Cultura - ensayo

Viernes 03 de Diciembre de 2021 - 11:25 hs

De Borges al origen del asado: la historia de la cocina argentina

El nuevo ensayo histórico del periodista e investigador Daniel Balmaceda rescata costumbres y platos emblemáticos desde el Virreinato del Río de la Plata hasta la actualidad.

Balmaceda lleva varios libros publicados sobre el origen de las palabras, la cocina y los romances de la historia argentina. Foto: Alejandra López.

En su nuevo libro “Grandes Historias de la Cocina argentina” el historiador Daniel Balmaceda retoma su investigación sobre los alimentos y los hábitos de los argentinos a la hora de sentarse en la mesa, y rescata historias y datos curiosos, entre ellos uno que desmitifica una de las postales más emblemáticas de las reuniones familiares: mucho antes de que los hombres se adueñasen de los asados y de los aplausos, las encargadas de seleccionar los cortes, prender el fuego y lograr el punto justo de cocción de achuras y carnes eran las mujeres.

El ensayo que acaba de editar Sudamericana recorre la pasión de San Martín y Juan Martín de Pueyrredón por el café, la de Sarmiento por el pepino, la de Borges por el sushi, el interés de Bernardino Rivadavia por la miel de abeja y la historia del jinete vegetariano que llegó a caballo a Buenos Aires desde Mendoza para promocionar las virtudes de una alimentación basada en manzanas y pan.

Pero además el texto tiene un anexo con una compilación de recetas de todos los tiempos que van desde la salazón de jamones del romano Catón, que vivió en el siglo II antes de Cristo a la pizza napolitana “al uso” de la actriz Sofía Loren, pasando por los caballitos de batalla de cocineras célebres como Petrona C. de Gandulfo y Julia Child y los platos más entrañables de las familias patricias argentinas, cuyos secretos de elaboración pasaban de generación en generación.

Daniel Balmaceda ya había incursionado en los hábitos culinarios vernáculos en “La comida en la historia argentina” pero también exploró la idiosincrasia nacional a partir del origen de ciertas palabras y expresiones características del español rioplatense y enfocó hechos insólitos y romances turbulentos del pasado patrio.

Sobre el valor de los hábitos a la hora de sentarse en la mesa para describir el ser nacional, la existencia de una cocina patria y las costumbres culinarias de las grandes personalidades argentinas conversó Daniel Balmaceda con Télam. A continuación, los principales tramos de esa entrevista.

— Ya escribiste “La comida en la historia argentina”, ¿es “Grandes historias de la cocina argentina” una continuación?

-Daniel Balmaceda: En realidad, “La comida…” se ocupa principalmente de la comida y éste apunta más a la cocina, a la mesa y a las costumbres en torno de esto. Es una segunda parte pero está mucho más enfocada en la preparación de los platos y en la forma de presentarlos El anterior apuntaba más bien a cómo se fueron insertando los alimentos.

— Trabajaste con los romances de la historia y ciertas expresiones que los argentinos sumamos al español, ¿creés que la cocina aporta otra perspectiva para ver la historia, si se enfocan, por ejemplo, la pasión por la comida que tenía el presidente Roberto Ortiz que era diabético y debió renunciar a su cargo a pesar de que durante su presidencia se le cocinaban platos especiales para las comidas oficiales?

— D.B.: Sin duda la comida influyó en muchos momentos de la historia. El de Ortiz es un ejemplo, pero también hay que tener en cuenta los problemas gástricos que tenía San Martín, una persona que solía comer de pie y vivía de campaña. Es cierto que participó de varios banquetes y comidas oficiales. Pero también el gobierno de turno debía intervenir en cuestiones relacionadas con los alimentos, como por ejemplo decidir si se iniciaba la temporada de duraznos, cuando ya estaban maduros y dulces, listos para ser consumidos. Era incumbencia del Cabildo también la degustación de la leche para constatar si no estaba diluida o “bautizada” como se lo llamaba entonces.

Después también es importante destacar los momentos históricos en los que la comida estuvo presente. Recuerdo un encuentro de un oficial inglés durante las Invasiones Inglesas invitado a comer a la casa de otro oficial de Buenos Aires en el cual ofició de traductor Manuel Belgrano. La celebración de San Martín cuando venció a los realistas en San Lorenzo en un almuerzo en el convento. A su modo, la asunción del Virrey Vértiz fue un antecedente de la Feria Masticar en los que la gente va de un lado al otro probando comida. Para festejar que el Río de la Plata tenía su primer virrey en 200 años de historia se organizó una gran comilona, un banquete en el que se pusieron mesas con comida y bebida y todos los vecinos participaron.

— En el libro documentas las distintas vertientes de cocina que llegaron a la Argentina, entonces, ¿existe un plato típico nacional, o son adaptaciones de preparaciones foráneas?

— La cocina del territorio argentino tiene mucha influencia quechua, del Norte. Era una culinaria tradicional que terminamos simplificando en locro, empanadas y carbonada. Pero después se transformó a partir de las oleadas migratorias y allí se generó una cocina diferente. Llegaron la pizza, el corte de papas que no era habitual. Se incorporaron distintos alimentos y las corrientes de inmigrantes se fueron mezclando en los conventillos, donde vivían cocineros de distintas nacionalidades, y todos trabajaban en conjunto.

— Contás algo muy curioso, que la colaboración literaria tan fructífera entre Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares comenzó en terrenos culinarios…

— Sí. Ellos se conocieron en la casa de Victoria Ocampo y se hicieron amigos inmediatamente, a pesar de que Borges le llevaba como 14 o 15 años a Bioy. Entonces un tío de Bioy Casares que manejaba el tambo La Martona le pidió a él que era el escritor de la familia un folleto para promocionar las virtudes de la leche cuajada. Entonces Bioy entendió que era una buena oportunidad de trabajar con Borges y ayudarlo ya que sabía que tenía problemas económicos. Parece que se divirtieron mucho haciéndolo y en ese folleto aparecen cuatro recetas para hacer con leche cuajada y hoy, los pocos que andan por ahí, son un tesoro para los coleccionistas.

—En tu libro contás que las mujeres no solían participar de las comidas en los lugares públicos…

— No. Hay registro de una comida que organizó Lola Mora cuando inauguró una muestra y fueron solo hombres. Sucedía que quizás una mujer tenía que buscar a su marido en el restaurante o el café y no podía ingresar, tenía que pararse en la puerta y pedir que lo buscasen. Las familias empezaron a entrar a estos lugares públicos cuando surgieron los hoteles con comedor en los lugares de veraneo. Entones se organizaban comidas importantes y participaba toda la familia. Luego surgieron los salones familiares en confiterías y cafés para que los hombres no se sintiesen invadidos.


— Sin embargo, las instrucciones para hacer el asado estaban dirigidas a las mujeres, ya que las primeras asadoras fueron las damas.

— Claro. En el siglo XIX había asadoras. Los hombres preparaban asado cuando estaban en campaña o en medio del campo, de viaje. Pero sino, la cocina era cosa de mujeres y los varones se dejaban atender. El hombre comenzó a ocupar el espacio de asador pisando el siglo XX.

—Respecto del asado registrás una historia que rastreó Claudio Valerio, un historiador de la localidad de Campana: que el corte más emblemático de la Argentina, el asado de tira, era en realidad un desecho.

— La carne con hueso era el descarte ya que cuando surgió la posibilidad de exportarla a Europa en los buques o barcos frigoríficos en Inglaterra, que era el principal comprador querían sin hueso. Entonces se descartaban las tiras de asado que los propios empleados asaban ahí mismo en el frigorífico o se llevaban para comer en sus casas.

—Como complemento del asado surgió otro gran invento argentino, la provoleta.

— Por supuesto. Fue idea de Natalio Alba, un calabrés afincado en Córdoba cerca de Villa María en la década del 40 del siglo pasado. Buscaba un queso parrillero que se dorase y pudiese sostenerse frente al calor de las brasas. Hizo distintas pruebas y se convenció de que lo ideal era la próvola, hecha de provolone. Incluso ganó premios internacionales por esa variante de queso.

 

Fuente: Télam