Estas líneas las escribo el viernes 16 de diciembre al mediodía. Es decir dos días antes de la final del Mundial de Fútbol en Qatar, entre Argentina y Francia. No es “el diario del lunes”, no es oportunismo, es deseo puro, sentimiento genuino, de que nuestro país cambie, en serio, consciente en que hay otros caminos para llegar a lo más alto.

Cualquiera sea el resultado del domingo, seguiré pensando lo mismo. Esta Selección esta llena de figuras, incluido el técnico y sus colaboradores, con bajo perfil, humildes, hiper-profesionales y millonarios. En un país donde generalmente, lo que se inicia queda a mitad de camino, donde el “pícaro” es más referente que aquel que se esfuerza. Donde el merito no es reconocido y hasta es rechazado por algunos gobernantes. Donde la palabra perdió valor a la par de nuestra moneda. En el que el corrupto goza de buena salud y si es juzgado (en el mejor de los casos) solo pasa pequeñas temporadas entre rejas.

Donde los “viejos” ya no son nuestra referencia y la voz a escuchar, sino “despojos” a los que se les paga una miseria que lo transforma en pobres. Donde la honestidad no es un valor si no está ligada al éxito, y en el que el tango “Cambalache” sigue siendo nuestro himno nacional no reconocido.

Es muy difícil plantear esta quimera moral. Todo lo descripto anteriormente, nos define y nos condena. Por eso es importante convencernos que estos deportistas que alcanzaron la cima, son la luz al final del camino, a los que debemos imitar y reconocer como el punto de partida para volver a ser una gran Nación.

El tramo por recorrer es difícil y está lleno de obstáculos, pero pueden vencerse tomando conciencia de nuestros defectos y potenciando nuestras virtudes. Depende de nosotros, de cada uno de nosotros.

Sin egoísmos, sin “avivadas”, codo a codo superando adversidades, creyendo en el otro, con modestia y con esfuerzo. Igual que ellos, los de la Selección de Fútbol, con Messi, como ejemplo a seguir.