Las conversaciones profundas: clave en el bienestar de las personas

Contar en nuestro día a día con esas personas refugio es algo catártico.

Las personas necesitamos mantener conversaciones profundas de forma regular para sentirnos bien. Tener a alguien con quien enfrascarnos en ese diálogo delicado que nos ayuda a llegar al sótano de nuestras emociones no solo complace y relaja, sino que además es un regalo para nuestro cerebro. Es así como se reduce el estrés y como se construye la conexión humana más enriquecedora.

Decía Henry James que en la vida hay dos clases de personas, las que son de nuestra confianza y las que no. En realidad, también podríamos puntualizar que en nuestro día a día contamos a su vez con dos tipos de gente, aquellos con los que es posible mantener una conversación íntima y empática y aquellos con los que simplemente, limitarnos a hablar de cosas superficiales y anodinas.

Es más, a veces ni siquiera desconfiamos de estas últimas. Simplemente, no existe un tipo de vínculo que nos permita trascender para compartir, comunicar para tocar sentimientos mutuos. Porque con esas personas no nos es posible desnudar necesidades, miedos y tejer esos diálogos hábiles donde las ideas, los datos y ocurrencias germinan al segundo.

Para entenderlo mejor es muy posible que tengamos buena sintonía con nuestros padres o hermanos. Con ellos hablamos de muchas cosas; sin embargo, a la hora de establecer diálogos más profundos, preferimos a un amigo en concreto o a la propia pareja. Poder contar con una persona así, sea cual sea, es un privilegio y un refugio para nuestro bienestar.

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“Las buenas conversaciones deben agotar el tema, no a los interlocutores”.

-Winston Churchill-

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La magia de las conversaciones profundas

A lo largo de periplo vital conocemos muchos tipos de personas. Están, por ejemplo, las «personas muro», esas con las que apenas podemos conectar, esas que por mucho que uno insista, es casi imposible traspasar para alcanzar esa área más íntima y emocional.

Asimismo, también podemos encontrar a esos hombres y mujeres que carecen de filtros, los que no tienen reparo alguno en dejar ir intimidades y confianzas, como si todo el mundo fuera un amigo de toda la vida. Lo peor de todo es que también suelen exigir lo mismo de los demás. Estos ejemplos son, al fin y al cabo, extremos que es mejor no imitar porque nos pueden traer insatisfacciones y problemas.

Lo más acertado es ser tan exigente como cauteloso a la hora de elegir con quien tener esas conversaciones profundas. No todos están doctorados en el arte de la escucha, de la empatía y de esa conexión que encaja casi al milímetro con el rompecabezas de nuestras aficiones, pasiones, anhelos y personalidades. Esa alianza donde la comunicación fluye y reconforta se suele lograr con pocas personas.

Encontrarlas revertirá de forma directa en nuestro bienestar

La felicidad y su relación con las conversaciones profundas

Matthias Mehl, psicólogo y profesor en la Universidad de Arizona, realizó un estudio donde descubrir qué tipos de conversaciones son las que suelen llevar por término medio las personas. Demostró que un tercio de ellas eran significativas, es decir, conversaciones profundas donde conectar emocionalmente, donde tocar temas trascendentes y enriquecedores para cada una de las partes.

El resto de comunicaciones eran poco sustantivas, de las que uno mantiene solo para cuidar e integrarse en el tejido social cotidiano. Por otro lado, un detalle que quedó en evidencia es que quien mantenía esos diálogos profundos presentaba un mayor bienestar físico y psicológico. Es más, esas personas se describían como más felices, más satisfechas con su vida.

Las buenas conversaciones cambian tu cerebro

Las conversaciones profundas son una alquimia de placer para nuestros cerebros. De hecho, ya lo decía el conocido psicólogo humanista Carl Rogers: no hay nada más estimulante que un buen diálogo para generar cambios en la persona, para despertar fortalezas y promover el bienestar.

Él lo descubría a diario en sus sesiones de terapia, pero cualquiera de nosotros lo experimentamos también en esas charlas junto a alguien y una buena taza de té o café.

Si surge esta magia, si se despierta en nosotros esa maquinaria donde fluye la dopamina, la serotonina y las endorfinas, es porque el cerebro nos recompensa por esos instantes de conexión. Una buena comunicación reduce el estrés, alivia el rumor de las preocupaciones y apaga la ansiedad. 

A esta misma conclusión se llegó en un estudio llevado a cabo en el Centro Vasco de Cognición, Cerebro y Lenguaje (BCBL). En este trabajo se descubrió, además, algo fascinante: las conversaciones profundas generan una sincronización de los cerebros de los interlocutores. Es decir, las ondas cerebrales funcionan a un mismo nivel.

Menos charlas y más conversaciones enriquecedoras

En la actualidad tenemos múltiples vías de comunicación. Los mensajes de texto, por ejemplo, facilitan el que nos sintamos cerca los unos de los otros, aunque estemos a kilómetros. Sin embargo, por muy útiles que nos sean, no nos permiten tener conversaciones profundas al 100%. Nos falta el lenguaje de la mirada, de la voz, el código de los gestos, el placer de la presencia, de las emociones que despiertan, afloran y conectan.

Por otro lado, en un día a día definido por las prisas, es vital que hallemos tiempos y espacios para el diálogo terapéutico. Esas conversaciones profundas, definidas por la reciprocidad, por el tú y el yo, por un nosotros que se expande y se interioriza a su vez para sanar, necesitan como mínimo de una hora.

Evitemos las charlas vacías y los monólogos, intentemos contar a diario con esas personas refugio donde dejar que la comunicación a dos bandas sea inteligente y saludable. Todo ello, revertirá sin duda en nuestra felicidad.