Virtudes de buen Jefe

Javier Mascherano es un símbolo de esta generación de futbolistas. Ha sido capitán, emblema y blanco de infinidad de elogios y criticas según las miradas. Amén de ello es historia viviente de nuestra selección.

La mayoría de las personas han tenido su primer contacto con la pelota en su niñez, al menos en esta patria. En esos años lejanos, poco importaba las dimensiones del campo de juego, el ancho del arco, el estado del  terreno ni las condiciones climáticas. El foco estaba puesto en otro lado. 

Las ganas de patear eran tan poderosas que derrumbaban cualquier posible contrariedad: si un equipo tenía uno menos achicaba el arco y jugaba con arquero volante; si el partidito iniciaba antes de salir del cole el delantal iba a parar hecho un bollo al fondo de la mochila; y si llovía, utilizando la ropa más arruinada que hubiese y rezando un rosario de súplicas a la vieja, al campito se iba igual.

Porque es fútbol es un amor incondicional. Pero sobre todo es compromiso, es voluntad. Sin ella es imposible trascender. 

Evidentemente la voluntad sin virtudes deportivas acaba siendo una intención más que una posibilidad. Sin embargo, las capacidades sin vocación tampoco permiten amarrar demasiado lejos. Voluntad, tesón, carácter, compromiso. Atributos vitales para ser y permanecer.

Se precisa de ellas para debutar con los colores de la Selección Mayor antes que con los del club donde se vive a diario. En tierra de gigantes la convicción obra milagros. Milagros para los observadores comunes, decisiones lógicas para los entendidos –que son realmente pocos-. 

Se necesita de ellas para ser patrón de joven y alivianar el peso de la historia con la determinación que solo genera la seguridad plena en uno mismo. Determinación que no desecha humildades, sino que se nutre de ellas para no perder el eje ni el poder que aportan los valores que se traen del hogar.

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Se requiere de ellas para evolucionar y no aletargarse en las mieles propias, en el seductor histeriqueo de la adulación permanente. Son necesarias para no detener la marcha y evolucionar entendiendo que el próximo escalón requerirá la incorporación de nuevas aptitudes.

Se depende ellas para una vez instalado en las alturas, donde los vientos soplan tempestades, no caer con facilidad. O no caer irreparablemente porque las caídas nos hacen mortales. Pero son las reposiciones y la firmeza –aun con un dolor lacerante en el alma- las que trasladan a la inmortalidad deportiva a ciertos elegidos. Habrá que entender, claro está, que no se trata de ganar sino de buscar, de insistir, de no ceder ante la derrota por más que el destino se encapriche a hacerla habitual con los colores de tu país.

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Se vive, en definitiva, de ellas para no dejar de ser lo que permitió llegar a ser: voluntad, tesón, carácter y compromiso. Porque amén de la evolución del fútbol, de la adquisición de conocimientos, del crecimiento individual en aspectos técnicos y del liderazgo dentro de un grupo que pueda alcanzarse, la esencia de los grandes ejemplos pasa por esos valores. Valores necesarios para la vida y para el laburo, sea cual sea el mismo.

Está claro que desde el ángulo de observación más habitual en nuestra tierra ganar dos finales y perder cinco es fracaso. Máxime si se aclara que el par de títulos fueron en Juegos Olímpicos y que las derrotas fueron con la Selección Mayor.

Pero existen otras perspectivas. No todas son nefastas ni centradas en las ciencias exactas. En definitiva, el fútbol es romance, desencanto, seducción, conquista, frustración… y eso está lejos de la exactitud de algunas áreas de estudio.

Javier Mascherano es bicampeón olímpico, ha llegado al partido decisivo en cinco de los ocho campeonatos más importantes que disputó con la celeste y blanca adulta. No ha podido consagrarse, eso es inapelable. Pero ha estado siempre, ha querido estar siempre. No ha optado por las caricias cómodas que supo ganarse en sus clubes y en las necesarias vacaciones en familia. No. Ha elegido dar la cara siempre, dando la talla en todo momento. No es infalible, como cualquiera. Pero es ejemplo sin quererlo, privilegio de pocos.

En el deporte como en la vida claudicar es una tentación permanente cuando las frustraciones se reiteran. Persistir, en cambio, es de valientes. Y persistir evolucionando para seguir estando por actualidad -ante Perú y Ecuador, por ejemplo- y no por historia, lo es más aún. Sin que esto determine inexorablemente la titularidad permanente.

Nadie ha vestido más veces esos colores que tanto amamos –y ama-. Nadie merece más un título en esta generación. Pero el ganar depende del equipo, del grupo, del rival, de mil circunstancias y del azar a veces. 

Sin embargo, trascender, dejar rastros, generar respetos y admiraciones está más allá de levantar o no una copa. Se emparentan con valores y no solo con logros.

Hace horas comenzó a recorrer su trigésimo cuarto año de vida, el décimo quinto como jugador de Selección Javier Alejandro Mascherano. Solo me queda decir Gracias Jefe, por guiar la tropa desde adelante poniendo el cuerpo y el ejemplo.

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