamientos violentos que muchos gobernantes de clubes crean y no se animan a ejecutar.
Eso ha generado el dinero el en fútbol. Una oportunidad para varios que no han venido a mejorarlo sino a lucrar, una movilidad social para tantos otros que viven de la basura de este deporte, clubes expuestos al vaciamiento y futbolistas que firman contratos siderales que muchas veces no cobran y que generan rechazo social. Rara vez se juzga al dirigente que promete millones. Es más fácil criticar al jugador que no rinde en consecuencia con lo que, en principio, cobra. Como si ganar fuera sencillo y como si ganar el doble garantizase rendir el doble.
Quizá nunca entendamos que esto es un juego, y que manifiesta su razón lúdica cada vez que la lógica se le ríe en la cara a la economía y a las marquesinas llenas de nombres rutilantes que sucumben ante un equipo modesto pero hermanado. Tal como ocurre en cualquier campito del mundo.
Lo más complejo de no entender la esencia de fútbol es su traducción a la violencia. Radical, permanente, paralizante, que vive acosando y disminuyendo las chances de crecimiento de una institución.
Quien piense que un apriete mejora, debe hacer el ejercicio trasladando la situación a su propia vida. ¿Qué genera la violencia? Simple: más violencia.
Minimizarla es un desafío, erradicarla es utópico. Al menos hasta que construyamos esperanzas. Esperanzas que no tienen bandera política ni políticos. Esperanzas que precisan sinceridad y honestidad en cada esfera.
En el mientras tanto, los violentos seguirán reprimiendo a los protagonistas por errar un gol y a los dirigentes honestos que busquen erradicarlos. Porque el fútbol no es parte de la sociedad, el fútbol es la sociedad.