Concha Buika: “Estoy en un momento de paz”

La cantante española acaba de editar un álbum ecléctico: de Billie Holiday a Fito Páez.

 “La primera vez que salí de casa, tenía 17 o 18 años. Desde entonces, no he parado. Y, últimamente, me he convertido en una nómade.”

Desde Madrid, recién llegada de una gira que la llevó por “Londres, Portugal, Israel y Francia”, Concha Buika despereza su voz, y le va sumando intensidad a un discurso que despliega sin filtros.

Pero imagino que tenés un lugar de residencia.

Mi casa está en Miami. Pero yo no tengo patria ninguna; o todas son mis patrias. Nací en Mallorca, pero allí me decían que era africana -N del R: su familia emigró a España desde Guinea Ecuatorial-, y en mi entorno africano decían que no lo era porque no hablaba el idioma ni había nacido en Africa. Al final, no sabía de donde era. Nunca lo supe. Convivo con esa profunda sensación, en el mundo del absurdo, de que si viene algo gordo y se tienen que salvar los de un lado o de otro, yo quedo en el medio. No tengo salvación.

La cantante larga una sonora carcajada que indica que, sin embargo, esa falta de referencia ya no parece ser un problema para la cantante. “Cuando era jovencita, me habría encantado tener un lugar en el que dijeran: ‘Eres nuestra’. Pensaba: ‘Coño, si para los de mi tierra no era de ellos y para los de mi origen tampoco lo era, entonces, ¿de quién soy?’ Una pregunta extraña que me transmitía la tristeza de no saber de quién era. Pero ahora, a los 41, ya soy una joven promesa y esas cosas no deben preocuparme”, bromea, y vuelve a reir con ganas.

O será que ahora sos de todos.

¡Claro! Al viajar he ido sintiendo amor, peligro, ansiedad, tristeza y alegría en tantos lugares que me siento a gusto en todos ellos.

Esa sensación se refleja con claridad en su nuevo álbum, La noche más larga, en el que sus propias canciones se mezclan con otras de Jacques Brel, Dino Ramos, Ernesto Lecuona, Billie Holiday, Fito Páez, Abbey Lincoln y Roque Narvaja, a las que les agrega su sello.

El repertorio del disco va de “Santa Lucía” a “Throw It Away”. ¿Cómo elegís los temas que grabás?

Hay canciones que, de repente, irrumpen como si fueran palabras que vienen a ayudarte. Eso sucedió con Throw it Away, que termina diciendo que ‘ lo que está pa’ ti, está pa’ ti’ . Como que tienes un camino abierto para la exposición de tus locuras. Y que como que no lo hagas, no lo va a hacer ni dios. Otras, como Santa Lucía, llevaban tiempo esperando que las grabara. La escuché de niña, mientras intentaba colarme en una verbena y quedé medio colgada, con el pantalón rajado. Era una época en la que era bastante rebelde, una mete líos.

No la debía tener fácil tu madre.

No. Además éramos como seis, en casa, y ella sola. Pero, con el tiempo, la música me atrapó e hizo de mí otra persona. Ahora estoy en un momento de mucha paz.

¿Qué es estar en paz?

Respirar sin miedo, cantar sin agobio, sin miedo, sin necesidad de recordar las melodías, o las letras. Pudiendo estar libre, al poder cantar lo que se te ocurre, al poder entender lo que está sonando a tu alrededor y tener una consciencia de ser un animal latiendo a puro pulmón, de ser un pura vida. Cada escenario me hace más fuerte, porque no soy víctima de la aprobación. Lo fui durante mucho tiempo; pero siento que siempre hay alguien que necesita escuchar lo que canto. No soy buscadora de tesoros; soy encontradora. No estoy ahí para alegrar a los que esperan, sino a los que encuentran.

Eso requiere una gran conexión con los músicos.

Lo más importante es tener esa conexión abierta hacia uno mismo. No se trata de que todo el mundo toque algo que te vaya bien, sino también de que sea como sea lo que oigas, sea una buena base para cantar. Aunque esté desorganizado, que le encuentres el orden; que tengas esa capacidad de poder escoger que eres libre en el momento que quieras, y no en el momento que se te otorgue. Es muy bonito eso, papi , de verdad. Cuando salimos al escenario, vamos improvisando muchas cosaas. Los shows son como el vino; tienen que estar vivos. Un show en el que cantas siempre lo mismo está un poco muerto. Y yo siento que cada lugar tiene una necesidad distinta. En algunos, cantas unas cosas, en otros, otras. Está todo en el aire.

¿Es algo que sentís recién cuado salís a escena?

No. Es algo que se siente apenas bajas del avión. Desde que llegas al aeropuerto, al ver cómo son las sonrisas, al ver la mirada ajena, cómo son los sabores, cómo es luego la gente que hay a tu alrededor, todo el tiempo.

¿Qué te pasa, en ese punto, cuando llegás a Buenos Aires?

Buenos Aires es un lugar que no plantea dudas. Llegas allí, y lo que ves es lo que hay. No hay trampas. Quien se te acerca, se te acerca de frente. Yo estoy allí y me sorprendo haciendo cosas como cantar en una zapatería, porque los dueños me han comenzado a preguntar cosas, no me han creído que era cantante y me dijeron que me cantara algo. Hay mucha verdad.

¿Pasaste la gorra?

Jaja. ¡No! Mira, la última vez que estuve allá, iba para hacer una presentación en el Gran Rex, y me quedé todas las navidades. De pronto, hicimos mucha amistad con las chicas que se encargaban de nuestra habitación del hotel, con gente maravillosa de la organización, y estaba tan a gusto que me quedé. Además, hacía mucho calorcito y se estaba muy bien.

Eso, en parte se puede entender porque compartimos un idioma y porque la conexión entre España y la Argentina es, por historia, muy fuerte. Pero, ¿qué pasa cuando vas a lugares como Suecia, Austria o Japón, con los que no existen esos lazos? Vi que hay lugares como exóticos. ¿Qué entienden?

Curiosamente, hay sensaciones de exaltación y de emoción en los momentos de poesía, cuando se te retuerce el cielo de la boca, tanto en Pekín con en Buenos Aires. Es una cosa muy mágica. No sé si es la melodía, la entonación; pero de alguna forma te están entendiendo. Están entendiendo el sentir, la emoción. No sé exactamente qué, pero es fantástico.

Pienso en una de las cosas que dijiste durante tu última presentación en Buenos Aires -“siento calor en mis dos bocas”- y me pregunto cómo entendería eso un sueco, por ejemplo.

Es que, ¿sabes qué pasa? No sé por qué digo lo que digo, cuándo lo digo y dónde lo digo. En ese momento, estoy como en un limbo. Y luego me da mucha rabia, porque me tengo que hacer responsable de lo dicho y de lo cantado sin saber por qué lo dije. Entonces, el compromiso que hice conmigo, para continuar, es que no escucharía ni vería esas imágenes, por la vergüenza que me puede dar. No me quiero enfrentar a eso, porque no soy responsable de adónde te lleva lo que yo hago en el escenario. Yo sé de dónde viene en mí, pero no sé adonde va en ti. La música es tan poderosa que abre la caja de Pandora, la habitación de tus secretos. Yo no sé hacia dónde está yendo, qué te está provocando; luego, no sé que contestar. Me siento muy prisionera en esos momentos. Es muy injusto.

¿Qué sucede cuando entrás a grabar en un estudio, donde todo ese contexto no existe y toda esa intensidad desaparece?

Sabes que me pasa, pipi: que cada vez que escucho música, el lugar se convierte en un espacio tremendamente caluroso. Soy adicta al sonido. Soy un animal. En cuanto oigo notas, siento que estamos en el sitio. Me encanta dibujar paraísos y vivirlos. Para mí no hay canción fea ni hay canción tal. Si me dejan participar yo me lo paso tetas.

Supongo que esa posibilidad de improvisar de la que hablás fluye con naturalidad cuando hacés tus canciones. En el caso de los temas de otros, ¿tomás como base alguna versión original?

Mi problema es que yo canto por el recuerdo. Y lo que no recuerdo, pues…me lo invento. La melodía siempre está ahí para acompañarte. Es una manera que tengo de cantar. De lo contrario, tendría que ver la posibilidad de escuchar todas las versiones. Pero en vez de fiarme de lo que está escrito en los libros o grabado en los discos, me fío más de toda la historia que llevamos escrita como artistas. Ahí encuentras momentos ya vividos, o que por ahí estamos viviendo. Entonces, la frase “quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer mi corazón” es un mantra, papi. Yo le doy las gracias a Dios que ese señor escribiera eso en su momento. Hoy en día es una frase que pronuncio y hace que me sienta fuerte otra vez.

¿Cómo es ser nómade con un hijo de 14 años? ¿Viajás con él o lo vez a cuentagotas?

Es gran nómade, como yo. Cuando está libre del colegio, viaja. Y si no, vuelvo a verlo. Y como su papá es tremendo loco también, nos la montamos bien entre los tres.

No podría ser no loco…

(Tercera carcajada) ¿Sabes qué? Nosotros decidimos que sabíamos que no nos íbamos poder a fugar hacia los caminos de búsquedas de libertades, porque son búsquedas complejas. Yo tenía poco tiempo de vida, y pensé: eso de buscar la libertad no lo voy a hacer porque soy demasiado dependiente. Dependo de que haya alguien, de que me acaricien, de que me quieran. No soy de buscar libertades. Soy de tener la llave de mi celda. Resolvimos que en nuestra relación de padre e hijo y esas cosas no iba a entrar ni juez ni familiar ninguno. Que iba a ser una locura propia por derecho universal; y nos la montamos bien.

Cada uno tiene su llave.

Claro. Y ahí estamos los tres, luchando por entender esta vida de locos. De esa manera, nos dimos cuenta de que podíamos vivir sin esas normas que nos hacen a veces tremendamente sociales, como pelearnos, discutir, no entender que uno se enamore de otra persona. Entonces, resolvimos quitarnos todos esos miedos impuestos a veces (no lo digo con maldad) por el amor de otro. Y nos dimos cuenta de que los pocos miedos que teníamos eran miedos amigos. Como el miedo a perdernos.

Un invitado de lujo

En “La noche más larga” se da la coincidencia de que hiciste “Throw It Away”, que en su versión original, su autora, Abbey Lincoln grabó con Pat Metheny; quien ahora te acompaña en un tema tuyo: “No lo sé”. ¿Cómo llegó Pat a tu disco?

Llegó por esa magia que tiene la vida, que te hace conocer y vivir cosas que no esperabas. No sé qué pasó. Mi manager me preguntó con quién quería colaborar. “Pues mira”, le dije, y le di tres nombres: “Michael Jackson, Lola Flores o Pat Metheny.” Jajaja…y el hombre, que es holandés y no entiende el sarcasmo latino, se puso a buscar al único que pensó que era posible, y lo encontró. Es un crack, el tipo, al que cuando se conectó con Pat, se le coló esa canción. Y, de repente, estaba en el estudio con mis locuras y el maestro me escribió un mail diciendo que le encantaba ese tema mío que había mal grabado en piano, al que le había sumado un bajo, pero que no era supuesto a estar en ningún disco, por el momento. Y agregó que le gustaba mucho mi manera de cantar y de componer, y que quería participar. Fue una semana maravillosa, trabajando con él. Yo estaba en el cielo.