Acostumbrados a la trivial ilusión del todo o nada, el debate por la despenalización del aborto divide a gran parte de la Argentina. En una suerte de batalla épica, Celestes y Verdes dirimen sus posiciones a pañuelazos que, por momentos, dejan de ser simbólicos y se convierten en agravios o en expresiones temerarias.
El último fin de semana, el debate hizo eclosión en la ciudad de Rafaela. Durante el festival de teatro que allí se realiza cada año, se presentó la obra “Dios” en el Centro Cultural Provincial y a sala llena.
El problema se desató a partir del momento en que aparecieron en escena una enorme imagen del Papa Francisco y otra de la Virgen María, mientras dos personas desnudas comenzaron a colocarles pañuelos verdes en una muestra de apoyo a la ley de despenalización del aborto.
La polémica estalló de inmediato. El obispo de la diócesis de Rafaela, Luis Fernández, emitió un comunicado donde consideró que la obra fue “un agravio al espíritu religioso que no colabora con la pacificación anhelada de nuestra sociedad”.
Pocas horas después, monseñor Fernández declaró en una entrevista en TN: “El arte debe tener un límite”.
La verdad es que, mal que les pese a quienes se sintieron agraviados por lo sucedido en el Festival de Teatro, el concepto de “límite” se contrapone con la esencia de cualquier expresión artística. No es verdad que el arte pueda o deba ser limitado. Y en todo caso, cabría preguntar cuáles son los límites o quién está en condiciones de convertirse en el censor encargado de establecer la delgada línea entre lo prohibido y lo permitido.
Por momentos puede ser difícil de aceptar, pero lo cierto es que siempre será preferible asumir los potenciales “errores” de la libertad, que establecer un sistema de censura que inhiba el pensamiento, la creatividad y la posibilidad de expresión. “La libertad suena donde las opiniones chocan”, dijo a principios del siglo pasado Adlai Stevenson, un político del partido demócrata de Estados Unidos que intentó de manera infructuosa en dos oportunidades llegar a la Presidencia de su país.
Aun así, existe el derecho a criticar, a no estar de acuerdo y, claro está, a sentirse agraviado y a manifestarlo. Quienes pretendan acallar a los que rechazan lo sucedido en esta obra de teatro, incurren en la misma equivocación de quienes tanto critican.
De hecho, puede que la aparición de dos personas desnudas colocando pañuelos verdes sobre las imágenes del Papa o de la Virgen haya contribuido a generar un debate. Sin embargo, si el objetivo era favorecer la causa de quienes están a favor de despenalizar el aborto, da la sensación de que no se trató de una estrategia adecuada.
Es comprensible que los católicos se hayan sentido dolidos por lo sucedido. Y difícilmente esta expresión haya contribuido a convencer a los indecisos. En todo caso, lo sucedido apenas fue un mensaje de consumo interno que pudo haber provocado cierto regodeo entre quienes se ya se encuentran alineados detrás de la causa de los pañuelos verdes. No mucho más que eso.
Albino polémico
En la vereda de enfrente, el reconocido pediatra Abel Albino se presentó esta semana en el Senado para brindar sus argumentos en contra de la despenalización del aborto en la Argentina. Y de manera temeraria, lanzó una serie de frases que merecieron el unánime rechazo de la comunidad científica del país.
Habló de la necesidad de “educar para el amor y no para el sexo animal”, y en este contexto aseveró que “los profilácticos no protegen de nada…. El virus del sida es 500 veces más chico que el espermatozoide; el profiláctico no sirve absolutamente porque si falla en un 30% de las veces en el embarazo, imagínense lo que puede pasar con el sida”.
También sorprendió al aducir que los preservativos no son seguros porque los virus son incluso capaces de “atravesar la porcelana”.
La verdad es que cuesta comprender que un hombre de la inteligencia de Albino haya incurrido en semejante despropósito, contribuyendo a generar confusión frente a un tema tan delicado. Un hombre con su influencia, debería ser más responsable con sus dichos, pues en cuestión de minutos puso en jaque décadas de esfuerzos en políticas de prevención de la salud
Albino tiene derecho a estar en contra de la legalización del aborto. Incluso, puede oponerse a las políticas que promueven el uso del preservativo. Lo que no puede hacer, es confundir con datos infundados.
Una cosa es decir que los preservativos no son infalibles porque pueden ser mal usados o porque en ciertos contextos resulta una utopía suponer que vayan a ser utilizados. Y otra muy distinta es afirmar que los espermatozoides o el virus del sida pueden atravesar el látex. No todo vale a la hora de defender una postura.
Lo que queda absolutamente en claro, es que no se trata de ninguna batalla épica, ni de pañuelos, ni de cuestiones religiosas o ideológicas. Se trata, en todo caso, de una decisión que deberá sustentarse en variables científicas y jurídicas.
No es un tema sencillo de abordar. De hecho, implica decidir sobre un mal menor, pues todo aborto representa una pérdida potencial: ya sea por la vida que no llegará a ser, o por los riesgos que enfrenta una mujer que lo realiza de manera clandestina.
En la Argentina se repite por estos días con insistencia que el debate por la despenalización del aborto divide, como tantas otras discusiones, en dos a la sociedad. Quizá sea una exageración, pues muchos se mantienen expectantes, escuchando a unos y otros antes de adoptar una postura.
En todo caso, este debate, como tantos otros, deja al desnudo lo difícil que resulta encarar una discusión con responsabilidad y respeto.
La duda implica madurez a la hora de decidir. La vida y la muerte representan temas demasiado delicados como para repetir a ciegas frases hechas, o pensamientos instalados.