Los científicos tardaron décadas en descubrir que los clorofluorocarbonos (CFC-11) estaban creando un enorme agujero en la capa de ozono y fueron prohibidos. Ahora, un nuevo aumento en los niveles de estas sustancias químicas hace pensar que alguien está haciendo trampa.
Estas sustancias químicas son combinaciones de flúor, carbono y cloro que se usaban de refrigeración en frigoríficos viejos, aerosoles y solventes.
Las moléculas CFC-11 son suficientemente robustas como para alcanzar intactas la parte superior de la atmósfera. Una vez allí, la poderosa luz ultravioleta del sol las destruye, liberando el cloro y provocando que el ozono se deshaga.
El problema es que el ozono filtra los rayos solares más dañinos. Si la liberación de CFC-11 no se hubiera controlado, la cantidad de radiación ultravioleta que alcanza la superficie de la Tierra podría haber aumentado hasta en un 100%, lo que habría causado quemaduras de sol extremas y cáncer de piel.