Dan vergüenza
29 de mayo de 1985. Ciudad de Bruselas, Bélgica. Estadio de Heysel. De un lado, los hinchas de la Juventus de Italia. Del otro, los barras de Liverpool de Inglaterra.
Ese día, se jugaba nada menos que la final de la Copa de Europa. Y llegaban dos equipos con cuentas pendientes: se habían enfrentado cinco meses antes en la Supercopa europea y los italianos habían ganado.
Un año antes, la Roma había vencido al Liverpool en la Copa de Europa. Los hooligans ingleses llegaron a Bélgica con sed de venganza contra los italianos.
Una hora antes del comienzo del partido, los ingleses atacaron en las tribunas. Comenzaron a arrojar botellas y piedras contra los hinchas de la Juventus. Y avanzaron. Derribaron las vallas metálicas. Los italianos quedaron atrapados. Hubo 39 personas muertas por asfixia y aplastamiento.
El partido se disputó una hora y media después de la tragedia, a pesar de la negativa de los jugadores. Las autoridades de la Uefa concluyeron que era más peligroso suspender el cotejo, que jugarlo.
Los hooligans asesinos fueron detenidos y terminaron en la cárcel. A los clubes ingleses se les prohibió participar en cualquier competencia europea durante cinco años. Para el Liverpool, fueron siete.
El sábado 24 de noviembre de 2018, la tragedia merodeó la cancha de River, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, cuando un puñado de barras atacó el colectivo en el que se trasladaba el equipo de Boca, para jugar la final de la Copa Libertadores de América.
El operativo de seguridad fue un verdadero desastre. Pero la violencia, las mafias y la complicidad forman parte ineludible del fútbol argentino desde hace décadas. Esta vez no hubo muertos, aunque eso es apenas una anécdota para un país que lleva 328 muertes registradas a lo largo de su historia en las canchas o en sus inmediaciones.
Las últimas seis, ocurridas en lo que va de este año: Darío Hernán Chacón (12/2/2018); Martín “Chino” Ojeda (2/4/2018); Amílcar Leguizamón (6/10/2018 - hincha del Club Atlético Unión de Santa Fe. Recibió dos disparos desde una moto en las inmediaciones del club); Matías Diarte (24/10/2018); Javier Cabrera (3/11/2018 - otro hincha del Club Atlético Unión. Recibió dos balazos dentro de las instalaciones del club luego del partido ante Patronato de Paraná); Martín González (4/11/2018).
Pero las dirigencias del fútbol sudamericano dan vergüenza.
A Boca Juniors, lo único que parece importarle es que el partido no se juegue, para ser el campeón y vengar lo que sucedió en su cancha, cuando los jugadores de River fueron atacados con gas pimienta y a los de la ribera les dieron por perdido el partido.
Por su parte, River Plate deberá explicar por qué el líder de su barra brava tenía en su poder 300 entradas de protocolo y más de 7 millones de pesos obtenidos, seguramente, a través de la reventa de boletos.
Y para la Conmebol, Boca Junior, River Plate y el fútbol argentino parecen ser demasiado pesados como para adoptar medidas en serio.
A estas alturas de las circunstancias, el partido se jugará seguramente. Sólo resta determinar dónde.
Pero la verdad, es que lo más justo sería que ninguno de los dos resulte ganador. Que en todo caso, Gremio y Palmeiras disputen una final. Al menos para decir quién representa a Sudamérica en el Mundial de Clubes. Y que a los clubes argentinos se les prohíba participar de competencias sudamericanas por varios años, tal como sucediera con los ingleses en Europa durante la década del ochenta.
¿Por qué a todos los clubes argentinos, si quienes provocaron los desmanes fueron hinchas de River?
Básicamente, porque ninguno puede alegar inocencia. Los muertos, la violencia, las barras, forman parte de cada una de las instituciones del fútbol nacional. De hecho, dos de las seis muertes del año se produjeron en Santa Fe, pero a pocos parece importarles.
Quizá exista alguna excepción. Algún club donde las cosas se vienen haciendo más o menos bien. Pero habrá que recordar que fue la Asociación del Fútbol Argentino la entidad que logró el milagro de que una votación con 75 asambleístas arrojara un empate de 38-38 votos.
Nada de esto sucederá, seguramente. Y será hasta la próxima muerte, hasta los próximos desmanes, hasta el próximo secuestro de entradas y dinero sucio, hasta el próximo apriete.
Será allí cuando todos y cada uno volvamos a teorizar sobre lo mal que están las cosas. Y cuando aceptemos de manera cómplice que nadie adopte una mediad que, al menos, intente torcer esta miserable, bochornosa y vergonzosa realidad.