La pregunta por el millón que nos hacemos quienes seguimos de cerca los acontecimientos políticos, es acerca del futuro del gobierno, no su futuro lejano, sino el próximo. Dicho con otras palabras, en esta pregunta está siempre latente si el actual gobierno llega a 2019 o no; si se repite lo sucedido con Alfonsín o De la Rúa o si, por el contrario, se rompe con esa suerte de maleficio histórico.
Las respuestas a estos interrogantes son sintomáticas: los seguidores del gobierno estiman que no sólo se llega a 2019, sino que se continúa cuatro años más por lo menos; los opositores se cuidan de no decir en voz alta que el “helicóptero” como maldición es el destino que le aguarda al gobierno, pero es lo piensan y, en más de un caso, no pueden disimular su deseo de que así sea.
En todas las circunstancias, el denominado optimismo de la voluntad es el que se impone. Sin embargo, no hay ninguna ley ni existe ningún libreto escrito de antemano que asegure el éxito de este gobierno o su fracaso, porque un destino u otro depende de una serie de condiciones e incluso de imponderables. No, no son nuestros deseos lo que nos distinguen en la actual coyuntura, sino el hecho descarnado y de alguna manera casi obvio acerca de la naturaleza de nuestras disquisiciones y especulaciones. En efecto, sólo en un país con una crisis institucional crónica y una cultura política que subestima el valor de las instituciones, puede dar lugar a que el interrogante que merodea con insistencia la actual realidad política sea si este gobierno llega o no a 2019.
La reciente crisis cambiaria y las amenazas de paros generales, piquetes y sucesivas movilizaciones parecen actualizar estas dudas. La inflación más seria y más lesiva que soportamos diariamente los argentinos gira alrededor de las expectativas desestabilizadoras que se alientan. Cada conflicto, es la antesala de la crisis terminal; cada movilización, es el anticipo de la toma del Palacio de Invierno; cada paro, el anuncio de la próxima huelga general.
Motivos siempre hay para justificar estos actos. La Argentina, como cualquier país en el mundo tiene problemas, muchos heredados y otros provocados, pero lo que diferencia a una sociedad de otra y a una clase dirigente de otra, no es que tengan más o menos problemas, sino el modo de vivirlos y la voluntad de resolverlos.
Nosotros, los argentinos, está claro que hemos preferido las salidas dramáticas y las soluciones trágicas. El populismo criollo en ese sentido es una escuela modelo de aprendizaje de libretos devenidos en culebrones tropicales con sus “planes de lucha”, que no son planes y mucho menos “lucha”; con sus movilizaciones “espontáneas” a través de ómnibus y camiones alquilados y promesas extorsivas de planes sociales; con sus eternos planteles piqueteros realizados “casualmente” y con exclusividad en la ciudad de Buenos Aires para asegurarse que las cámaras de los detestables medios de comunicación los publiciten por todo el país al estilo cómico.
Aborto: un debate que llegó para quedarse
La próxima semana en la Cámara de Diputados se vota a favor o en contra de la despenalización del aborto. Según mis informantes, la propuesta a favor del derecho a interrumpir el embarazo pierde, por pocos votos, pero pierde. Era lo previsible. Habrá que ver en el futuro inmediato qué ocurre cuando se debatan las reformas del Código Penal, pero sin ánimo de alentar consuelos livianos, digo que lo que se obtuvo en estos últimos meses es muy valioso, como fue muy valioso que este gobierno con las tribulaciones y, si se quiere, las picardías del caso, haya habilitado el debate e incluso el presidente Macri haya prometido que no vetaría lo que se decidiese.
A las opiniones de legisladores se sumaron intelectuales, profesionales y dirigentes de la sociedad civil. Un tema tabú; un tema que inspiraba miedo y vergüenza y se pronunciaba en voz baja, se expuso ante la sociedad con sus luces y sombras. El tema, a nadie se le escapa, es controvertido. No hay una sola opinión y, mucho menos, una opinión mayoritaria. Superando prejuicios y animosidades, admitamos que hay razones atendibles de un lado y del otro. Pero gracias a lo ocurrido en estos meses, algunos prejuicios se han disipado.
Por lo pronto, quedó claro que nadie está a favor del aborto, sino que de lo que se está a favor es de su penalización o despenalización. Nadie estima que el aborto sea un episodio menor en la vida de una mujer, pero lo que se discute es si esa mujer en el ejercicio de su libertad decide interrumpir el embarazo, puede hacerlo.
Con ley o sin ley, las mujeres que así lo estimen seguirán interrumpiendo sus embarazos: las que dispongan de recursos con más garantías; y las pobres, corriendo los riesgos de la pobreza, porque en todos los casos -importa saberlo- la ausencia de una legislación perjudica a los pobres y, en particular, a las pobres mujeres que deciden abortar.
Conclusión: más allá de lo que decida el Congreso, el debate ya está abierto y tengo para mí que en algún momento la Argentina podrá disponer de una legislación en sintonía con los países más avanzados del planeta, países a los que resulta muy difícil acusarlos de asesinos de embriones o de niños por nacer.
Recordemos al respecto, que en un tema como el divorcio vincular -no idéntico, pero desde el punto de vista de los dogmas y prejuicios, muy parecido al del aborto- los argentinos tuvimos que esperar más de ochenta años hasta contar con una ley de divorcio. Espero que con el aborto todo sea más breve. De todos modos, se sabe que no resulta fácil y mucho menos cómodo remar en contra de la corriente cuando, como le dijera alguna vez el Quijote a su fiel escudero: “Sancho, con la Iglesia hemos topado”.
Los papelones de la AFA
La AFA parece que está decidida a no privarse de nada en materia de papelones. Desde su elección de autoridades, pasando por una suerte de manual de sexo a la rusa, hasta la suspensión del partido de fútbol con Israel, el señor cuñado de Moyano no escatima esfuerzos para transitar del grotesco al ridículo y de la ignorancia a la torpeza.
Lo del partido suspendido con Israel no tiene nombre. No hace falta ser “muy leído” para saber que Medio Oriente es un polvorín y que organizar un partido en esas latitudes es correr el riesgo de comprar problemas gratis, aunque esa gratuidad se haga en nombre de tres millones de dólares que a un cuñado de Moyano nunca le vienen mal.
El señor Tapia también debería saber que en ese polvorín de Medio Oriente se mueve como pancho por su casa el terrorismo musulmán, que ha demostrado no tener ningún problema en cargarse al más pintado que se le cruce en el camino, incluso, aunque ese pintado se llame Lionel Messi.
Después están las picardías de Netanyahu de trasladar el partido desde Haifa a Jerusalén con el objetivo de legitimar la presencia de Israel en esa ciudad, presencia que, dicho sea de paso, sostiene desde hace más de cincuenta años.
¿Importa decir que Israel está en su derecho como Nación soberana a decidir que el partido se juegue en Jerusalén, como Messi está en su derecho en decir que él y sus compañeros de equipo no tienen muchas ganas de correr riesgos por una causa que no sólo no comparten, sino que probablemente no conocen?
Conviene recordar, por último, que la suspensión de un partido de fútbol internacional por razones religiosas o políticas sólo ocurre en Israel, el único país en el mundo cuya existencia como tal está amenazada. Problemas, como se sabe, tienen todos los países, empezando con Rusia y su homofobia y sus crímenes; sin embargo ninguna oposición interna amenaza a nadie por jugar en Rusia o por jugar en Venezuela o en Arabia Saudita o incluso en los territorios palestinos. Los únicos que padecen esas discriminaciones, amenazas e incluso humillaciones, son los judíos. No es la primera vez que ocurre. Y me temo que no será la última.