7 emociones básicas que compartimos con los animales

Qué similitudes existen según el neurocientífico Jaak Panksepp

Los animales sienten emociones complejas que son sorprendentemente similares a las de los humanos. Según la teoría del neurocientífico Jaak Panksepp, profesor emérito de psicología y experto en neurociencia afectiva, existen siete emociones básicas que compartimos con ellos.

La búsqueda: el motor de la curiosidad

Es la emoción que impulsa a explorar y descubrir el mundo que nos rodea. En los animales, ésta se manifiesta cuando un gato acecha un juguete o cuando un ratón explora un nuevo entorno. Según Panksepp, está profundamente arraigada en el cerebro y es esencial para la supervivencia. Tanto humanos como animales dependemos de este impulso para encontrar recursos vitales como alimento y refugio.

Un ejemplo de la misma es el comportamiento de los delfines. Estos mamíferos marinos son conocidos por su curiosidad insaciable; investigan objetos flotantes en el agua e incluso interactúan con humanos por pura exploración. Este instinto de búsqueda asegura su supervivencia y enriquece su vida social.

El miedo: una respuesta instintiva

Es una emoción básica que actúa como un mecanismo de defensa ante posibles amenazas. En la naturaleza, puede ser la diferencia entre la vida y la muerte. Es fácil reconocerla en un conejo que huye al escuchar un ruido fuerte o en una gacela que escapa de un león.

En los humanos, también está profundamente arraigada en el sistema límbico, específicamente en la amígdala. Este sistema cerebral compartido explica por qué humanos y animales reaccionamos rápidamente ante peligros inminentes. Por ejemplo, los pájaros emiten llamadas de alarma para advertir a sus compañeros de depredadores cercanos, mostrando cómo el miedo puede ser una herramienta colectiva para sobrevivir.

La furia: energía para luchar o huir

La ira es una respuesta emocional que surge cuando un animal siente que su bienestar está amenazado y puede desencadenar comportamientos agresivos. Imaginá a una madre osa defendiendo a sus crías frente a un depredador; su furia es lo que le da la fuerza necesaria para protegerlas.

En los humanos puede manifestarse en situaciones de injusticia o frustración. Aunque a veces se percibe negativamente, tiene sus raíces en estructuras cerebrales primitivas como la amígdala y puede ser clave para defendernos o establecer límites claros.

Cuidado: el vínculo del amor

Es una emoción fundamental para la crianza y protección de las crías. Se observa claramente en mamíferos como los elefantes y chimpancés, quienes muestran comportamientos protectores hacia sus crías. Los primeros, por ejemplo, forman grupos familiares estrechamente unidos donde las hembras mayores cuidan colectivamente a las crías más jóvenes.

En los humanos, se traduce en amor y empatía, esenciales para construir relaciones sociales fuertes. El cuidado garantiza la supervivencia de las nuevas generaciones y fomenta vínculos emocionales profundos entre individuos.

El dolor: más allá del sufrimiento físico

Es una respuesta al daño físico y también puede ser emocional. Los animales pueden experimentar duelo, como se observó en chimpancés que muestran tristeza tras la pérdida de un ser querido. Esta capacidad para sentir dolor emocional indica una conexión social profunda y una sorprendente similitud con los humanos.

Un caso conmovedor ocurrió con un grupo de elefantes en África que permaneció días junto al cadáver de uno de sus miembros fallecidos. Este comportamiento sugiere una comprensión del duelo y una capacidad para procesar pérdidas emocionales.

El deseo: impulso de supervivencia

El deseo, especialmente el sexual, es crucial para la reproducción y continuidad de las especies. Esta emoción está presente en casi todos los animales y es impulsada por hormonas y neurotransmisores específicos. En aves como los pavos reales, se manifiesta a través de elaborados rituales de apareamiento diseñados para atraer parejas.

En los humanos, va más allá del ámbito reproductivo e incluye aspiraciones personales y metas individuales. Sin embargo, su base biológica sigue siendo similar a la de otros animales: garantizar la supervivencia como especie.

El juego: fuente de alegría y aprendizaje

Es una fuente de diversión pero también es vital para el desarrollo social y cognitivo. Muchos animales jóvenes juegan para aprender habilidades necesarias para la supervivencia adulta. Los cachorros de león practican técnicas de caza mientras juegan entre ellos; este comportamiento lúdico les prepara para enfrentar desafíos reales más adelante.

En los humanos, fomenta la creatividad y fortalece las relaciones interpersonales. Desde partidas amistosas de fútbol hasta videojuegos con amigos, sigue siendo una parte esencial de la vida diaria.