El estrés en entornos laborales es contagioso
Afecta en algún nivel a cerca del 90 por ciento de la población, según la OMS.
Considerado uno de los males del siglo XXI, el estrés es la reacción del organismo ante situaciones de peligro o amenaza. De acuerdo con estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS), afecta en algún nivel al 90 por ciento de la población mundial, alcanzando niveles de epidemia. Los primeros estudios sobre el tema fueron realizados por el endocrinólogo canadiense Hans Selye, allá por la década de 1930, con el objetivo de comprender el motor de este malestar que tanta preocupación causa por su alto potencial para desencadenar diversos problemas físicos y mentales.
Tres décadas después, la investigación llegó al mundo del trabajo, un espacio que suele multiplicar la cantidad de personas estresadas. La idea siempre fue escapar de las rutinas dominadas por las presiones, pero pese a eso y para muchos (sobre todo en el mundo de las corporaciones empresarias) comenzó a hacerse costumbre conversar acerca de viajes agotadores, agendas sin un espacio libre y noches de insomnio. Para este grupo es como si vivir un duro día tras otro fuera sinónimo de dedicación y competencia. El estrés sería entonces una condición casi inseparable del alto rendimiento, un motivo de orgullo, algo que hay que destacar y mostrar.
El fenómeno movilizó recientemente a un grupo de expertos en relaciones corporativas, sociólogos y filósofos de la Universidad de Georgia (Estados Unidos), que llevaron a cabo una extensa investigación sobre el tema. Los investigadores crearon personajes ficticios que, cada uno a su manera, hablaban de lo estresados que estaban en su trabajo. La idea fue observar, desde un punto de vista científico, el impacto que tiene el discurso que muestra una excesiva valorización del propio agotamiento mental en cientos de profesionales que, aún en puestos de mando, llevan su vida de un modo más relajado. ¿Qué pasa cuando esos trabajadores están junto a otros colegas que expresan de manera casi continua cuán estresante es su trabajo y describen la presión a la que están haciendo frente?
La investigación, realizada a través de conversaciones online, constató que la conducta de resaltar constantemente las horas trabajadas, el cansancio y la dureza de la vida cotidiana, no solo no despierta admiración, sino que siembra dudas sobre la competencia de la persona, a la que llega a juzgarse como alguien incapaz de lograr un equilibrio. No pocas veces, este tipo de trabajador, tan común en la actualidad, ha sido descrito por sus compañeros como “el colega desagradable”. "Piensan que están siendo bien considerados, pero en realidad sólo están dañando su propia imagen", explica Jessica Rodell, coordinadora del estudio.
“Es un comportamiento que todos hemos visto y del que todos podríamos ser protagonistas en algún momento”, analiza Rodell. “Cuando me preguntaba por qué la gente hace esto, pensé que tal vez nos referimos al estrés que sentimos porque queremos demostrar que somos lo suficientemente buenos. Descubrimos que eso suele ser contraproducente”.
El estrés se presenta de muchas formas; este estudio en particular lo examina como “el estado psicológico en el que uno siente que sus exigencias exceden su capacidad”. Y es un problema importante. La Encuesta sobre el trabajo en Estados Unidos de 2023 de la Asociación Estadounidense de Psicología mostró que el 77 por ciento de los encuestados experimentó estrés relacionado con el trabajo en el último mes. Para el 57 por ciento, esto generó una variedad de impactos negativos, desde agotamiento emocional (31 por ciento) hasta menor productividad (20 por ciento) y sentimientos de ineficiencia (18 por ciento).
De estresado a estresado
La encuesta también detectó una segunda evolución negativa: el contacto frecuente con el número de hombres y mujeres que se golpean el pecho al hablar de cómo el trabajo se apodera de ellos por completo, además, transmiten el estrés que experimentan, como se de un contagio de una enfermedad biológica se tratara.
Llegados a este punto, los expertos de Georgia fueron un paso más allá. Hace una década, el neurocientífico Tony Buchanan, de la Universidad Americana de Saint Louis, describió al estrés como una experiencia que funciona como un virus, propagándose entre individuos a través de un mecanismo en el que la persona absorbe las formas de actuar de otras personas en las capas del inconsciente gracias a las “neuronas espejo”. Esas neuronas se ubican en una región del cerebro que es responsable de funciones cognitivas complejas.
Ahora, los investigadores han ampliado los conocimientos en el área al concluir que el habla también ayuda a propagar los picos de tensión, hasta el punto de hacer que quienes se exponen a él sean más propensos a sufrir trastornos como el burnout. El ciclo del malestar comienza cuando el empleado se ve presionado a adoptar el mismo patrón que quienes propagan el “culto al estrés”, empeorando el ambiente.
En una parte del estudio se analizó cómo reaccionaban las personas a una situación laboral estresante. En otra sección de la investigación los científicos pidieron a 218 personas que evaluaran su experiencia real con personas que suelen hablar del estrés laboral que viven y el impacto que esto tuvo en su propia salud mental. Los especialistas hallaron una correlación entre referirse al estrés laboral de manera casi constante y un mayor estrés y agotamiento en el compañero de trabajo que recibió los comentarios y relatos. Estos resultados no son nada benignos, según Rodell, y pueden tener consecuencias más amplias para el entorno laboral.
"Cuando alguien habla y hace alarde constante de su estrés, hace que parezca que es bueno estar estresado. Esa sensación de presión interminable se contagia al compañero de trabajo que está a su lado, que termina sintiéndose más estresado, lo que lleva a un mayor agotamiento o a retirarse de su trabajo”, describe. Y puntualiza: “Tenemos que pensar esto como un efecto contagioso en espiral de una persona a otra". Para algunas personas relatar cuán estresadas se sienten a nivel laboral puede ser una forma bien intencionada de desahogarse. Pero Rodell es terminante: "Si hay una sensación fuerte de estrés laboral hay que encontrar al confidente adecuado con quien compartirlo y hablar de eso”.
Además de los efectos sociales, la evidencia científica demuestra que la reacción fisiológica desencadenada por el estrés crónico puede afectar a la memoria y a la capacidad de tomar decisiones. La salud física también se ve afectada, aumentando el riesgo de enfermedades cardiovasculares y problemas digestivos e inmunológicos. En este entorno, es comprensible que la productividad general disminuya. En la práctica, el estrés extendido en el lugar de trabajo provoca dificultades para concentrarse, errores y retrasos en las tareas.
Se podría suponer que el inmenso contingente que migró al trabajo desde casa de forma permanente, en el escenario post pandemia, no daría lugar al fenómeno de elogiar las jornadas laborales extenuantes, especialmente por la flexibilidad lograda y la distancia con los compañeros. Pero entonces surgió algo inesperado en esta modalidad que se multiplicó. El aislamiento terminó haciendo que la gente amplificara sus quejas de sobrecarga, actitud que tiene una razón objetiva: según el informe People at Work, del Instituto de Investigación ADP, que analizó una amplia muestra en diecisiete países, el 82 por ciento de las personas consultadas informaron haber tenido episodios de estrés al menos una vez por semana, debido a la dificultad de delimitar una frontera entre trabajo y ocio, que se diluye más en casa. Pero también pesa otro factor, rodeado de subjetividad. Lejos de la mirada de pares y superiores, existe una tendencia a mostrar qué y cuánto se produce. La gente se siente presionada a demostrar que realmente está trabajando.
Los orígenes del stress
Fue la Revolución Industrial, a partir del siglo XVIII, la que consolidó la filosofía de que la productividad y la eficiencia deberían tener prioridad por sobre cualquier otro valor en la vida. “El trabajo duro ha adquirido un estatus como nunca antes, a expensas del bienestar personal”, afirma la experta Sally Maitlis de la Universidad de Oxford (Gran Bretaña).
El mundo luego giró radicalmente, hasta terminar en un crisol de culturas en el que el estilo de vida liderado por la tribu de adictos al trabajo ascendió en oficinas de los Estados Unidos, lideradas por exponentes tecnológicos de Silicon Valley. En los años 1990, la idea de ir más allá de los límites físicos y mentales para lograr grandes cosas y crecer tomó fuerza.
Pero el paso del tiempo ha hecho que personas del calibre de Bill Gates, fundador de Microsoft, incluyan otro componente en la ecuación: el equilibrio. “Obligué a todos los que me rodeaban a trabajar muchas horas. A medida que crecí, y especialmente después de ser padre, me di cuenta de que, tanto para hacer el mejor trabajo como para tener una gran vida, esa intensidad no siempre era la adecuada”, afirma en la actualidad el empresario, de 68 años.
En un intento de luchar contra la corriente de estrés, la OMS recomendó a las empresas impulsar entrenamientos enfocados en otra forma de liderazgo, en un intento por frenar la propagación del estrés y prestar atención a quienes se sienten muy presionados. Es preciso que reciban un tratamiento y no más y más tensiones, enojos y reprimendas.
Todavía queda mucho por hacer. Según un informe global del Instituto de Investigación ADP, el 46 por ciento de los trabajadores todavía se sienten a la deriva cuando se habla de bienestar mental, un tema que salió de las sombras y de ser considerado menor, pero que exige más atención y que aún no alcanza la consideración que debiera tener en términos de cuidado de la salud integral de cada persona. Jessica Rodell, de la Universidad de Georgia, enfatiza: “Será mejor que la gente piense dos veces antes de alardear de lo estresados que están por lo que hacen, el estrés crónico no es bueno nunca. El estrés sólo trae estrés, y nadie gana”.