Madonna lleva su espiritualidad carnal al Sant Jordi de Barcelona
El público, molesto por la más de media hora de tardanza, manifestaba a gritos su descontento, hecha unas tres veces la ola para matar el tiempo. Y cuando el griterío arreciaba se apagaron las luces del Sant Jordi. Eran casi las 22:15 horas. Unas campanadas marcaban el inicio del espectáculo, protagonizado por un enorme botafumeiro movido por monjes con hábitos escarlata. Una cruz con las iniciales de Madonna presidía la escena, mientras otros tres religiosos emergían del escenario representando entonar unos salmos. Sólo faltaba un cura de verdad.
Pero en su lugar apareció ella, justamente lo contrario de un religioso. Girl gone wild atronó el recinto marcando la pulsión rítmica apropiada para que Madonna, negro total, pantalones ajustados, melena rubia, tacones, diese los primeros pasos por escena. De fondo, para mantener el toque espiritual ante tanta escena mundana, bailarines con torso desnudo moviéndose como para seducir a una novicia, la nave de una catedral protagonizaba la escena. Eran los primeros instantes del primero de los dos conciertos de Madonna en Barcelona, únicas paradas de su gira mundial en España.
Una gira más en la que espiritualidad, carnalidad y música de baile se hermanaron bajo la melena de la que aún puede considerarse la "ambición rubia".