Pedro Bombino, el joven cubano de Unión con un futuro prometedor
El pivote Tatengue es uno de los mejores U23 de La Liga Nacional y su presente no es casualidad, tuvo que pelear contra la adversidad desde pequeño.
Con apenas 23 años, Pedro no sólo atravesó ya muchas situaciones en su vida, también se mudó de hogar y de club en varias oportunidades. Su pasión por el básquet y por su familia, son los pilares que jamás mutaron en su entorno. Desde su formación en Cuba, debió reinventarse a miles de kilómetros de casa en la fría Comodoro, no sin antes verse obligado a integrar el ejército de su país y quedar al borde de renunciar a sus sueños. Hoy desde la cálida Santa Fe, el pivote de Unión cuenta su historia.
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“Nací en Ciego de Ávila, pero arranqué a jugar a mis 8 años en La Habana, donde nos movimos por problemas familiares. Fue pura casualidad: el entrenador de mi escuela me vio caminando y me preguntó si me interesaba jugar. Yo sólo había hecho atletismo, y no me animaba a ir a entrenar porque al ser nuevo me avergonzaba. Hasta que mi madre me impulsó a intentarlo, le hice caso y ya no lo solté. A los 12, volvimos a mi provincia y lo tomé aún más en serio. En Cuba existen escuelas que combinan estudios y deporte, y hasta graduarme en 2018 practiqué básquet ahí”, comienza el relato Bombino.
En su país, comenzó a forjarse como un gran prospecto: “Me lo fui creyendo y quedando entre los mejores de mi categoría, a los 11 integré un seleccionado nacional que participó de un encuentro internacional. Búfalos de Ciego de Ávila es de los equipos más importantes de Cuba, y amaba ir a verlos, eran mis ídolos. Seguí compitiendo cada vez mejor, mostré proyección, y cuando a los 15 pegué un estirón me mandaron a entrenar con el primer equipo. Para mí era un sueño, y si bien lo físico me costó y me dieron duro, realmente me hizo crecer”.
“Justiz Ferrer y Jasiel Rivero (ambos jugaron para Estudiantes de Concordia, el primero fue campeón con San Lorenzo y el segundo pasó a Boca) habían salido hacia Argentina, y significaba una oportunidad. Mi actual manager Claudio Pereyra asistió a un Nacional U18 donde perdí la final, y al terminar se acercó a decirme que le gustaría insertarme en ese mercado. Yo estaba ilusionadísimo, pero el tiempo avanzaba y nada, en la escuela hasta se burlaban de mí por eso”, recuerda el cubano previo a una de las circunstancias más crudas que debió afrontar.
“Encima a mis 18 tengo la mala suerte de quedar designado en el servicio militar, y pensé que ese era el fin. A mitad de los primeros 35 días obligatorios, fui convocado a la Selección Mayor, aunque no sólo debía terminar esa etapa en el ejército sino que luego debería continuar dos años más. Pero en una visita a mi familia, este representante me comunicó la chance de sumarme a Gimnasia, debiendo viajar enseguida a la capital para firmar contrato y volar a Argentina”.
Así, en cuestión de horas Pedro pasó de prestar servicio en el ejército a subirse a un avión para aterrizar en el sur del continente: “Sólo sabía que ahí jugaba Mencia, pero yo nunca había salido de la isla, fue de los momentos más difíciles de mi vida, sobre todo con el clima de Comodoro. La pretemporada me costó horrores, venía mal físicamente del ejército y este básquet tan táctico era como un nuevo deporte. Pero los consejos de Yoanki me enfocaron a dejar los malos hábitos que traía en alimentación y descanso, y convertirme en un profesional”.
Apuntalándose especialmente en Liga De Desarrollo y alternando la Primera del Verde, el parate por el COVID-19 lo obligó a buscar nuevos aires que traerían gratas sorpresas: “Con la pandemia, la culminación de la LDD culminó y el no tener minutos en La Liga, surge el préstamo a Colón. Era un proyecto nuevo, donde con 21 años tendría la responsabilidad de ser el pivote principal, así que ni lo pensé. Le agradezco a Ricardo De Cecco por confiar y darme un lugar que me sirvió mucho, y si bien me había acostumbrado a la temperatura del Sur, en Santa Fe me sentí como en casa”.
Más tarde, Pedro curiosamente pasó del Sabalero al Tatengue, ambas instituciones protagonistas del eterno clásico santafesino: “Me hicieron sentir esta rivalidad al instante que llegué a la ciudad, y lo comprobé rápidamente porque en el debut perdimos en su cancha, aunque al tiempo ganamos la revancha como locales. Al final de la temporada, tuve la opción de irme a Unión, y disputar la máxima categoría era lo que quería, sin importar los colores”.
Ya en Unión, Bombino debió encarar en aquella 2021/22 una verdadera batalla en pos de evitar el descenso, la cual se terminarían llevando casi de milagro por 3-2 ante Hispano Americano: “Salvar la categoría fue una locura, se vivía un ambiente complicado y habíamos empezado 0-2 como local. En Río Gallegos tuve una buena actuación, pudimos remontar la serie y en Santa Fe logramos el objetivo”.
“La segunda temporada también fue lindo conseguir la permanencia, y esta vez esperábamos otro arranque, sobre todo por la buena pretemporada y la química del plantel, pero perdimos muchos puntos en las últimas bolas. Tengo fe de levantar, la liga es pareja y ganando unos partidos te acomodás. Es mi tercer año acá, mi último como U23, me siento con mucha confianza, apunto a mantener este rendimiento y a contribuir para que Unión salga adelante porque lo merece”, reflexiona sobre su presente en un Tatengue que acumula 11 derrotas y 2 victorias.
El centro de 2m06 integra su seleccionado desde 2019 y en cada receso mantiene su actividad en lugares como El Salvador o recientemente Venezuela donde, tras un notable papel con Toros de Aragua, finalizó el torneo con los históricos Guaros de Lara. En la actual competencia, Bombino demuestra seguridad en la pintura y promedios sólidos, con 13.6 puntos, 7.5 rebotes, y 18.5 de valoración en 25 minutos. Y aún con la mira clara en la meta, no descuida los valores que sostiene desde siempre: “Quien me conoce sabe que mi punto débil es la familia, me paso el día hablando con mamá, papá, mis dos hermanos y mis sobrinos. En la cancha soy demasiado competitivo y pasional, incluso en entrenamientos, es algo en lo que todavía estoy trabajando. Y si bien no me he acostumbrado al mate, sí estoy muy adaptado a la comida, la cultura y hasta la forma de hablar de los argentinos”.