Sin comunicado ruidoso ni foto de despedida, Jerónimo Dómina ya dejó de ser jugador de Unión. Libre, sin ataduras, listo para emprender su siguiente paso: firmar con Cádiz, de la Segunda División de España. La noticia cayó como una cachetada en López y Planes, aunque puertas adentro sabían que este final estaba más cerca que nunca.
La historia, que arrancó con promesas y proyección, se fue enrareciendo con el correr de los meses. Tensiones, decisiones personales, cambios de representantes y una convicción inamovible del delantero: irse a Europa. Nada la quebró. Ni las charlas internas. Ni la ilusión de Luis Spahn, que hasta el último minuto intentó convencerlo de renovar. La puerta ya estaba entreabierta y Dómina solo la empujó.
La última escena fue casi simbólica. Unión recibió un ofrecimiento de “resarcimiento” que cayó pésimo en la dirigencia: unos 100.000 dólares que, según cuentan, molestaron más que lo que aportaban. Y aun así, no había mucho más por hacer. El club, como marca el reglamento, cobrará los 400.000 dólares por derechos de formación que deberá pagar quien lo contrate. Legalmente correcto. Deportivamente, insuficiente para un jugador que el hincha veía como una apuesta de futuro.
El cierre dejó gusto amargo. No hubo agradecimientos, ni gestos, ni una salida prolija. Dómina eligió su camino, Unión quedó con la sensación de haber perdido más de lo que recibió y el hincha mira todo desde lejos, entre bronca y resignación. Así termina una relación que alguna vez prometió ser importante. Sin épica, sin romance. Apenas un portazo y la certeza de que el fútbol, a veces, se escribe con finales que nadie quiere escuchar pero todos ven venir.