Un Chango NBA: la historia menos conocida de Gabriel Deck

Aprovechamos el debut de Gabriel Deck en la NBA para reconstruir la infancia-adolescencia suya en Colonia Dora y Santiago. Tres amigos relatan anécdotas entrañables, cuentan detalles imperdibles y aportan fotos inéditas. ¡Un relato para la emoción!

“Cuando alguien viene de afuera a cargar combustible pregunta por Gaby. Siempre que alguien llega al pueblo, dice: Colonia Dora, el pago del Tortuga Deck”. Antes de colgar para ir tomar su turno en el surtidor de la estación de servicio donde trabaja, Martín Luna deja la frase que resume lo que significa su amigo, aquel chango que salió de su amada ciudad, ubicada en lo profundo de la provincia, a 180 kilómetros de la capital santiagueña. Claro, tras saltar a la fama nacional en Quimsa y San Lorenzo, después de cobrar renombre mundial luego de lo logrado en el Mundial 2019 y en el Real Madrid, y ahora, siendo el nuevo fichaje de Oklahoma City, Tortu es la inspiración santiagueña. “Cada vez que vuelve, la gente lo recibe en caravana y lo acompaña a su casa. Los más changuitos se quedan tildados mirándolo. Él ha sido una gran motivación para que muchos chicos y chicas hayan empezado a jugar al básquet”, expresa Chavo, otro de los amigos. La historia de Deck en la NBA apenas comienza con este hermoso debut ante los Pelicans, pero la de su vida comenzó hace poco más de 26 años. En esta nota contaremos una buena porción de aquellos tiempos en los que nadie se hubiera imaginado que Gaby llegaría a representar a su pequeño pueblo y a todo un país en la mejor liga del mundo. Sean bienvenidos a este hermoso viaje en el tiempo, hacia lo profundo del mundo Deck, reconstruido por los más fieles testimonios con tonada santiagueña a través de distintas charlas.

Tras unirse en matrimonio en 1991, los dorenses Nora Luna y Carlos Deck se mudaron por cuestiones laborales a Rafaela. Al año siguiente, nacería allí el primero de dos talentosos hermanos. Con Joaquín todavía desenfundando sus primeras palabras, retornarían a Santiago del Estero para convivir junto a Teresa -madre de Carlos- en Colonia Libanesa, paraje rural perteneciente al municipio de Dora. El 8 de febrero de 1995, Nora daría a luz a Gabriel, bautizado en la capilla San Cayetano. A una distancia de 400 metros a la izquierda de esta capilla vive Rosalía -Ñata, para sus vecinos-, mamá de Nora. Mientras que 800 metros a la derecha se ubica la propiedad de Teresa -conocida como Techa-, donde los niños Deck realizarían sus primeros lanzamientos hacia un aro colocado en el tronco de un árbol. Aquellas dos casas, las de Ñata y Techa, son el principal refugio del actual alero de la Selección en cada regreso a su tierra natal.

“Cuando viene, pasa cada mañana en el campo con ellas, y recién vuelve al pueblo a la tardecita”, describe Miguel Díaz, quien creció en el barrio a la par de Gaby. “Es fanático de sus abuelas, y ellas lo aman”, completa Sergio Gómez, quien prefiere que lo llamen Chavo y actualmente se desempeña como docente de grado. Miguel y Chavo fueron retratados junto a Gaby y Joaquín en la famosa fotografía de la canchita de tierra, el volante de tractor como aro y la camiseta de Manu como protagonista. Ambos, junto a Martín Luna -quien trabaja con Miguel en la YPF del pueblo-, son parte del grupo de amigos de toda la vida de los Deck, y nos ayudarán a conocer las más entrañables facetas de Tortu.

Gracias a la adjudicación de una casa por parte del gobierno, la familia se instaló definitivamente en Colonia Dora, donde habitaban cerca de 2.500 personas -hoy rondan los 10.000-. Papá Carlos trabajaba en los campos de alfalfa, mientras que mamá Nora limpiaba casas. Joaquín y Gabriel se criaban en una infancia humilde, porque muchas veces el pan no alcanzaba, pero feliz, porque los amigos distraían de las carencias cotidianas. El fútbol constituyó el principal divertimento del barrio hasta que, casi como un guiño del destino, un cambio de intendencia provocó el desplazamiento al básquet. “El barrio no estaba todavía separado por tapiales, el patio de todas nuestras casas era uno solo. Ahí estaban la famosa canchita de básquet de la foto y al lado la de fútbol, nuestro punto de encuentro preferido. Gaby ahí se destacaba, jugaba adelante. Y siempre buscaba competir con el hermano; las pocas veces que lo he visto discutir han sido con él, porque Joaquín es calentón y Gaby, burlón”, relata Martín.

Llama la atención cómo tras su éxodo del pueblo, el santiagueño supo adaptarse al mundo y al sistema de Quimsa, San Lorenzo, y por último, del Real Madrid. Pero claro, la realidad marca que se las ingeniaba para adecuarse a cada adversidad que su contexto le proponía. “Vivíamos jugando al fútbol, armábamos una pelota con medias. Pero cuando un nuevo intendente convirtió la cancha en un predio de la municipalidad, nos pasamos al básquet”, cuenta Miguel. “Lo que no se ve en la foto es que atrás del aro estaba el tendedero de los Deck. Una de esas tantas siestas, la madre estaba colgando la ropa. Hemos tirado la pelota, ha pasado de largo y le ha reventado la cabeza a Doña Nora. Ahí nomás les pusieron en penitencia y cortado el básquet por una semana”, es la anécdota con la que se divierte en el relato.

Desafiando la tradición provincial, los chicos aprovechaban la siesta a pesar del crudo sol santiagueño, y sus amigos rememoran: “Salíamos de la escuela, comíamos y ya nos juntábamos por más que hicieran 40°. Íbamos a la Municipalidad donde había vehículos y máquinas antiguas, a tirar con la resortera, a jugar a los pistoleros en una represa o a pescar mojarritas en unos canales de riego. Y jugábamos mucho a la bolita: el Chango también era suertudo en eso… Gaby sabía volear, siempre tuvo buena puntería. ¡Salía con 10 bolitas y volvía a la casa con 100!”. Respecto del tiempo compartido en la escuela N° 731 Combate de San Lorenzo, Martín comenta que “tenía siempre las mejores notas, le gustaba mucho el estudio y era inteligentísimo. Los profesores se asombraban de cómo resaltaba en el curso. Pero también era bastante indio. Un recreo estaba caminando sobre un banco, ha caído el chango y le quedó un huevo en la frente… ¡Llegó a la casa y qué retada le ha pegado la madre!”, precisa el dorense entre risas.

La economía azotaba y la familia Deck debía trabajar con esmero para pagar las cuentas. A pesar de su corta edad, Joaquín y Gaby colaboraban con la causa. “Primero iban al campo a ayudar al padre, y luego a la madre. Hacían todo rápido para poder ir jugar. Pero eran responsables, Nora los tenía bien ajustados. A veces los acompañábamos, un poco para dar una mano y otro poco de metidos”, reconoce Martín. Los esfuerzos de Carlos y Nora fueron premiados al conseguir un empleo algo más estable en una empresa local de transporte. Mientras él actuaba de chofer, ella se encargaba de la limpieza de los colectivos. Los hijos no sólo contribuían en dichas tareas, sino que también -según relata Chavo- se rebuscaban para obtener lo suyo. “En el pueblo hay dos clubes de fútbol, Mitre y Sportivo. Íbamos a alcanzarles la pelota por algunas monedas”, rememora.

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“A las 5 de la tarde arrancaba el picadito, y cuando caía la noche prendíamos la luz de su patio, el más cercano a la cancha. Sino, directamente jugábamos con la luz de la luna. El aro nos duraba muy poco porque nos encantaba volcarla, pero siempre conseguíamos algo. Usábamos llantas de bicicleta o comprábamos un aro de chapa, hasta que por fin el padre de Gaby fabricó el volante de tractor que ha sido eterno. Y utilizábamos bolsas de cebollas para hacer la red”, nos ilustra Chavo. A su vez, Miguel explica que “Gaby hoy es muy completo, pero de chico se caracterizaba por la efectividad en el lanzamiento. El apodo de Tortuga le ha quedado bien, porque siempre ha sido muy tranquilo en la cancha. Se acomodaba en su sector, y sólo teníamos que mover el balón hasta dárselo para que sea punto seguro. La rivalidad entre los hermanos era tremenda, se mataban a triples”.

La pasión no quedó sólo en la canchita del barrio, sino que se trasladó al club Mitre. “Al Mitre íbamos changos de todo el pueblo, cada barrio armaba su equipo. Se jugaba fuerte, el que hacía diferencia era Joaquín, y Tortu acompañaba. Sabíamos jugar por la gaseosa o por la hora de cancha”, revive Martín. En el 2008, los hermanos tuvieron su primera oportunidad de mostrarse fuera del pueblo, y así lo recuerda Miguel: “La madre se contacta con un entrenador de Ceres, y los viene a ver. Este profesor les dijo que se sumen al club de Santa Fe, pero no han llegado a estar ni un año. Se iban los viernes saliendo de la escuela y volvían el domingo. Les gustaba, pero por cuestiones económicas no pudieron seguir”, comenta.

A pesar de no continuar en Central Argentino Ceres, los Deck no se rindieron. Paola Aguilar, profesora de Educación Física que los conocía muy bien, consiguió la posibilidad para que Joaquín y Gaby participen de un campus en la Asociación Atlética Quimsa, club de la capital de la provincia que militaba en Liga Nacional. Insistentes y valientes, los adolescentes recorrieron los 180 kilómetros que los separaban de Santiago para probarse. Como resultado, Joaquín fue invitado a unirse al club. A Carlos le asustaba la idea de dejar ir a su primogénito, pero Nora -algo más corajuda e insatisfecha con la propuesta- tomó cartas en el asunto. Gastón Ríos, quien sería su compañero de equipo, resume que “Gaby llega al club porque la madre, al ser reclutado Joaquín, pone como condición que lleven a los dos, así ninguno quedaría solo". ¡Si no habría hecho eso, hoy no estaríamos todos así de contentos con su llegada a la NBA!

Actualmente, mientras cursa las últimas materias del Profesorado en Educación Física, Gastón atiende su local de forrajería y artículos de limpieza en Santiago. Pero en 2009, cuando los Deck arribaron a la Fusión, era uno de los juveniles que buscaban su chance en Primera. “Mi grupo siempre formaba amistad con los reclutados. Primero vino Joaquín, y a los días llegaron Gaby y Maximiliano Quiroga, mendocino. Los tres vivían junto con Daniel, un chico algo mayor que Quimsa había contratado para que les cocine. Pasábamos mucho tiempo en su casa, incluso nos llevábamos colchones y nos quedábamos a dormir. Charlábamos, jugábamos a las cartas o veíamos una tele viejita que sintonizaba un solo canal. Por ahí conseguíamos una Play o un DVD para alquilar películas, pero en ese entonces era todo a pulmón”, recuerda quien compartía categoría con Joaquín.


Gastón no sólo afianzaría un genuino vínculo con los de Colonia Dora, también jugaría un papel fundamental a la hora de rebautizar a Gaby. “Estábamos todos en su pieza. Gaby y Joaquín cada uno en su cama, Maxi tirado en un colchón en el piso, y yo y otros chicos sentados por ahí. En mitad de una conversación, escucho que Maxi menciona la palabra ‘Tortuga’, refiriéndose a que Gaby estaba entero metido debajo de las frazadas, y sólo se le veía la cabeza. ¡Pero yo pensé que se lo decía por la cara! Si ves una foto de esa época, te juro que tenía carita de tortuga… Ese día comencé a joderlo con el apodo de Tortu, y desde ahí le ha quedado. El grupo empezó a llamarlo así, luego siguió todo Quimsa, al poco tiempo se extendió al resto de los clubes, y cuando debutó en Primera hasta el periodismo lo nombró así”, detalla.

“Gaby tenía 13 años y era muy introvertido, mientras el resto de 17 o 18 éramos unos salvajes. Al ser el más chico del grupo, era al que más se lo cuidaba. Cuando sus padres se separaron, Joaquín volvió al pueblo para acompañar a su madre y Gaby quedó solo. Muchas veces lo invitábamos a nuestras casas para que no extrañe tanto, pero se la pasaba acostado, no tenía ganas de entrenar”, revive Gastón sobre un momento crítico en la vida de Tortu. Chavo, quien lo conoce desde la infancia, piensa que “hizo un esfuerzo muy grande, siempre nos decía lo duro que era extrañar a su gente. Lo pudo sobrellevar porque sabía que económicamente ayudaba mucho a su familia, eso ha sido un impulso muy grande para él”, reconoce.


A pesar del delicado momento familiar, Gaby se mantuvo firme en sus objetivos, y Gastón lo explica de esta manera. “Cuando da el salto de calidad y empiezan a convocarlo a la Selección, quedamos todos sorprendidos. Joaquín era nuestro líder y un jugador muy dedicado, pero de Tortu no lo esperábamos. En su último año de infantil, jugaba también en cadetes y juveniles. Al mismo tiempo llevó las tres categorías al Hexagonal Final del Argentino de Clubes, promediando cerca de 30 puntos en cada una. Cuando fuimos a Bahiense del Norte, nos recibió Yuyo, el mismísimo padre de Manu Ginóbili. ¡Y lo primero que nos preguntó fue dónde estaba Tortu! Cuando nos dimos cuenta de la fama que había alcanzado, nos miramos las caras como diciendo: ¿Qué está pasando acá?”, comenta.

Y enseguida prosigue con su análisis: “No era tan atlético, no tenía un talento innato, pero hacía lo que tenía que hacer, y lo hacía todo bien. Además, era aguerrido, no le tenía miedo a nadie. En esa época, entrenaba todo el día y lo citaban a cada Selección provincial y nacional, estaba saturado. En ocasiones, hasta lloraba por tener que viajar tanto”. Con melancolía, pero con un cariño que sólo el mundo del deporte comprendería, Gastón rememora que “estuve un año sin jugar por lesión, y cuando volví no fui el mismo, entonces le dieron mi lugar a Tortu. De hecho, él debutó en Primera ante Quilmes usando la camiseta que tenía mi apellido”, cuenta.

Poco a poco, Gaby iría ganándose un lugar en Primera. A nivel Selección, el apellido comenzó a resonar con fuerza, en especial cuando en 2012 se consagró como goleador del Mundial Sub-17 de Lituania. En 2013, conseguiría el oro en el Mundial 3x3 de Indonesia, y para 2014 integraría el preseleccionado de la Mayor previo al Mundial de España. Ese mismo año, obtuvo el Súper 8 y la Liga Nacional con Quimsa, imponiéndose ya como uno de los mejores jugadores en el plano nacional. Por supuesto, sus amigos no serían ajenos a esta locura: cada vez que podían, colaboraban con el combustible, subían al auto del padre de Miguel para manejar hasta la capital y observaban cómo Tortu pasaba de volcarla en la canchita del barrio 7 de Abril a colgarse con bravura de los aros del Poli de la Fusión.

Gaby, quien nunca perdió el amor y la atención hacia los suyos, los invitaba al estadio y hasta compartía con ellos los más gratos momentos. “Cuando ganó su primera Liga, nos invitó a la final. Al terminar el partido, todo el equipo se fue a cenar a un restaurante. Enseguida, les dijo a los dirigentes que íbamos con ellos. Nos han hecho subir a los mismos vehículos que los jugadores profesionales para ir a festejar, fue una sensación muy linda y rara a la vez porque jamás hubiésemos imaginado vivir algo así”, expresa Chavo con alegría. Algunos de los compañeros de Tortu pudieron apreciar su origen en carne propia, y Martín lo demuestra comentando que “mientras jugaba en Quimsa, han venido Penka Aguirre y Sebastián Vega, y han compartido con todos nosotros en el campo de las abuelas de Gaby”.

 

Para la temporada 2016/17, San Lorenzo posó sus ojos en el santiagueño que se convertiría en dos oportunidades consecutivas en MVP de las Finales de Liga, ambas ganadas por el equipo de Boedo. Por si fuera poco, sus desempeños en los JJ.OO. de Río 2016 y en la AmeriCup 2017 instalaron a Tortu como uno de los referentes de la Argentina. En 2018, Gaby daría un salto exponencial en su carrera pasando a integrar las filas del Real Madrid, entidad con la que triunfó en una Copa del Rey, dos Ligas ACB y tres Supercopas. Un año más tarde, quedaría al borde de tocar el cielo con las manos tras el subcampeonato en China y hoy en día se prepara para vivir en Tokio sus segundos Juegos Olímpicos.

Por las lógicas responsabilidades laborales, sus amigos no han podido ir a verlo a San Lorenzo ni mucho menos volar a España para disfrutarlo con la camiseta merengue. Aun así, se las arreglan para acompañarlo en su rutina, y aprovechan cada retorno para compartir los rituales de siempre, esos rituales que tanto añora el argentino N° 14 en arribar a la NBA. “Cuando viene, nos juntamos todos a comer y a compartir un vino. Hacemos asados, lechones, cabritos, pollos al disco, guisos, de todo”, cuenta Martín. Y profundiza que “como viene a descansar, en general el que cocina es otro. Pero sí solemos reunirnos en su casa, a él le gusta atendernos bien. Mi hermano Emanuel canta y toca la guitarra, y Gaby siempre le está pidiendo temas, los cuales acompaña con güiro y hasta se anima a cantar. Escuchamos mucha guaracha, chamamé y folklore, y él también es fanático de Los Palmeras”. Chavo añade que “te recibe con la sonrisa más grande, te invita a pasar, te pregunta qué quieres tomar, dónde te quieres sentar, qué quieres comer. Pasando la noche, toma el micrófono que tenemos para el karaoke y se convierte en animador de la reunión”. Miguel lo resume argumentando que “en las juntadas, Gaby es el que aplaude todo”.

Su gente y el básquet son las razones de ser de Gabriel Deck. No obstante, al trabajar cada día del año con la naranja como herramienta, las breves vacaciones en Colonia Dora intentan ser un recreo, un break total, y sus amigos lo entienden a la perfección: “Por ahí queríamos saber qué le ha dicho Kobe Bryant, qué relación tiene con Ginóbili o con Scola, con quién se llevaba mejor en el Madrid, pero no le gusta hablar mucho de básquet, porque viene a despejarse. La verdad, es más lo que él nos indaga a nosotros. Ahora soñamos con poder preguntarle qué se siente defender a LeBron James o Kawhi Leonard. Cuando le interrogamos sobre cómo es la vida en esos clubes de primer nivel, siempre nos responde lo mismo: que tiene su parte linda y su parte fea, que vive con todas las comodidades posibles, pero está lejos de su familia y de sus amigos”.

La útlima vez que Gaby pisó suelo dorense fue por agosto del 2020. Sin embargo, la tecnología sirve de puente. “Cuando está lejos y nosotros nos reunimos, le mandamos fotos y videos. Se muere de risa, nos saluda a todos, y a veces hasta le saltan algunas lágrimas mientras nos dice ‘Lo que daría por estar ahí…’, confiesa Martín. Y en una clara muestra de lo que Tortu representa para ellos, Miguel expresa que “hemos mandado a hacer unas camisetas para jugar al fútbol en el barrio, y Gaby tendrá la suya esperándolo, color negra y dorada, con el N° 14 en la espalda”.

Los adjetivos suelen repetirse: humilde, sencillo, compañero, tranquilo, gracioso, transparente, feliz. Miguel lo ve como “un chico que se ha rodeado de mucho mundo, pero que sigue siendo una persona más del pueblo”“No piensa dos veces en darte una mano, siempre está pendiente”, opina Chavo. Mientras, Martín piensa que “después de tanto tiempo viviendo afuera ni la tonada ha cambiado… Si por casualidad alguien nuevo aparece y no lo conoce, ni se imagina quién es y todo lo que está haciendo, porque no lo demuestra en lo más mínimo”.

A través de los años, en su amada Colonia Dora, Gaby ha puesto en funcionamiento junto a su hermano el Gimnasio JyG -cuyo encargado es Joaquín- y el Resto-Bar #7-14 (por las camisetas de ambos). En este último trabajan sus dos padres quienes, a pesar de la separación, se llevan de maravillas. Con la colaboración del barrio, lleva adelante la Fundación 7 de Abril, un espacio de contención donde se les brinda la merienda, ropa y juguetes a los niños del pueblo. Sus coterráneos lo adoran porque mantiene su esencia, porque cada vez que vuelve es uno más. Porque sale a correr, hace las compras y saluda a cada vecino como si nunca se hubiera marchado para convertirse en la persona más trascendente en la historia del pueblo y de su provincia. Cada dorense, santiagueño y argentino estará expectante por vislumbrar su nuevo e histórico paso, calzándose la casaca N° 6 de Oklahoma. Pero él, Tortu, seguirá siendo el mismo. El entrañable hijo, hermano, amigo, compañero y vecino de un pequeño pueblo santiagueño.