Los jóvenes iraníes ignoran las urnas

Apenas hay signos en Teherán de que las elecciones presidenciales vayan a celebrarse el próximo viernes. No hay ambiente electoral. Ni grandes carteles, ni banderolas, ni las ruidosas caravanas nocturnas de simpatizantes que en las últimas convocatorias daban a los jóvenes una oportunidad para expresar sus deseos y desfogarse. Las autoridades se han amparado en la crisis económica para evitar cualquier repetición de los sucesos de 2009. Desencantada, buena parte de la población duda si tiene sentido acudir a votar.

Solo en los dos últimos días, coincidiendo con el inicio de la campaña para las elecciones locales, que se celebran el mismo día, han empezado a aparecer carteles de los aspirantes a la presidencia aun así de pequeño tamaño.

“Es verdad que en Teherán hay menos carteles porque son caros y esta vez hemos preferido centrarnos en televisión e Internet”, explica Mohamed Mohamedi, responsable de prensa de la campaña de Mohamed Qalibaf, el actual alcalde de Teherán y uno de los tres favoritos.

Fue el líder supremo, el ayatolá Ali Jamenei, quien pidió a los candidatos que mostraran moderación en los actos electorales y gastos de campaña. Tampoco está habiendo mítines multitudinarios. En parte por la falta de carisma de la mayoría de los presidenciables, en parte para evitar que los sectores críticos con la deriva ultraconservadora del régimen aprovechen la ocasión para expresar su descontento.

La falta de actividad electoral tiene el inconveniente de que no ayuda a combatir la apatía que se ha instalado sobre todo entre los jóvenes desde que hace cuatro años sintieran que les habían arrebatado el voto. Los menores de 35 años suponen casi la mitad de los 52 millones de votantes.

“En las últimas elecciones, cuando preguntaba a mis alumnos, todos menos tres o cuatro iban a votar por [el líder opositor Mir-Hosein] Musaví. Ahora, solo tres o cuatro dicen que van a votar”, expone un profesor universitario.

Esos chicos y chicas nacidos tras la revolución de 1979 fueron uno de los principales factores del fenómeno reformista, primero con el apoyo a Mohamed Jatamí y, hace cuatro años, con el frustrado a Mir-Hosein Musaví. Ahora, el veto al expresidente Akbar Hachemi Rafsanyaní les ha dejado sin candidato y se debaten entre abstenerse o votar a alguno de los moderados, Hasan Rohaní o Mohamed Aref.

Algunos analistas defienden que si el voto reformista se concentra en Rohaní, este tendría posibilidades. Al menos, de forzar una segunda vuelta. De ahí que haya persistentes rumores de que Aref va a anunciar de un momento a otro su retirada.

“Rafsanyaní y Jatamí están hablando sobre ese asunto y esperamos que hagan un anuncio hoy”, responde Reza Salehi, uno de los miembros de la campaña de Rohaní cuando se le pregunta si el único clérigo en la carrera electoral se llevaría los potenciales votos de Aref.

Pero no está claro que los reformistas tengan una sola voz. Bajo esa etiqueta se agrupan desde disidentes que defienden la abstención como medida de protesta hasta reformadores moderados que aspiran a suavizar el sistema sin cambiar sus premisas básicas.

“Pensaba abstenerme, pero a la vista de lo que está pasando en Siria, voy a votar aunque sea en blanco; porque me da miedo que aquí podamos vernos en una situación así”, confía un empresario nacido justo el año de la revolución y que tradicionalmente ha votado reformista.

Quien sí se retiró finalmente ayer de la carrera electoral fue Gholam-Ali Hadad-Adel, consejero y consuegro del líder supremo. Hadad-Ali, que fue presidente del Parlamento, era uno de los cuatro candidatos principalistas, como se autodenominan los ultraconservadores que monopolizan el poder. Sin pedir el voto para nadie en particular, ha exhortado a la gente a que “observe los criterios del líder supremo”, lo que reduce las alternativas al ya citado Qalibaf o al jefe negociador nuclear Said Yalilí.

Ali Akbar Velayatí, el otro de los aspirantes principalistas que goza de las simpatías del líder, carece de tirón popular. Ayer no logró llenar la cancha deportiva Haft-e Tir, al sur de Teherán, donde había organizado un acto con mujeres. A pesar del entusiasmo de las animadoras que incitaban a corear “Velayatí apoya a los pobres”, “Velayatí apoya a la gente religiosa”, la audiencia parecía más preocupada de que sus niños se comieran los bollicaos que les repartían a la entrada.

“Estamos aquí porque nos han invitado, pero vamos a votar a Yalilí”, confiaron dos mujeres de mediana edad en referencia al actual jefe negociador nuclear, sin duda el favorito del ala dura del régimen.

Unas gradas más arriba, Mina Jadiye repetía lo mismo. Pero esta profesora de la Universidad de Teherán, perfectamente cubierta con un chador, reconocía que entre sus estudiantes resultaba más popular Hasan Rohaní, quien fue jefe negociador nuclear con Jatamí. “Estuve en un mitin suyo y la mitad eran clérigos y la otra mitad chicas guapas”, asegura la mujer con retranca.

El Consejo de Guardianes, el órgano que aprobó qué candidatos podían presentarse a las elecciones, desmintió ayer en un comunicado que fuera a descalificar a Rohaní. La víspera, la agencia semioficial Mehr había asegurado que el Consejo iba a vetarle por haber revelado información secreta sobre el programa nuclear durante el último debate televisado y por algunos eslóganes coreados en sus mítines.