Ya no hay márgenes para cometer errores
Finalmente, luego de dos años y 8 meses de gestión, Mauricio Macri dio el discurso que debió haber pronunciado en diciembre de 2015. Dijo cuál es la verdadera situación del país y, más allá de las dudas que aún persisten, planteó al menos con trazo grueso cuál es el objetivo y por qué tiene sentido plantear un ajuste inevitablemente doloroso.
Macri habló del devastador efecto de la sequía, de la suba del precio internacional del petróleo, de la guerra comercial entre Estados Unidos y China y de la suba de intereses norteamericana.
Nadie puede negar que todos estos factores contribuyeron a generar una tormenta casi perfecta. Sí, casi perfecta. Porque para que alcanzara la perfección, fue necesario sumarle una serie de errores no forzados del gobierno argentino. Ya sea por su modo de gestionar, por haber subestimado los problemas o por haber comunicado de manera incomprensiblemente desacertada. Quien niegue esta realidad, simplemente es porque prefiere no mirarla de frente.
El presidente remarcó la necesidad de alcanzar la unidad como país frente a la crisis, habló de reformas, de un nuevo acuerdo con el FMI. Dijo la verdad cuando reconoció que las retenciones son un impuesto contradictorio para un país que necesita de dólares, pero explicó que en estos momentos los sectores exportadores son los principales beneficiados por una devaluación que hará trizas la capacidad salarial de la mayoría de los argentinos.
En lugar de frases vacías, como hablar de "pobreza cero" o “segundo semestre”, Macri adelantó que la inflación y los ajustes incrementarán la cantidad de pobres. Para ellos, anunció que reforzará las partidas de la Asignación Universal por Hijo y de los programas alimentarios. Seguramente no será suficiente para evitar las consecuencias del ajuste, pero al menos permitirá atemperarlas.
Como suele ocurrir en estos casos, los más afectados serán aquellos ciudadanos que conforman la clase media y media baja. Los que trabajan día tras día por un sueldo de 15.000, 18.000, 20.000 ó 25.000 pesos que no alcanzan. El gobierno debería analizar de qué manera contribuye a extender una mano a estos argentinos. Sobre todo, los del sector privado que, en general, no tuvieron la posibilidad de negociar ninguna clase de cláusula gatillo, porque gran parte de sus empleadores también están entre los más afectados por la crisis.
Los tiempos por venir no serán fáciles. En esta aventura de vivir con lo que se tiene –inédita en la Argentina- la realidad se impone de manera descarnada. Pero coexistirr con un espejismo perpetuo llevó al país a una situación de fracaso permanente.
El pasado reciente de este país está plagado de supuestas recetas extraordinarias que terminaron fracasando. Las más recordadas tuvieron, incluso, nombres propios: Plan Austral, Plan Primavera, Convertibilidad, Blindaje.
Luego llegaron otras mucho más groseras: crear un índice falso de inflación, asegurar que Argentina tenía menos pobres que Alemania, eliminar del léxico nacional todo término que implicara alguna mala noticia o generar una ficción a partir de un sistema de subsidios para que los argentinos se convencieran de que vivían en Disneylandia.
¿Alcanza con decir la verdad y adoptar las medidas necesarias para vivir con lo que realmente se tiene?
Seguramente, no. En el camino, el gobierno deberá ser capaz de demostrar que aprendió de sus equivocaciones. El marketing político contribuye a ganar elecciones, pero no a gobernar un país como la Argentina. Ahora, a casi tres años de haber asumido, los márgenes de error son casi inexistentes.
La coalición gobernante tendrá que dar signos de cohesión que por ahora lucen frágiles. Y la oposición –léase peronismo- deberá comprender que lo que está en juego es demasiado importante como para apostar por la desestabilización institucional.
A Macri se le pueden reprochar muchas cosas. Pero habrá reconocerle que a poco del inicio de un año electoral en el que se juega nada más y nada menos que la Presidencia, fue capaz de hablar con la verdad a pesar de que, al hacerlo, seguramente arriesga sus posibilidades de ser reelecto.
La Argentina no necesita de mesías, del “Vamos por todo” o de “arquitectos egipcios” convencidos de que su sola presencia alcanza para solucionar los problemas y ofrecer un futuro mejor. Todas y cada una de estas experiencias acabaron en el fracaso más rotundo.
Lo que el país requiere en momentos de crisis, es un líder capaz de explicar cuál es el rumbo y dónde se encuentra el objetivo que le dé sentido al esfuerzo. En definitiva, se trata de convencer y conducir.
Nadie puede aventurarse a decir que Macri será capaz de hacerlo. Pero es el Presidente elegido por la mayoría y este lunes, en su discurso, se mostró dispuesto a intentarlo.