Interesante cómo se presenta la noticia y cómo la consume el gran público : “Trump reconoce que Jerusalén es la capital de Israel y decide que la embajada de EEUU resida allí”. Un escándalo. El loco de Trump patea el tablero y rompe el equilibrio de paz que trabajosamente se estaría forjando en Medio Oriente. Condenas en todo el mundo. Israel otra vez hace de las suyas: atropella al sufrido pueblo palestino.
¿Es así? Más o menos. Y en ese “más o menos” se juegan muchas cosas, incluso la verdad. En primer lugar, Trump no inventa nada nuevo. En 1995 el Congreso norteamericano decidió declarar por una mayoría abrumadora de votos que Jerusalén es la capital de Israel y allí debe funcionar, por lo tanto, su embajada.
La disposición incluía una suerte de exención que permitía al presidente postergar esa aplicación por seis meses. Durante más de dos décadas y a un promedio de dos veces por año, los presidentes norteamericanos, demócratas y republicanos, firmaron esta exención. Esta vez Trump no lo hizo. Eso fue todo. Nada más y nada menos
Lo más interesante en este tema son los Demócratas. El jefe de la bancada Demócrata, Church Schumer, fue quien habló de una Jerusalén indivisa, mientras que Trump dejó abierta la posibilidad de una negociación respecto de Jerusalén Oriental.
¿Trump negociador y los Demócratas halcones? Todo es posible en este siglo XXI y en la enrevesada política de Medio Oriente.
La otra pregunta a hacerse es la siguiente: ¿Israel tiene derecho a reclamar la ciudad de Jerusalén como su capital? Por supuesto que lo tiene, como lo tiene todo estado soberano que merezca ese nombre. Hay razones históricas y religiosas que así lo avalan, pero hay sobre todo razones de hecho y de derecho. En principio, en nombre de los hechos consumados, en Jerusalén funcionan desde hace rato el parlamento israelí, el Tribunal de Justicia, todos los ministerios, menos el de Defensa, y el grueso de su burocracia estatal. En cualquier parte del mundo, la ciudad de un país en el que están todas estas instituciones es, al mismo tiempo, su capital. De hecho, los países de Medio Oriente y la comunidad internacional no discuten que Jerusalén Occidental pertenece a Israel.
¿Hay problemas limítrofes? Claro que los hay, pero ello no inhibe el derecho de Israel a considerar a la ciudad de Jerusalén su capital, como lo enseña la historia y como lo dice la Biblia, designación –dicho sea al pasar- que no está en el Corán.
¿Hay más problemas? Muchos. Jerusalén estuvo ocupado por Jordania hasta 1967. Ese año y en la llamada “Guerra de los seis días”, Israel ganó Jerusalén y expulsó a los jordanos.
Los organismos internacionales reconocieron que el lado occidental pertenecía a Israel pero el lado oriental estaba en litigio más allá de la ocupación militar israelí. Conviene recordar que en una de las tantas negociaciones con los palestinos, Israel admitió que el sector oriental fuera palestino. Arafat rechazó la propuesta más amplia y generosa hecha por los sectores progresistas de la política israelí, tal vez porque su problema no es la existencia de tierras ocupadas, sino al existencia misma de Israel. “Judíos al mar”. sigue siendo la consigna preferida de los compañeros palestinos
¿Qué va a pasar? Por lo pronto, la embajada de EEUU en Jerusalén no se construirá mañana. Llevará su tiempo y sus negociaciones. En lo inmediato, Hamas y las bandas terroristas islámicas prometerán el infierno. De hecho, Hamas declaró que Trump con esta decisión abrió las puertas del infierno. Al Qaeda se ha pronunciado en términos parecidos. ¿Algo diferente a lo que ya se conocía? ¿O alguna vez dejaron de prometer el infierno para los judíos?
Los actuales aliados de Israel en la región: Egipto Jordania y Arabia Saudita, es probable que protesten en voz alta pero no muevan un dedo porque, por razones económicas y a atendiendo la ferocidad del enfrentamiento entre chiítas y sunnitas, preferirán seguir negociando con Israel que aliarse con quienes ahora son sus enemigos jurados.
En definitiva, y más allá de la espectacularidad de los anuncios, no hay nada nuevo bajo el sol. Israel tiene derecho a designar la ciudad capital que más le convenga y, al mismo tiempo, queda abierta la posibilidad de negociar la titularidad de Jerusalén Oriental bajo el principio establecido por Clinton en su momento: una sola ciudad para dos pueblos y dos estados.