Opinión - CRÓNICA POLÍTICA

Domingo 08 de Abril de 2018 - 09:07 hs

La privilegiada corrupción de los poderosos

La opinión del periodista Rogelio Alaniz sobre los últimos sucesos políticos en Latinoamérica.

 

Semana complicadita para los ex presidentes. Lula da Silva en Brasil y Ollanta Humala en Perú. Lo novedoso en este caso lo presentan los jueces decididos a sancionar a funcionarios que ejercieron las máximas responsabilidades del poder. Lo previsible fueron las respuestas: “Es una persecución política”. Notable. Los sorprenden prácticamente con las manos en la masa, los juzgan por delitos que comparados con otros de los que se tiene conocimiento, son menores, disponen del privilegio de no ir presos y, sin embargo, ni el más mínimo rubor tiñe su rostro para decir que es un perseguido político.

Lula supone que sus triquiñuelas de dirigente sindical tramposo le alcanzan y le sobran para presentarse como víctima y zafar. No concibe que la justica puede alcanzarlo. Justamente él, abanderado de la izquierda latinoamericana, convencido, además, que esa condición de izquierdista opera algo así como un fuero, una suerte de inmunidad a sus prolongadas y jugosas corruptelas   

Más interesante son las reacciones de sus seguidores. Dicen lo mismo que Lula pero gratis. Lo que para Lula es un negocio, para ellos es una causa. Según sus más exaltados seguidores, Moro es un juez al servicio de la oligarquía y el imperialismo. Espléndido. Cuando los jueces en Brasil investigan a algún político de derecha, se hace justicia, pero cuando los mismos jueces investigan a los “compañeros” del Partido de los Trabajadores, se transforma en un encarnizado enemigo del pueblo.

Algunos detalles merecen mencionarse de estos procesos. Lula condenado a nueve años de prisión no va preso. Seguramente habrá razones procesales o, como lo confesara el propio Moro, “de prudencia”. Lula no es un brasileño más…es…Lula…curiosamente el abanderado histórico de un Brasil más igualitario. Igualitario para los otros, menos para Lula, a quien le corresponde el beneficio de la libertad cuando por la mitad de esos delitos un brasileño común hace rato que hubiera estado entre rejas.

El otro “detalle” es el apoyo popular que dispone. Lula es el candidato con más votos para las elecciones del año que viene. Está claro que para los militantes “ideológicos” las imputaciones que les hace la justica son falsas y proviene de los enemigos de la revolución. Pero seguramente la mayoría de esos votos cree sinceramente que Lula fue un buen presidente, un presidente que se acordó de los pobres y mejoró su condición social.

A esas adhesiones, la corrupción de Lula por lo general no les importa. ¿Los pobres son agradecidos? Puede ser. Incluso, aunque  los destinatarios de esos agradecimientos no se lo merezcan. Agradecidos pero crédulos, diría Borges. “El crédulo amor de los arrabales”.

Y un sociólogo sostendría que muchos de ellos proyectan hacia el poderoso retazos, fragmentos de la cultura autoritaria que padecieron y en la que se formaron desde su infancia: Lula roba y hace bien en hacerlo, murmura. Él puede hacerlo porque es él.

Además…–piensan- …además…si nosotros estuviéramos en su lugar haríamos lo mismo. “Antes robaban los ricos, ahora robamos los pobres”, sería la consigna. Lula entonces nos representa. Es nuestro. Sus millones, su estilo de vida también nos representa. “Viva el Lula ladrón”, falta que salgan a pintar en las paredes de las favelas. Si es que ya no lo están haciendo.

Un  siervo de la gleba no sería tan sumiso. El contrato populista se forja en esta relación premoderna, en esta relación fundada en el sometimiento ritual, visceral al poderoso, al líder, al conductor, al Jefe. “¡Que lección para los pueblos”, escribe en “Campaña del Ejército Grande”, un Sarmiento asombrado cuando percibe que esos soldados que padecieron, sufrieron y dieron la vida por un Rosas que nunca retribuyó su entrega incondicional, lo siguen amando y están dispuestos a dar su vida por ese Restaurador.   

Lo que vale para Brasil y Perú también vale para la Argentina. Milagros Sala está presa y está bien presa. Su ascendiente lugareño, su influencia sobre los pobres no le alcanzó para eludir la justicia. “Se la agarran conmigo porque soy una pobre india”, dicen que dijo. Y efectivamente, comparada con Cristina, De Vido, el Morsa Fernández o Boudou, es una pobre india. A ella le alcanza la justicia; pero a la Ella con mayúscula, no. Tal vez una de las injusticias más flagrante de nuestra justicia criolla sea que Sala esté presa y Cristina en libertad.

“Así es la vida, así es el mundo, así es el poder”, dirá un pragmático o un resignado. Puede que sí. Puede que efectivamente en el mundo la vara para medir a los poderosos sea diferente a la que se usa para medir al común de los mortales. Después de más de dos siglos de la revolución francesa, no deja de ser una certeza algo melancólico que debamos arribar a estas conclusiones que se nos presentan como definitivas: los poderosos no pagan.

Supongamos que en homenaje al realismo debamos consentir esa injusticia. Ahora bien, ¿es necesario, además, que debamos consentir que los líderes de la causa kirchnerista se presenten como los abanderados de la justicia y la igualdad? ¿Es justo que quienes disfrutan de los beneficios del poder, quienes usan y abusan de esos beneficios, agreguen a su currículum el privilegio de considerarse perseguidos por la justicia, o víctimas de la conspiración de la sinarquía internacional?

Cristina es en la actualidad la dirigente opositora con más votos. Es así. Su adhesión popular no la inventó Macri, en todo caso Macri intenta aprovecharse de ella con resultados a que a decir verdad, son inciertos. Guste o no, en provincia de Buenos Aires Cristina dispone de una adhesión que araña el treinta por ciento y para algunos lo supera con generosidad. A esos votos les importa tres pitos que la Señora sea corrupta. O no lo creen; o si lo creen, no les interesa.

El contrato populista acá también funciona a la perfección. Si Ella roba hace bien en robar. Para eso es la Jefa, para eso es Ella. Pero en el caso kirchnerista hay un detalle que debe destacarse: sus adhesiones empiezan y terminan en el Conurbano bonaerense. En el resto del país el kirchnerismo es una expresión casi minoritaria. Interesante. Los votos de Cristina provienen de la zona más violenta y más corrupta de la Argentina. Allí, donde el narcotráfico, la ocupación ilegal de tierras, la inseguridad, las formas de explotación mas salvajes están a la orden del día, Cristina es popular. Barras bravas, punteros, porongas, policía corrupta, economía informales asentadas en la explotación de mano de obra semiesclava, son algunos de los datos que caracterizan a este territorio en donde tal vez no por casualidad el peronismo gobernó y gobierna desde hace décadas.

Alguien dirá que es previsible y hasta justo que el peronismo allí sea mayoritario porque es la fuerza política que se ocupa de los humildes. Que el peronismo tiene ascendiente sobre los humildes es una verdad que no se puede desconocer. Lo que merece discutirse es si a ese ascendiente el peronismo lo  usa para transformar la realidad o para consolidarla en sus líneas más oscuras, injustas y sórdidas.

Tal como se presentan los hechos resulta claro –con el kirchnerismo en particular resulta claro- que ese ascendiente popular solo puede funcionar a condición de que todo quede como está, que los pobres sigan siendo pobres, crédulos, resignados y sometidos. Pero sobre todo, que a esas mayorías “educadas” en los rigores de una vida despiadada la legalidad les resulte indiferente. Dicho con otras palabras: quienes viven del saqueo, el secuestro extorsivo, la explotación semiesclava, el narcotráfico, las ocupaciones ilegales, está claro que no pierden el sueño por contar con una jefa o un jefe político que en otra escala y con otros privilegios hacen más o menos lo mismo que ellos hacen todos los días.          

 

Fuente: ROGELIO ALANIZ