Burtovoy: recuerdos de un arquero con sello propio
Clave en el Ferrocarril Sud bicampeón en la década del 70, después de pasar por Boca e Independiente. Su espíritu inquieto lo llevó a desarrollar múltiples actividades, entre ellas el periodismo, la pintura y la literatura
José Luis Burtovoy se define en algún momento como “inquieto”, pero está lejos de hablar los habituales movimientos ansiosos que le impiden a una persona encontrar una pausa. Por el contrario, su carácter es sereno, reflexivo, y su auto descripción se refiere más a la búsqueda permanente del conocimiento, de desarrollar nuevas actividades, nuevos desafíos y sus 73 años están lejos de limitarlo.
Contemporáneo de Hugo Gatti y Ubaldo Fillol, dos estilos que dividieron las aguas del arco argentino, este santafecino descendiente de ucranianos se hizo un espacio propio, sin entregarse a ningún molde. Mostrando facetas difíciles de encontrar en un futbolista promedio.
Arquero, de los destacados en las décadas del 60 y 70, pero también taquígrafo, periodista, pintor, escritor y amante de cualquier tipo de actividad con las manos, esas que lo llevaron a algunos de los mejores clubes argentinos, y lo guiaron en algún momento hacia Tandil, para ser parte del exitoso Ferrocarril Sud bicampeón 77-78.
En Santa Fe, Burtovoy es “La Polaca”, y no hay José Luis que valga: “Es mi sobrenombre de chico y me quedó para siempre. Mi familia había venido de Ucrania después de la guerra y mi papá era un referente en el barrio. Era el único hijo argentino de su familia y siempre los ayudaba a solucionar problemas con el idioma a los extranjeros que llegaban para trabajar en el puerto, o en el ferrocarril. Era una comunidad muy grande de inmigrantes polacos, ucranianos, alemanes, yugoslavos. Un día, jugando a la pelota me empezaron a decir así, pero casi cariñosamente. Tenía el pelo rubio, largo, era bastante alto, así que quedó ‘La Polaca’ para siempre”.
– ¿Siempre arquero?
– Si, siempre. No podía jugar en otro puesto, no tenía habilidad para nada. Estaba predestinado.
– ¿Y cuál era tu estilo?
– Era un arquero moderno, salidor, pero no exhibicionista. Jugaba más como Gatti que como Fillol, pero no hacía ostentación de los recursos que usaba. Uno hacía lo que le quedaba cómodo, lo que le era útil. Jugaba suelto, adelantado, porque se podía. Tenía que ver con la pelota, con los campos de juego. Eran pocos los jugadores que te podían sorprender porque costaba tener precisión. Hoy en día hay una técnica individual extraordinaria, en cualquier categoría. Antes no había tanta técnica, entonces uno podía jugar adelantado sin arriesgar tanto.
Después de debutar a los 17 en Unión de Sunchales, pasó la prueba en Colón, logró el histórico ascenso de 1965 y jugó dos años con el Sabalero en la Primera Metropolitana. En 1967, Independiente, que se coronaría campeón del Nacional, lo sumó a sus filas, pero la estampa inamovible de “Pepe” Santoro le dejó escasas chances de jugar. “Había tenido un año muy bueno en Colón. Creo que fue mi momento de explosión, jugué muy bien. Y pasé a Independiente, pero a Santoro no lo movías con nada. No había tantos torneos como ahora, ni siquiera había cambios, y entonces era muy frustrante. Para colmo, en la segunda temporada me lesioné muy feo la rodilla y fue un golpe muy grande para mi carrera. A partir de ahí seguí jugando por orgullo, por la voluntad nomás. Tuve que poner mucho empeño porque no estaba recuperado. La sufrí mucho. La rehabilitación era muy larga, no había avances como ahora”.
– Fue un antes y un después en tu carrera.
– Si, a partir de ahí empecé a peregrinar por todas partes. No estaba entero. Me recomendaron para ir a Deportivo Municipal, en Perú. Volví y tuve un buen año en Almirante Brown, en el 72. Pero tuve otra operación por una lesión en el codo. Ahí apareció la oportunidad de probarme en Unión, integré el equipo que ascendió en el 74 y jugué en Primera en el 75. En el 76 me fui a Chile, a Deportes La Serena.
– Y apareció una chance inesperada
– Si, Boca. Me volví de Chile porque el “Toto” Lorenzo me quería.
En el equipo de La Rivera jugó varios amistosos, pero no llegó a debutar oficialmente. Como le pasó con Santoro, una figura demasiado fuerte ocupaba los tres palos, Hugo Gatti: “Jugar con Gatti fue un desafío, porque de entrada sabía que rol ocupaba cada uno. Y mi objetivo era estar preparado de la mejor forma para cuando me llegara la chance. Fue un buen compañero, buena gente. Yo jugué varios partidos, porque a algunos lugares a Gatti no le gustaba ir, y a veces estaba con el seleccionado.
– ¿Cómo superaste quedar relegado otra vez?
– Ahora que estoy grande y me agarró el interés por la filosofía, entendí que la vida te forma, te genera recursos, te da tolerancia y paciencia para cuando la necesitás. Se ve que en ese momento yo tuve la tolerancia necesaria para soportar esas esperas que eran interminables. Lo importante fue que cuando me tocó, me fue muy bien. Tuve buenas actuaciones. Eso es lo que rescato.
Tandil en su camino
Uno de los cinco amistosos que disputó Burtovoy en el arco de Boca fue frente a Ferrocarril Sud, con victoria 4-1 para los dirigidos por Lorenzo en el Dámaso Latasa. El santafesino reemplazó a Gatti en la segunda parte, sin sospechar que pronto sería un integrante más del club del barrio de la Estación.
“Me acuerdo que habíamos hecho la pretemporada en Mar del Plata y en el camino a Tandil, el ‘Tano’ Pernía me habló de lo lindo que era, me contó detalles de la ciudad, así que la conocí antes de llegar. Vicente es una persona muy seria, teníamos buena relación. Cuando estábamos concentrados, se levantaba los domingos temprano y le hacía un repaso al auto, lo limpiaba, lo arreglaba. Hablaba todo el tiempo de autos.
– ¿Cómo se pasa de Boca a un club de barrio del Interior?
– En esa época se daban esos cambios. Ahora es imposible.
Lorenzo quería que yo siguiera en Boca. Pero ya tenía un hijo, Pablito, que había nacido en el 76 y pensaba mucho en el futuro. No me quise comprometer con el “Toto” porque me parecía que no tenía mucha estabilidad laboral quedándome. La gente de Ferro había viajado a Buenos Aires para contratar a Boca para un amistoso y el mismo Lorenzo me recomendó al “Toto” Barrionuevo, que era el presidente del club. Fue todo muy sencillo, arreglamos por teléfono, armé las valijas y me instalé en Tandil.
– El cambio fue muy rotundo.
– Todo era muy diferente a lo que yo venía viviendo en el fútbol profesional. Me costó un poco entender algunas cosas, pero las terminé aceptando y las empecé a disfrutar. Por lo visto yo ya tenía muy incorporado el código amateur. Pasé de cambiarme de un vestuario alfombrado a entrenar de noche, con mucho frío. Pero con el tiempo llegue a disfrutarlo, porque entendí que de las cosas simples uno puede sacar provecho.
– Y se armó un Ferro muy exitoso.
– Fueron dos años muy lindos, porque se había conformado un gran grupo, ganábamos todo lo que jugábamos, y teníamos a Aldo Villar, un gran técnico, con mucha personalidad. Se hacía muy ameno estar ahí. Ferro tenía un gran equipo. Estaba el capitán, Beneitez que era una garantía. Jugaba muy confiado atrás de él. “Cachi” Arriaga, un 10 que venía de Azul y había jugado en Gimnasia La Plata. Vicente de 5. Apareció Daniel González, un mocoso atrevido que no era muy virtuoso, pero hacía goles de todo tipo. Y después Varales, que era el distinto, tenía mucho talento, gran cabezazo.
Un récord invicto
Ferro rompió en ese 1977 una racha adversa de 18 años sin títulos. El rival a vencer era Independiente, que presentaba equipos importantes, con refuerzos foráneos y pretensiones de volver a campeonar después de casi 40 años. Los rojinegros, primero con Arturo Petrillo, y después con Aníbal Tarabini, y con figuras como el tucumano Argañaraz, Mariano Biondi o el goleador pampeano Schropp, le pelearon a Ferro los dos campeonatos. En el 77, el equipo de Villar se impuso con autoridad en el torneo Mayor, y derrotó a los de Petrillo 4-1 (al año siguiente, rojinegros y tricolores debieron jugar tres finales y todo se definió en los penales para el bicampeonato). En ese encuentro disputado ante una multitud en el San Martín, Burtovoy alcanzó el récord de minutos invicto en la Liga Tandilense. La mejor marca la tenía Omar Paladino, jugando para Loma Negra, en 1972, con 778 minutos. El arquero de Ferro llegó a acumular 807 minutos invicto, hasta que Raúl “Cacheta” Roldán lo batió con su especialidad, un tiro libre. “Roldán le pegaba como quería a la pelota, una zurda increíble”, recuerda Burtovoy, cuya marca permaneció hasta 1992. Ese año, Fabio López, de Santamarina, sumó 1073 minutos, hasta que le marcó Fernando Petrucci, un jugador del riñón aurinegro que actuaba en Velense.
Una vida paralela en la ciudad
Como buen hombre “inquieto”, Burtovoy no se limitó a entrenar y jugar para Ferro. Su experiencia como taquígrafo en el Senado de Santa Fe le abrió varias puertas, y el arquero decidió probarlas todas. “Trabajaba en la Municipalidad como director de prensa. Sabía de qué se trataba. Me fueron dando responsabilidades y cada vez estuve más cerca del intendente Fernández Trinchero. Estaba mucho en contacto con los periodistas y una vez me dijeron que había medio turno disponible para hacer los informativos en Radio Tandil. Nunca lo había hecho, pero me entusiasmó. Trabajaba con la teletipo y algunas cosas las redactaba yo. Cada media hora salía al aire con las noticias”.
– También había tiempo para pintar.
– Tenía una oficina en el Museo de Bellas Artes. Tenía mis pinceles y pintaba mucho. No soy culto, soy inquieto. Trato de desarrollar lo que me gusta. Leo mucho, me gusta el arte, el Renacimiento. Siempre fui autodidacta. Tomo los pinceles cada vez que tengo ganas y hago lo que me sale, lo que me inspira el momento. Una vez, en Tandil, exponía un artista, Horacio Beltrame, que era de Lomas de Zamora. Estaba ahí, con su esposa, vivía de una manera muy básica. Se me ocurrió hablar de sus cuadros en el noticiero de la radio, y por suerte lo ayudé a vender dos o tres. Esa fue una experiencia muy linda para mí.
– ¿Y cuándo dejaron Tandil?
– Un año después del segundo campeonato. Había nacido Nicolás, mi único hijo tandilense, y un tiempo después decidimos volvernos a Santa Fe. Muchas veces reflexionábamos con la familia y nos preguntábamos por qué nos fuimos de Tandil, porque estábamos muy bien allá y nos habíamos adaptado perfectamente a la ciudad.
El legado
Los tres hijos de “La Polaca” están vinculados al fútbol. El más destacado como jugador fue el mayor, José Pablo, que atajó en 17 equipos de Primera, B Nacional y del exterior, entre ellos Colón, al que ayudó a clasificar a los cuartos de final de la Libertadores en 1998, eliminando por penales a Olimpia.
“Juan Pablo fue un muy buen arquero, pero fue un perseguido por las lesiones como yo, y cuando salís un poco del circuito te cuesta volver. Ahora trabaja con una Fundación de Agremiados, en Buenos Aires, que se dedica a darles ofertas educativas a jugadores de cualquier nivel. Los auspician, los subvencionan. Es muy interesante. Nicolás, que nació en Tandil, jugó en las inferiores de Ferro, en Unión, y en México, donde vive actualmente. Trabajo en Querétaro, en Atlante. Y Leandro, que es el menor, estuvo en Tandil trabajando en el cuerpo técnico de Santamarina. Se perfila muy bien porque es un estudioso, se capacita todo el tiempo. Está esperando una chance”.
– También hay un libro… y otro en camino.
– Siempre escribía textos cortos y varias veces me habían propuesto escribir un libro. Se me ocurrió desarrollar esa idea, y surgió “La vida desde el arco”, que ya fue publicado y donde saco un poco conclusiones del comportamiento humano a través del deporte. Se dice que si querés conocer a alguien lo tenés que invitar a jugar al fútbol, porque ahí vas a conocer sus grandezas y sus miserias. Ahora estoy escribiendo otro libro. Se va a llamar “Un viaje por el fútbol”. Son diferentes experiencias que me han ocurrido y que iré contando de a poco.
– ¿Y cómo es tu vida en Santa Fe?
-Estoy en Santo Tomé. Soy jubilado, pero sigo haciendo cosas. Sigo vinculado con el fútbol a través de mis hijos, y además soy entrenador de un equipo de médicos que juegan las Olimpiadas Nacionales. Los empecé a dirigir cuando me vine de Tandil, así que hace muchos años que estoy con ellos.
– ¿Siguen las inquietudes artísticas?
– Me gusta todo lo que sea trabajo manual, oficios. Vivo generando cosas, actividades. Hoy encontré una madera y me puse a hacer un porta masetas. Siempre fui así. Creo que viene en mi ADN, mi padre era igual. Hacía todo en la casa, si había que pintar pintaba, si había que arreglar la moto la arreglaba. Yo soy el primer varón de cuatro hermanos y mi viejo era exigente con ese tema. Había que hacer algo, saber hacer. Hoy en día no es tan así.