Arancedo y la fiesta de la Trinidad

Este es la homilía de monseñor José María Arancedo con motivo de la fiesta de la Santísima Trinidad

Luego de celebrar la fiesta de Pentecostés como fruto esperado de la Pascua, la Iglesia contempla en este domingo la vida íntima de Dios. Contemplar el misterio de la Santísima Trinidad, es introducirnos con los ojos de la fe la intimidad de Dios. Esto es posible porque Jesucristo nos lo ha revelado. Él, como enviado por su Padre nos dice, que nos enviará al Espíritu Santo. Nuestra fe se apoya en Jesucristo él es: “el iniciador y consumador de nuestra fe” (Heb. 12, 2); él es el testigo fiel que nos habla de su Padre y nos promete el envío del Espíritu Santo.

No podríamos comprender desde una fe monoteísta esta realidad y riqueza de un Dios que se manifiesta Uno en tres Personas iguales en su divinidad. Si bien el obrar es común a las tres divinas Personas, hablamos del Padre como creador, del Hijo como redentor y del Espíritu Santo como santificador. El dirigirnos a cada una de las divinas personas en nuestra oración, nos permite enriquecer la fe y sentirnos objeto de su mirada personal.



Otro aspecto que nos revela la intimidad de Dios es su vida comunión. Esta verdad sobre Dios es el mismo Jesucristo quien nos la revela cuando nos habla de cómo debemos vivir entre nosotros, sus discípulos, y así formar la Iglesia. Por ello, la fuente y el modelo de la vida de la Iglesia no la debemos buscar en términos sociológicos comunes a una sociedad sino en la misma vida de Dios. Jesucristo en su oración, es quien nos dice: “Padre santo, cuida en tu nombre a aquellos que me diste, para que sean uno… Como tú estás en mi y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Jn. 17, 11. 21).

La comunión no es una estrategia en la vida de la Iglesia, sino expresión de fe en lo que ella es en su fuente y lo debe ser como ideal. Uno de los dramas más tristes en la Iglesia es el cisma, porque atenta, precisamente, contra la comunión. En la Iglesia, como en la vida de Dios, lo primero debe ser la unidad, la comunión, que no impide la diversidad sino que la reconoce y la necesita como un fruto del Espíritu Santo. ¡Cuánta riqueza de carismas presenta la vida de la Iglesia! La imagen de un “vitraux” nos puede ayudar a ver en la diversidad de imágenes y colores la belleza de la unidad.



En este Año de la fe puede ser útil detenernos a rezar y contemplar el Credo, en el cual se nos presenta la verdad de Dios y de la Iglesia. Este esquema del Credo es el que utiliza el Catecismo de la Iglesia Católica para desarrollar el contenido de la fe en sus cuatro partes: La profesión de la fe, lo que creemos; la celebración del misterio cristiano, los sacramentos; la vida en Cristo, la vocación cristiana y la vida moral; la oración cristiana, el Padre Nuestro. Les recomiendo una lectura pausada de este Catecismo para ir creciendo en nuestra vida de fe y poder razones de nuestra esperanza.

No podemos quedarnos con el recuerdo de un catecismo que hemos aprendido hace tiempo, hoy debemos profundizar el contenido de la fe para vivir la alegría de ser cristianos. El Papa Francisco les decía a los jóvenes: “no tengan temor de ser cristianos y a vivir como cristianos”, agregaría, a ser miembros vivos de la Iglesia. El contemplar el misterio de la vida de Dios ilumina nuestro caminar, porque nos descubre como hijos suyos, discípulos de su Hijo, Jesucristo, y animados por el Espíritu Santo.



Reciban de su obispo, junto a mi afecto y oraciones mi bendición en el Señor. Santo.