Perspectiva de género y literatura: las trampas de las que conviene escapar
Dos consagradas escritoras -la ecuatoriana Fernanda Ampuero y la boliviana Giovanna Rivero- y una agradable irrupción en el mundo editorial -la argentina Dolores Gil- reflexionan a propósito de literatura y el Día Internacional de la Mujer.
Fechas conmemorativas como el 8M, que apuntan a generar conciencia y a reformular puntos de vista, son al menos contradictorias porque en la intención de evidenciar lo velado por intereses creados muchas veces distorsionan lo mismo que intentan mostrar: sobre si existe otra manera de instalar una nueva visibilización de las autoras que van reformulando y completando antiguos cánones, reflexionan la escritora ecuatoriana Fernanda Ampuero, la argentina Dolores Gil y la boliviana Giovanna Rivero.
Hay un Día Internacional de la Mujer y es innegable por qué surge: la cosmovisión sexista patriarcal pareciera haber relegado a los cuerpos con genitales femeninos a los interiores de la privacidad ciudadana (los hogares), a violencias machistas muchas veces institucionalizadas y, cuando el capital exige su mano de obra y sapienza, relega esos cuerpos a una serie de segundas y terceras líneas de planos académicos, obreros, profesionales y políticos.
Esa idea celebratoria parece muchas veces no escapar de cánones o estructuras patriarcales. En ferias y eventos literarios no es raro encontrar mesas de escritoras agrupadas por la situación, o la singularidad, o la generalidad, de ser mujeres. No pasa eso con las mesas de escritores: ni en ferias, ni en librerías, ni en ciclos de zoom se convoca a escritores por ser varones. Sí por cuestiones estéticas, por temáticas, por formas de tratar el lenguaje y puntos debatibles más allá de una cuestión de sexo o de género.
Son épocas en que se habla de "fenómeno" para referirse a la mayor exposición de escritoras en espacios vinculados a la promoción de la lectura, el libro y la literatura, término que significa prodigio, rareza, maravilla y a su vez monstruo, engendro, aberración.
-¿Por qué definir desde una concepción de anormalidad al hecho de que hoy la producción literaria de algunas autoras sea metabolizada y valorada por el mercado?
-Fernanda Ampuero: Considerar una ruptura en el sistema que causa estupor que las mujeres escribamos es ofensivo y casi te diría obsceno. Es hacer volar por los aires la literatura de miles de escritoras que han sido sistemática y alevosamente borradas del canon, silenciadas y confinadas a ciertos temas que no molestaban y se consideraban propios de nuestro género como la cursilería romántica o materna y un erotismo soft dedicado más a las fantasías de los señores que a nuestras propias exploraciones sexuales.
Hemos sido borradas de la historia de la literatura. Se iluminó el otro lado, condenándonos a la oscuridad, pero no al silencio. ¿Les suenan las hermanas Brontë, Jane Austen, Emily Dickinson, Mary Shelley, Armonía Somers, Clarice Lispector, Nélida Piñón, Elena Garro, Sor Juana Inés de la Cruz, Carson McCullers, Shirley Jackson, Safo, Amparo Dávila, Alicia Yánez Cossío, Ida Vitale, Aurora Venturini, Rosario Ferré, Margarita Elio, Mercé Rodoreda, y un infinito etcétera? Todas ellas escribieron antes que nosotras. Perplejidad ninguna. Las mujeres hemos escrito siempre, lo que pasa es que el foco lo movían ellos.
-Giovanna Rivero: He estado pensando mucho en la obsolescencia como uno de los principales dispositivos del mercado. La obsolescencia se aplica no solo a la tecnología o a los cuerpos, también a las ideas y a la dimensión intangible de la cultura. Desde este enfoque, estos racimos de palabras hiperbólicas –boom, fuerza de la naturaleza– se presentan con la supuesta buena intención de señalar una excepcionalidad, pero como todo límite entre lo extraordinario y lo ordinario, deja por fuera formas de representación que se formulan bajo otras sensibilidades y que no se someten a dictados mainstream. A eso que es excluido se lo considera obsoleto, un peligro para la pulsión moderna del tiempo presente.
Quizás sería saludable abrazar la anacronía, separarse de lo inmediato y obligar al lenguaje que 'no–mbra' los eventos a fugarse de esa suerte de asombro patentado por el mercado. Insistir en darle a la escritura el lugar de núcleo creativo, no a la autora o al autor. Es la escritura lo que le da carne y espíritu a la literatura. Sí, es preciso insistir en ello: es la escritura en tanto registro de la imaginación. El resto es anécdota.
-Dolores Gil: El auge de la literatura escrita por mujeres es algo que efectivamente irrumpe como acontecimiento en el campo cultural. Para saber por qué sucede haría falta un estudio sociológico: ¿tenemos las mujeres mejores condiciones materiales y por eso estamos escribiendo más? ¿Cuánto más estamos escribiendo? Si es así, ¿se debe a un mejor acceso a la educación y a los bienes culturales, a que tenemos más tiempo para nosotras, a que tenemos menos hijos que antes, o a que se dieron cambios en las relaciones entre varones y mujeres con respecto al tiempo dedicado a tareas domésticas y de cuidado? La lista puede seguir al infinito. No lo sé: no leo literatura desde la sociología ni me interesa escribir desde ese lugar. Tampoco lo pensaría desde el lugar de la anomalía, no creo que las mujeres en la literatura seamos una novedad. En Argentina tenemos una tradición muy rica de grandes escritoras, no estamos dando los primeros pasos.
-En ese interés mainstream surgido hacia las escritoras, ¿juega el deseo de una cartografía literaria menos obturada o al menos obturada por otras cuestiones?
-Ampuero: Yo creo que siempre se han querido leer buenas historias. De eso se trata, de buena literatura escrita por él, ella o elle. Pasa que, como en todo, lo hegemónico no permitía el acceso ni a ella ni a elle. Quien quisiera leer a una autora ecuatoriana de los años 50 tenía que buscar a alguien que tuviera el libro y fotocopiarlo porque nunca se reeditaba. Las escritoras trans no tenían espacio para existir mucho menos para publicar. Siempre estuvimos, pero ahora nos ven.
-¿Hay, en serio, algo nuevo bajo el sol?
-Ampuero: Decir que sí sería pisotear las tumbas de las escritoras que vinieron antes de nosotras. Lo único nuevo, como te decía antes, es la luz, el foco.
-Rivero: Por suerte existe lo singular y es esa singularidad la que aplaude quien está del otro lado de la escritura. El mercado omnívoro ofrece esa aspiración en sus estanterías con distintas etiquetas, pero gran parte de la responsabilidad de metabolización de qué y cómo se lee está en las lectoras y lectores. Leer lo que tiene más eco en redes o por pura identificación afirmativa nos deja vulnerables. Cómo ser una lectora más salvaje y autónoma, de modo que pueda construir sentidos particulares cuando entro a un texto es el desafío. Así como propongo escribir desde una esquina anacrónica, creo que ejercitar lecturas que se fuguen de la época es buen ejercicio para no quedar a merced de nuevas obturaciones culturales.
-Utilizando una de las ideas, quizá un poco engañosas por la propuesta de volver al pasado que encriptan, surgida del corazón de la pandemia, ¿existe otra manera de instalar una nueva normalidad, una nueva visibilización?
-Ampuero: La guetificación de las mujeres en la literatura es algo que a mí personalmente, e imagino que a muchas de mis colegas, me tiene harta. No es posible alcanzar el respeto por lo que hacemos si nos clasifican y agrupan por lo que tenemos entre las piernas o por el género al que sentimos que pertenecemos. Es antinatural que en las antesalas de las ferias de libro estemos todos y todas juntas y luego nos tengamos que separar en aulas diferenciadas de niños y de niñas. Lo peor es que ellos hablan del mundo y sus criaturas y del oficio de contarlo, mientras nosotras hablamos de ser mujeres. He estado en mesas, esto es literal, que se llaman "Ellas también cuentan" o "Ahora ellas cuentan" o "Mujer que escribe" o "La letra femenina". ¿Qué es eso? Tengo más en común con escritores que abordan los temas que me interesan que con algunas colegas con las que me han sentado a debatir. No está bien pretender deshacer el "Club de Tobi" haciendo el "Club de Lulú". Basta ya.
-Gil: Es cierto que las escritoras partimos de una desigualdad de condiciones previa que nos hermana más allá de estéticas, géneros o temas que trabajamos y desde esa óptica a veces nos tratan como una especie de gremio aparte, sobre todo en cuestiones que no tienen que ver con la escritura en sí, sino con la circulación de nuestros libros o espacios de sociabilidad literaria. No se me ocurren maneras de instalar más visibilización porque no se me ocurre decirle a nadie lo que debería leer, menos, si tendría que leer a mujeres o varones. Me interesa más la representación de una imaginación que la verificación de a qué género pertenece, aunque, generalizando, puedo arriesgar que hay cierta relación con el dolor que las voces femeninas están trabajando de otra manera y que ese es un terreno a explorar.
-Rivero: El término visibilización es problemático pero detenernos a pensar en sus connotaciones y problematizarlo es un avance hacia nuevas epistemes. Lo visible apela a un impacto visual, a un reconocimiento del paisaje, y el hecho de naturalizar algo que siempre debió haber sido natural, como la participación de escritoras en ámbitos de la cultura, pasa por ese orden que, aparentemente superficial, va formando un imaginario. Lo siguiente sería denunciar, entrar en estado de alerta ante las codificaciones velocísimas del mercado. Siempre busco la etimología de palabras a las que les encargo un procedimiento político y el prefijo "de" habla de un alejamiento, quiero pensar que 'denunciar' es un des-enunciar: desmontar enunciados que pretenden enquistarse como verdades, mirar con distancia futura lo que arde en el presente.