Y una noche, el fútbol nos dio una verdadera lección
30 de octubre de 2018. Estadio Arena do Gremio, Porto Alegre, Brasil. Ya se jugaron 85 minutos entre el equipo local y River Plate. A los argentinos se les termina el tiempo. Las pulsaciones se elevan. La angustia se apodera de los hinchas y los jugadores. Otra vez, quedarán fuera de la final de la Copa Libertadores de América, tal como había sucedido un año antes frente a Lanús.
En ese momento, el delantero Ignacio Scocco patea como puede hacia el arco brasileño casi desde el borde del área grande. Para los 22 jugadores que están en la cancha, para el árbitro y sus colaboradores, para 60 mil espectadores en el estadio y para millones de televidentes a lo largo de todo el planeta, la pelota roza la cabeza del jugador Matheus Simonete Bressanelli, más conocido como Bressa.
No hay duda alguna. Es córner para los argentinos. Para todos, de manera unánime, ésa es LA VERDAD.
Un jugador de Gremio queda tirado en el piso. Los brasileños intentan que el tiempo pase para estar otra vez ante la puerta de la gloria. Los jugadores de River se quejan. Quieren patear el tiro de esquina.
Pero de repente sucede algo inesperado: Andrés Cunha, el árbitro uruguayo de 42 años, comienza a mirar hacia el piso y a caminar de manera errante. Nadie entiende qué es lo que sucede. Se lleva su mano derecha al oído y parece balbucear algunas palabras.
Ya no quedan dudas. Desde algún lugar del estadio, los responsables del Sistema de Videoarbitraje (VAR), se están comunicando con él.
Ante el desconcierto de 22 jugadores, 60 mil espectadores y millones de televidentes a lo largo del mundo, el árbitro se dirige hacia la pantalla de televisión instalada a un costado del campo de juego.
Mira una y otra vez la jugada. El tiempo parece detenerse. Los de River esperan patear un córner. Los de Gremio desean que la pesadilla termine.
Entonces, Andrés Cunha gira y vuelve sobre sus pasos. Corre hacia el área y la señala con ambas manos. Ya no hay dudas. La pelota no había dado en la cabeza de Matheus Simonete Bressanelli, más conocido como Bressa, sino que en realidad fue su mano izquierda la que cambió la trayectoria del balón.
De repente, lo que hasta hacía apenas unos segundos era LA VERDAD absoluta para todos, se esfuma de manera irreversible.
Otra VERDAD se apodera de la escena. Ya no era córner. Era penal. Y de esa manera los destinos de River y de Gremio mutan. La angustia se convierte en éxtasis. Y la felicidad contenida, en amargura.
Los veintidós jugadores, el árbitro y sus colaboradores, los 60 mil espectadores del estadio y los millones de televidentes de todo el planeta, estaban equivocados. Lo que para todos se presentó como LA VERDAD, se convirte en mero espejismo.
¿Es que acaso pueden existir DOS VERDADES diferentes?
Parece una contradicción. Pero lo que cambió, en todo caso, fue el punto de vista desde donde se observaron los hechos. Las cámaras instaladas en el estadio vieron lo que nadie había percibido.
Lo sucedido en este partido de fútbol debería ser tomado muy en cuenta. Sobre todo, ante el empecinamiento humano de creer que existe sólo una mirada, un punto de vista, una VERDAD POSIBLE.
Lo que hoy puede ser VERDAD, mañana quizá se transforme en otra cosa. Tal vez se degrade, o mute, o se transforme, o aparezcan nuevos puntos de vista.
En esta Argentina paralizada por sectores enfrentados que aseguran tener la VERDAD absoluta, lo ocurrido en este partido de fútbol debería servir de aprendizaje.
Es cierto que el fútbol es apenas de un juego. Pero por momentos, se parece demasiado a la vida misma.