O están a la altura de las circunstancias, o multiplican el suplicio
Nadie, absolutamente nadie, fue capaz de percibir con claridad qué es lo que estaba ocurriendo en la Argentina con los argentinos.
No lo hizo el gobierno, que evidentemente deberá asumir la calamitosa derrota reconociendo que, más allá de las buenas intenciones que puedan impulsar sus medidas, no logró palpar el pulso de la sociedad. Ganar una elección en un país donde llenar un tanque de nafta representa el 10% de un sueldo promedio, se parece demasiado a un milagro.
No lo hizo la oposición, tan sorprendida como el oficialismo con el resultado de estas elecciones que representan prácticamente el veredicto final de un proceso que se esperaba que continuara hasta el ballotage de noviembre.
No lo hicieron los encuestadores, los analistas, ni los periodistas; desconcertados frente a la volatilidad del electorado, al voto oculto, al voto vergonzante, al voto bronca, a las burbujas de opinión pública, a los prejuicios arteros y a las expresiones de deseo tantas veces enmascaradas detrás de opiniones supuestamente imparciales.
Nadie estaba preparado para esto. El gobierno imaginaba un día después más o menos difícil. Soñaba con una brisa a favor en caso de que la distancia entre unos y otros hubiese sido reducida o, en todo caso, con un viento en contra si los números no eran del todo alentadores. Pero nunca se preparó para una tempestad como la que azota la gobernabilidad en estos momentos.
Por ese motivo, cuando en conferencia de prensa al presidente Mauricio Macri se le preguntó cuáles son las medidas que tiene pensado instrumentar para enfrentar el temporal, sólo atinó a responder que el equipo económico está trabajando en eso. Es decir, no había plan para estas circunstancias. Simplemente, porque no estaba en las especulaciones de nadie.
Tampoco Alberto Fernández estaba preparado para lo que ocurrió. Se sabía seguro vencedor en las Paso, pero nunca pensó que estas elecciones lo convertirían en un virtual presidente electo de la Argentina. Hoy, le cabe a él y al sector que representa la misma responsabilidad que al gobierno frente a una coyuntura encarnizada.
Es cierto que no es Alberto Fernández quien gobierna. Pero también es verdad que se ha convertido en el depositario del poder político real en la Argentina. De hecho, mientras el país siga siendo una democracia, los ciudadanos deciden en quién delegar su poder mediante el voto. Y esta vez, decidieron delegarlo en Alberto Fernández. Esto representa una responsabilidad gigantesca e inevitable.
Raúl Baglini fue diputado de la UCR en los ochenta. Pero ocupa un lugar recordado en la política argentina al enunciar un teorema, según el cual, el grado de responsabilidad de las propuestas de un partido o dirigente político es directamente proporcional a sus posibilidades de acceder al poder.
Cuanto más lejos se está del poder, más irresponsables son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y razonables se vuelven. A medida que un grupo se acerca al poder, va debilitando sus posiciones críticas al gobierno.
¿Qué hará Alberto Fernández? Por ahora, solo existen indicios para responder a esta pregunta.
Ilusión diluida
El tuit de Roberto Lavagna, llamando a los principales líderes políticos a producir rápidos gestos para recuperar la confianza del país ante el mundo, generó un atisbo de ilusión el lunes por la mañana. La ilusión de que, esta vez, la política argentina sería capaz de estar a la altura de las circunstancias. Pero, al menos por ahora, las expectativas en este sentido parecen diluirse frente a la realidad: Macri pidió a Alberto que haga lo necesario para calmar al mundo; y Alberto le recordó a Macri que él está a cargo del gobierno.
Los dos tienen una cuota de razón. Pero con eso no alcanza. La devaluación, la suba de tasas y el derrumbe de los activos argentinos en el mundo, ya comienzan a impactar en la vida del ciudadano común. La inflación se fortalece, las empresas se debilitan, la pobreza crece.
Mauricio Macri insiste en hablar del pasado y del futuro. Recuerda los errores del kirchnerismo, que hoy provocan el rechazo del mundo ante un potencial retorno; y repite en que el camino elegido por su gobierno es la mejor alternativa para alcanzar un mejor futuro.
El problema de Macri es que olvida –como lo hizo durante todo su gobierno- hablar del presente que, en últimas instancias, es lo único que existe. El pasado es apenas un recuerdo en la memoria personal y colectiva, y el futuro es tan solo una expresión de deseos.
El discurso del futuro mejor solo se sostiene en la medida en que en el presente se logren alcanzar los objetivos que plantearon en el pasado. Suena a trabalenguas, pero vale la pena pensarlo.
Las semanas que restan para las elecciones de octubre platean un escenario aciago para el país. Lo peor que puede sucederle a cualquier sociedad, es que impere un estado de incertidumbre. Y, al menos por el momento, la incertidumbre se ha convertido en la única certeza.
Sin embargo, no se trata de un destino inevitable y forzoso. Mauricio Macri, Alberto Fernández y el resto de los principales referentes de la política argentina, tienen en sus manos la posibilidad de desactivar esta verdadera bomba de tiempo. O, al menos, de atemperar su capacidad de daño.
Lo sucedido sorprendió a todos. Nadie estaba preparado para esto. De lo que hagan, digan, callen o dejen de hacer, dependerá la vida de millones de personas. Y ninguno puede hacerse el distraído.
O están a la altura de las circunstancias, o contribuyen a incrementar el suplicio del país. No existen otras alternativas.